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Revista Domingo |LITERARIAS

"Madame Bovary no soy yo"

Hace 150 años, la Revue de París publicaba "Madame Bovary". Cinco años después había vendido casi 30 mil ejemplares y su autor, Gustave Flaubert (1821-1880), se convertía en uno de los grandes paradigmas literarios de todos los tiempos

"Madame Bovary no soy yo"
12 de Marzo de 2007 | 00:00
Gustave Flaubert inventó aquello de que el escritor debe ser invisible y cuando en 1859, dos años después de la publicación de Madame Bovary, un amigo le escribió para pedirle datos biográficos, replicó: "Yo no tengo biografía". En 1869, cuando el famoso dibujante Gill quiso hacer su retrato, Flaubert no permitió la reproducción de su rostro. Hoy, sin embargo, la "flaubertomanía" no cesa.
En los años ochenta fue la de Herbert Lottman, en los noventa la de Geoffrey Wall y el año pasado la de Frederick Brown, Flaubert. A Biography (Little, Brown). Con un voluminoso aparato crítico, el libro contiene todo lo que es posible conocer sobre Flaubert, desde su nacimiento, el 12 de diciembre de 1821, en el hospital Hotel-Dieu de Rouen (Normandía), donde su padre era cirujano en jefe, hasta su muerte el 8 de mayo de 1880, de un infarto fulminante, tal vez de un ataque convulsivo, quizá de una hemorragia cerebral, probablemente de una combinación de las tres. Su salud era una bomba de tiempo: años de glotonería, de adicción al tabaco de pipa, de una labor sedentaria, más los efectos de las sífilis y los episodios de epilepsia le cobraron factura. Además, su humor de energúmeno, le elevaba la bilis y la presión arterial.
La vida de Flaubert tiene dos fases. En la primera vemos al niño curioso que espiaba las cirugías del padre en los pabellones del hospital; el mediocre estudiante de Derecho en París; el aventurero del viaje a Medio Oriente; el joven literato que se alimentaba de clásicos griegos y latinos y escribía en la clandestinidad su primera novela, La tentación de San Antonio. La segunda fase arranca el 1 de enero de 1844, cuando Gustave sufre el primer ataque de epilepsia. La "enfermedad nerviosa", como él la llamaba, dio un giro radical a su existencia.
Brown no especula ni inventa, como tanto se ha hecho con el pobre Flaubert, quien, por ejemplo nunca dijo o escribió aquello de que "Madame Bovary, c' est moi". Tampoco cae, como Sartre en El idiota de la familia, en el análisis psicológico de un personaje tan complejo y contradictorio. Se basa en lo que verdaderamente conocemos. Ni siquiera se atreve a especular, como lo hizo Geoffrey Wall, de que Flaubert pudo haber muerto mientras fornicaba con la joven sirvienta Suzanne. Y también pasa por alto, como no lo hizo Herbert Lottman, la versión de que Flaubert pudo haber sido el padre de Guy de Maupassant, sólo porque la hermana de su gran amigo de infancia, Laure, fue la madre del futuro autor de Bel Ami.
La curiosa posteridad de Flaubert, que él mismo ayudó a propagar, lo pinta como un ermitaño perfeccionista que pasó la vida encerrado en Croisset, en búsqueda de la palabra precisa, el famoso mot juste, acompañado de su atosigante madre, Caroline Fleuriot, y de su sobrina huérfana, también de nombre Caroline. Solterón empedernido, sin hijos, gustaba describirse como un misántropo que despreciaba a la sociedad burguesa, un "burguesófobo", por utilizar su expresión.
George Sand fue su mejor amiga, Iván Turgenev su más grande afinidad electiva. La correspondencia de Flaubert con estos dos últimos es una cumbre del género epistolar. Lo es también la que mantuvo con Louise Colet, la mujer que, después de la madre, más lo marcaría.
Entre 1846 y 1854, ella fue la "musa", el amor de su vida. Poco antes de morir, Flaubert quemó, entre muchas otras, las cartas que recibió de la Colet. Nunca sabremos si Louise lo consoló después de su primer encuentro sexual, en el que Gustave sufrió, según Brown, un ataque de impotencia. Penosa situación para alguien que presumía de priapismo y que hizo de la visita al burdel una forma de vida. Brown relata las noches sensuales junto a Kachiuk-Hanem, la hermosa cortesana que Flaubert conoció en Egipto (y de quien posiblemente contrajo la sífilis), y la importancia que para su sensibilidad tuvo Eulalie Foucault, una prostituta de Marsella con la que se acostó en su juventud.
Flaubert defendió la postura de "el arte por el arte" y no tuvo ánimos -como Víctor Hugo- para participar en el agitado debate político de su época. Los años finales fueron tristes. En 1871, falleció la madre, ya para entonces totalmente sorda. Flaubert se quedó solo, deprimido y con su perro Julio como única compañía. Cuando falleció George Sand, en 1876, el dolor fue "infinito!, como lo escribió a Turgenev. Acabó en la ruina. Sus libros poco habían aportado a su patrimonio financiero. Tuvo que vender bienes y en sus últimos años cojeaba y pesaba 115 kilos, se vestía con amplias túnicas orientales y se cubría la calva con sombreritos turcos. Solía pasear por su vasto jardín, pero los estragos de la sífilis lo mantenían postrado. Brown describe un cuadro de neuralgia, anemia, migrañas, agotamiento, lumbago, amigdalitis, insomnio, problemas de la vista y dolores en el único diente que le quedaba. Eso sin contar los ataques de epilepsia, la dama que lo acompañó toda la vida.

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