Estupor y congoja con un enérgico reclamo para que se haga justicia

Lo reflejaban ayer varios de los avisos fúnebres publicados en este diario. La expresión de dolor y de congoja iba acompañada por un expreso pedido de esclarecimiento y de justicia. La familia de Francisco Lissa no ha querido hablar públicamente y su madre, la psicóloga Raquel Berthi, se ha refugiado en su intimidad. Algunos allegados, sin embargo, han señalado que la familia confía en la investigación judicial y, al mismo tiempo, espera prontos resultados.

Francisco, como se sabe, era el único hijo de Raquel Berthi y del doctor Julio César Lissa, quien falleció hace siete años. Lissa ejerció su profesión de farmacéutico pero fue, además, un descollante dirigente del ámbito profesional: presidió el Colegio de Farmacéuticos de La Plata durante muchos años y la Caja de Previsión de esos mismos profesionales. Pero además desarrolló actividades dirigenciales en el ámbito del mutualismo, el cooperativismo y la seguridad social. También estuvo vinculado al mundo empresario y a obras benéficas.

Desde 1974 fue propietario y director técnico de la farmacia Internacional (ubicada en 47 entre 3 y diagonal 80, al lado de la casa que desde hace algo más de un año habitaba Francisco). Desde su fallecimiento, su esposa -una destacada psicóloga y profesora de la facultad de Humanidades- se hizo cargo de la farmacia.

Cuentan algunos amigos que el fallecimiento de su padre (a los 60 años) fue para Francisco (que tenía 16) un durísimo golpe. Pero que con el apoyo incondicional de su madre, y con una fuerte contención familiar, logró reponerse. "Era un tipo alegre, con una actitud siempre positiva", lo recuerdan ahora algunos compañeros de teatro.

El homicidio del joven de 23 años ha provocado un fuerte impacto en diversos ámbitos de la ciudad: en la facultad de Bellas Artes, donde estudiaba la carrera de cine; en el circuito teatral, donde era conocido como actor y empezaba a hacer sus primeras experiencias como director; en el mundo de la música, del que participaba como integrante de una banda. Como se ha venido reflejando, nadie encuentra -en esos ámbitos- explicaciones ni consuelo. Pero todos coinciden en describir a Francisco como "un tipo que no tenía problemas con nadie; que se hacía querer; con el que todo el mundo se sentía cómodo".

En esos ambientes en los que Francisco era conocido, también esperan un pronto esclarecimiento del caso y reclaman que se haga justicia, aunque por ahora desde el silencio y el dolor en el que los ha sumergido un hecho tan salvaje como desconcertante.

En el círculo familiar, la consigna es esperar el avance de la causa y no hacer nada que pueda, eventualmente, perjudicar la investigación. Frente al dolor más inmenso, la única esperanza es que al menos se haga justicia y que la impunidad no le agregue aún más horror a un caso que ha conmocionado a la Ciudad.