Daniel Hendler no es Luppi

Por AMILCAR MORETTI

Luppi, Darín, Hendler. Hay una línea allí, no actoral sino de registro de identidades colectivas, mezcla de lo mítico, lo deseado, lo imaginado y lo real. El pasado 27 de enero escribí sobre Federico Luppi y cierto tipo de masculinidad mitológica que el cine ofrece en reflejo y a la vez idealización. Expuse una conjetura: que los personajes más recordados de Luppi (pienso en los compuestos con Aristarain) representaron bien cierta virilidad deseada por el argentino medio urbano. Que eso, precisé, fue válido hasta 1989, cuando se inicia la consumación final del tremendo cambio cultural padecido por Argentina. Dije que a partir de allí comenzaron a parecer más acordes con dicho ciclo muchos de los personajes construidos por Ricardo Darín (los hechos para Campanella, o con Bielinsky en "Nueve reinas" o Lecchi en "Perdido por perdido", en 1993). Por último, propuse que los personajes de Daniel Hendler son los mejores representantes de la masculinidad actual. Esto no implica reciedumbre (Darín tampoco destaca en esa línea) ni continuidad de una escuela actoral de Luppi en adelante.

Una lectora me hizo saber su desacuerdo con lo que propongo. También una alumna cinéfila. Hay una confusión. Repito: en la ficción dramática o en lo interpretativo ni Darín ni Hendler tienen algo que ver con Luppi. Es más: el galán maduro, recio y parco de Aristarain-Luppi nos (me) puede gustar pero es, arriesgo, algo del pasado. Es una escuela para la que no advierto hoy sucesores en el cine. Darín, de generación intermedia, trabaja una fibra humana frágil, neurótica y conflictuada maquillada con picardía no heroica (algo impensable para Luppi). Daniel Hendler, 29 años, actor de "25 Watts", "Sábado", "Esperando al Mesías", "El abrazo partido" y "El fondo del mar", resume en cambio la nueva masculinidad. Hendler es uruguayo, actor y director de teatro y casi nunca ha trabajado en televisión, lo que parece haberle hecho bien. Se hizo una cara reconocible con Walter, el protagonista de aquella publicidad de la telefónica española que llegaba a la casa de sus padres después de estar diez años congelado. Con Walter creó un personaje: el "colgado", el "tildado", el joven que maneja un lenguaje de menos de 800 palabras (indigente promedio usado hoy) y que está en permanente duda, entre la desidia y la abulia y el "no me preocupo ni me entero porque total no puedo ni vale la pena hacer nada". Me parece que éste es un nuevo tipo de masculinidad cinematográfica, que representa a buena parte de los varones urbanos de hoy, entre los 20 y los 30, de clase media y buen pasar, en ese momento final de la "moratoria", cuando todavía conservan alguna duda entre irse del país o malograrse aquí al hacer dinero como sea. Como paradoja, aquel estado de inercia, negligencia, abulia y parquedad, en apariencia subnormal, indicaría un último resquicio para la conciencia ética y política antes de que todo se disuelva.