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A 40 años de la muerte del inolvidable Julio Sosa

25 de Noviembre de 2004 | 00:00
Cuarenta años atrás, la vida y la carrera de Julio Sosa terminaban violentamente al chocar el DKW del cantor contra una baliza luminosa en la esquina de Figueroa Alcorta y Ramón Castilla, en la zona de Palermo. Pasó en la madrugada del 25 de noviembre de 1964 y sus ojos se cerraron al día siguiente en el sanatorio Anchorena.

Su velatorio en el salón La Argentina recibió tantos dolientes que debió ser trasladado al estadio Luna Park, donde 28 años antes la multitud había llorado a Carlos Gardel, y desde entonces alguna prensa y los vendedores de discos quisieron igualar ambas leyendas.

Esa categoría menor no le impidió a Sosa ser un referente popular único en su momento, cuando el tango pasaba por un estancamiento que sólo la pujanza de Astor Piazzolla desafiaba y cuando el fenómeno de la "Nueva ola" acaparaba a los jóvenes.

DE URUGUAY

Nacido en Las Piedras, Uruguay, el 2 de febrero de 1926, logró en Buenos Aires lo que sólo lograban los estribillistas de los '40: detener el baile en los salones y que las parejas se pararan para escucharlo.

Tenía una notoria estampa de varón que hacía juego con su voz recia, más de cantor que de cantante, y una sonrisa que desarmaba a muchos y producía suspicacias. "¿Por qué gustaba tanto? -sugirió un testigo-. Porque tenía la sonrisa de Perón", en esos años prohibido y exiliado.

Luego de haber cantado en el interior uruguayo y en Montevideo, donde realizó sus primeras grabaciones en 1948, Julio Sosa arribó a la Argentina y debutó en el café Los Andes, para integrar luego la orquesta de Enrique Mario Francini y Armando Pontier, en dupla con Alberto Podestá.

Al fin abandonaba los tiempos de penurias económicas y la vida de pensión, aunque no pudo ingresar en la orquesta de Joaquín Do Reyes, a quien le falló la intuición al buscar un cantor con registro entre tenor y barítono.

Ya con el público de su lado, en 1955 se reencontró con Armando Pontier -por entonces sin Francini- y juntos grabaron temas que suelen escucharse aún: "Padrino pelao", "La gayola", "Enfundá la mandolina", "Tengo miedo" y otros del repertorio gardeliano.

UN QUIEBRE

El año '60 fue una bisagra en la que Julio decidió ser solista y buscó el acompañamiento de Leopoldo Federico para que le formara una orquesta, publicó su poemario "Dos horas antes del alba" y consolidó su relación con su segunda mujer, Beba Marighi.

Fue entonces cuando el periodista Ricardo Gaspari lo bautizó "El varón del tango" y una inesperada afección a sus cuerdas vocales motivó una operación que le mejoró el registro, que junto a su formidable emisión le dio un toque único.

Sin ser nuevaolero logró vender infinidad de discos, no sólo en el Río de la Plata, que le permitieron superar en ocasiones a los productos de "El Club del Clan", y actuó en salones de baile, radios y televisión.

Esa fue la época de "As de cartón", "Como todas", "Contramarca", "Dicen que dicen", "Dicha pasada", "Mañana iré temprano", "Rencor", "Sus ojos se cerraron" y otros tangos, valses y milongas que no faltan en ninguna antología.

Un hito en su carrera fue la grabación de "La cumparsita (Por qué canto así)" en 1962, que desdeñó la letra de Pascual Contursi y Enrique Maroni popularizada por Gardel y la sustituyó por un recitado sobre texto de Celedonio Esteban Flores.

Del otro lado de aquel disco de pasta aparecía la milonga "El firulete", cuya letra había sido especialmente escrita por Rodolfo M. Taboada para el musical "Buenas noches, Buenos Aires", que tuvo su versión cinematográfica en 1964.

En octubre de ese año Julio Sosa, ya en la cima de su popularidad, volvió por primera (y última vez) al Uruguay para actuar en la TV montevideana y visitar a su madre en Las Piedras.

Las radios rioplatenses repetían sin cesar "Qué falta que me hacés", "Milonga del 900", "Siga el corso", "Viejo rincón", "Cuando era mía mi vieja", "Rondando tu esquina", en sintonía con el repertorio de Susy Leiva, su versión femenina, apodada "La dama del tango".

De carácter ciclotímico, el cantor solía tener desencuentros con su compañera y, al parecer, ésa fue una de las razones -otra fue su pasión por la velocidad- del accidente que le costó la vida en aquella madrugada de hace cuatro décadas.

Para seguir con el sino gardeliano, Sosa tuvo una madre que lo sobrevivió.

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