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Crece el fenómeno de las bandas con pibes armados

Los últimos enfrentamientos entre bandas de chicos en el Conurbano pusieron bajo la lupa una problemática que genera cada día mayor preocupación entre los especialistas en delincuencia juvenil. Sin llegar a la organización de células del estilo de las maras o pandillas centroamericanas, forman grupos de códigos bien marcados y de estructuras lideradas siempre por el más fuerte

Crece el fenómeno de las bandas con pibes armados

En nuestra región hay muchas bandas de pibes que, con el delito como principal bandera, mantienen entre ellos códigos de lealtad e identidad bien marcadas.

25 de Noviembre de 2007 | 00:00
Son las seis de la tarde del jueves y "El Guacho" ya va por la cuarta o quinta cerveza del día. No se acuerda bien, pero los ojos rojos y achinados delatan que también fumó marihuana nevada. Sonríe, y cuando este cronista le comenta el enfrentamiento reciente de Quilmes, donde un nene de 8 años resultó muerto al quedar atrapado entre la balasera de dos bandas que peleaban por el poder en esa zona, "El Guacho" se encoge de hombres y mira algo zumbón como diciendo "qué se le va a hacer, así son las cosas".

Vive en Gorina, tiene 27 años y ya estuvo "guardado" un tiempo por un robo que jura y perjura no haber cometido. "Otros sí -aclara-, me hago cargo. Pero me pillaron por uno que nada que ver". Hasta hace un tiempo cuidaba autos en la zona del Cementerio junto a su padre y dos de sus siete hermanos, pero ahora dice estar haciendo "otras cosas" con unos amigos del barrio La Boyera, allá en Gorina. Esas "otras cosas", admite entre sonrisas y miradas burlonas, tienen que ver en realidad con el regenteo de una de las bandas juveniles que operan en esa zona de la periferia platense desde hace ya unos cuantos meses.

"La banda del Guacho", como se la conoce, tiene una raíz familiar y nunca sobrepasó los 10 ó 15 miembros con algunos chicos más pequeños que los siguen: una estructura nada comparable con las células de una mara centroamericana, desde luego, pero que refleja un fenómeno creciente en varios puntos del Gran La Plata y que, como se dijo, se acaba de cobrar la vida de un nene en un barrio de Quilmes: el de las pandillas juveniles. Son chicos de no más de 30 y a veces hasta menores de 12 o 13 años que, la mayoría de las veces armados con pistolas de bajo calibre, se identifican con un barrio y desde allí organizan sus actividades: robar autos, atacar boliches si no les permiten la entrada, enfrentarse a grupos de otros barrios y regentear la venta de droga en las esquinas que caminan desde que empezaron a caminar.

"Son chicos que valorizan la vida marginal", resume Oscar Terminiello, especialista en seguridad pública y autor, entre otros, del libro "Tribus urbanas, el nuevo desafío". Tras describirlos como "jóvenes que exaltan el uso de drogas, que endiosan a mitos, que consideran mártires a sus pares muertos en enfrentamientos entre bandas rivales y rechazan los cambios sociales anteponiendo la subcultura marginal, criticando al consumismo, codificando a partir de su música favorita y comunicándose entre si mediante grafittis, tatuajes, silbidos y señas de manos", el experto consideró que, si bien nada tienen en común con las pandillas centroamericanas, implican todo un desafió para la sociedad de hoy, "corresponsable por esta situación" y obligada a conocer a fondo esta realidad, dado que sin ese conocimiento, aclara, "nadie puede contener socialmente ni prevenir delictualmente ni investigar sobre el tema".

Conocidos comúnmente aquí como "pibes chorros", la gran diferencia entre ellos y los "mareros", explica Terminiello, es que los centroamericanos vienen de un medio ambiente militarizado por las guerras civiles y la incursión de las guerrillas, y por el elemento de la migración en Estados Unidos.

Aquí la cuestión es muy diferente. El génesis de la banda del Guacho, por dar un ejemplo que es paradigmático, tuvo su inicio en una estructura familiar. Los primeros integrantes eran El Guacho y dos de sus hermanos, El Capu y El Oreja, los cuales se juntaban a su vez con algunos pibes que trabajan en las quintas de Gorina. Incluso durante un tiempo "la sociedad" -que vendía los ladrillos de marihuana y los distribuía en varios puntos de la zona norte- estuvo dirigida por el padre del Guacho, conocido en el barrio por su pasado como ex represor en la época de la dictadura y devenido en la democracia como "lanzallamas" en una comparsa de la periferia.

Ninguno de sus hijos jamás trabajó, salvo la tarea cotidiana de ir al Cementerio a cuidar coches, y ahora El Guacho dejó de ser el mayor de los hermanos para convertirse en el nuevo líder de la banda. Sus fieles seguidores, entre los que hay hermanos, primos, amigos y vecinos, tienen entre 12 y 25 años. Y no son más que una parte pequeñísima, ínfima, de los casi diez millones de chicos argentinos que viven bajo la línea de pobreza y quedaron marginados ante la vista de un Estado que les quiso dar la espalda.

"Se enfrentan por cualquier cosa y hacen que su expectativa de vida sea cada vez más corta", apunta Pablo Gatti, médico de la Departamental La Plata del Ministerio de Seguridad bonaerense. Según el especialista, en este último tiempo se está tornando moneda corriente ver "a pibes cada vez más chicos que se agrupan en bandas para enfrentarse con otras por asuntos de territorio o disputas de droga. Notamos que ya no hay límites. Y un pibe recién entrado en la adolescencia ya tiene acceso fácil a cualquier tipo de sustancia ilícita".

En nuestra región, hay muchas bandas que acaso no tengan el "origen familiar" de la pandilla del Guacho pero igual conservan una identidad bien definida y operan de un modo similar. Y muchas, apuntan fuentes policiales, tienen aceitadas relaciones con los dos grandes desarmaderos de autos que funcionan en la periferia del Gran La Plata. Un contacto que, se sabe, les permite encontrar en el robo de autos o de estéreos su ingreso de dinero frecuente.

Varios de estos grupos, hay que decir, tienen además códigos de lealtad e identidad bien marcadas. Sus integrantes suelen identificarse por sus vestimentas, de las que prefieren los pantalones de gimnasia con las tres tiras al costado, zapatillas deportivas de no menos de 300 pesos y gorritas de beisbol del corte americano. La música que los agrupa es casi siempre la "cumbia villera", aunque también escuchan algo de rock barrial del estilo del grupo "Los Gardelitos" o "Callejeros" y la mezcla de rap y reggae que se conoce como reggaetón y que, aquí un punto de coincidencia, es la preferida de los "mareros" en Centroamérica.

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