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Dura respuesta del Arzobispo al cura que se quiere casar

Monseñor Aguer aclaró los alcances del celibato. Y dijo que al párroco "nunca se le puede haber dado la aprobación para 'blanquear' una doble vida". Hace otros cuestionamientos

Dura respuesta del Arzobispo al cura que se quiere casar
17 de Abril de 2001 | 00:00
El arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, planteó ayer una serie de consideraciones sobre el caso del sacerdote Leonardo Belderrain, que decidió abandonar los hábitos para apostar al matrimonio.
Monseñor Aguer, en una nota enviada a este diario, sostiene que la entrevista publicada el sábado pasado a Belderrain "merece algunas precisiones, y es mi deber, como Arzobispo Metropolitano, formularlas".

Monseñor Aguer sostiene textualmente lo siguiente:
"Se dice en el reportaje que el mencionado sacerdote 'pidió una dispensa para encarar su propio proyecto de familia'. De estas expresiones parece desprenderse que ha recibido de su obispo (Belderrain pertenecía a la diócesis de Quilmes) un permiso que le permite vivir en pareja y buscar nuevas vías de realización sacerdotal. Pero lo que su obispo podría haberle concedido, en el mejor de los casos, es una licencia para no ejercer el ministerio del que un día fue investido, nunca la aprobación para 'blanquear' una doble vida. Sólo la Santa Sede puede conceder, con la pérdida del estado clerical, la dispensa del compromiso de guardar el celibato, asumido libremente en la ordenación".
"Se afirma también en la publicación referida que 'en el siglo XII el celibato era una elección'. Lo es asimismo en la actualidad. Nadie es obligado a asumir el celibato ni a ordenarse sacerdote; cada uno se obliga espontáneamente a sí mismo y ratifica su decisión con un juramento. Su cumplimiento es un ejercicio de fidelidad y de amor a Jesucristo, a la comunidad cristiana, a los hombres y mujeres a quienes consagra su servicio. El dato histórico contenido en aquella afirmación es erróneo. El celibato sacerdotal tiene su origen en la época apostólica. A partir del siglo IV, en la Iglesia de Occidente, Papas y Concilios reforzaron y sancionaron esa práctica; la disciplina oriental, que es parcialmente diferente, quedó fijada en el siglo VII. Hubo, es verdad, períodos de decadencia y abusos, como el que se pretende cohonestar en este caso".
"Según su propia tradición, las Iglesias Orientales confieren también la ordenación sacerdotal a hombres casados; el episcopado queda reservado a sacerdotes célibes, y los sacerdotes, una vez ordenados, no pueden contraer matrimonio. En la Iglesia Católica de rito latino, como es sabido, hombres casados pueden aspirar al diaconado permanente. La misma Iglesia podría, en el futuro, si así lo estimase conveniente, ordenar sacerdotes a hombres casados, pero no dar un permiso para que quienes libremente se consagraron a un ministerio que conllevaba la entrega exclusiva en el celibato, contraigan matrimonio".
"En el reportaje publicado el Sábado Santo, dice el P. Belderrain que su decisión 'no es un abandono del sacerdocio, sino todo lo contrario, es un camino distinto para ser mejor hombre y mejor sacerdote'. Es lamentable que persista en esta confusión, porque lo que pretende es contradictorio. Si quiere 'encarar su propio proyecto de familia', debería solicitar humildemente al Sumo Pontífice la dispensa de sus obligaciones sacerdotales, y, dispuesto a vivir como laico, emprender, entonces sí, un camino distinto".
"Pero los problemas del padre Belderrain exceden la cuestión del celibato. En el Arzobispado de La Plata se han recibido, durante años, numerosas quejas acerca de sus actitudes pastorales, consideradas arbitrarias y nocivas: predicación y enseñanzas discordantes con la doctrina de la Iglesia; alteraciones en los ritos sacramentales que permiten abrigar dudas acerca de su validez; ceremonias de bendición otorgadas a parejas que no están en condiciones de contraer matrimonio canónico y que inducen al engaño respecto a la cualidad de tales bodas. También han sido objeto de comentarios los elevados aranceles que cobraba por sus servicios".
"Con dolor hago esta declaración, pero el respeto y el afecto de caridad que dispenso a la persona del P. Belderrain no me eximen del deber que me incumbe, como sucesor de los Apóstoles, de dar testimonio de la verdad".

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