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Revista Domingo |INTERES GENERAL

José Menno vive sin bajar la guardia

Por MARTÍN MENDINUETA

José Menno vive sin bajar la guardia

José Menno vive sin bajar la guardia

3 de Marzo de 2008 | 01:00
El impacto visual abruma. Ese hombre de chomba azul y blanca a rayas horizontales, jean clásico y zapatillas modernas, pero discretas, ni por asomo parece tener la edad que ha vivido. "Sí nene, ya tengo 71", suelta un segundo antes de que la sonrisa franca reciba el primer sorbo del café con leche hirviendo.

Le sobra cabello. Arriba de los ojos celestes que heredó de Doña Antonia, mamá italiana que amasaba la pasta y sufría horrores cada vez que se trompeaba por cualquier pavada, un extraño flequillo tupido prologa el colchón grisáceo que le asegura chances nulas de calvicie.
José Menno, ex boxeador platense, amigo de "Ringo" Bonavena, sparring de Carlos Monzón, conocido de "Tito"Lectoure, se emociona refrescando anécdotas pero cada tanto espía el reloj porque teme perderse el tren de las 10:30 a Constitución. Es el que toma todos los días para bajarse al trote y llegar puntual al gimnasio donde entrena, pule, aconseja y perfecciona a siete jóvenes con sueño de noqueadotes famosos.
"No voy sólo por lo que me pagan, quiero devolverle al boxeo algo de todo lo que me dio. Pisé Europa y Estados Unidos por tener los guantes puestos. Después de haber trabajado en el mercado para juntar el mango, ojo que a los catorce años levantaba más cajones que los tipos de treinta, haber cenado en los mejores restoranes de Montecarlo fue un salto enorme".

Menno sabe todo lo que hizo. Y lo cuenta sin rubores ni caretas. Tiene una virtud que hoy escasea. Le aplica idéntico énfasis al relato de las "batallas" ganadas (no sólo arriba del ring) que al de las perdidas: "Yo no era malo, era bravo. Si me buscaban, me encontraban fácil. De chico fui a la cancha, soy hincha de Estudiantes, y siempre me hice respetar en la tribuna. Era otra época, sin droga ni armas en el fútbol y yo tenía un lomo bárbaro".
Menno es el claro ejemplo de cómo lucha y se esfuerza alguien "chapado a la antigua" por vivir con dignidad de espíritu más que económica, en esta selva donde el rótulo de modernidad esconde miserias venenosas.

Cuando Monzón aniquiló a Nino Benvenutti él estaba ahí, detrás de las sogas, sabiendo cuándo y cómo iba a suceder. Y le levantó las armas que tenía como brazos. Y bebió el champagne del triunfo. Hoy, con olor a naftalina impregnado en la memoria, pero sin nostalgia que le apague la voz, viaja en tren de lunes a viernes para enseñar cómo se le pega a la bolsa y cómo se le gana a la vida cuando el destino no te repartió las mejores cartas del mazo.
Indudablemente, reina en este "viejito" con el que no me gustaría intercambiar golpes, un espíritu amateur que lo aleja del vocablo sedentarismo. Menno, que nunca fumó ni tomó más de una copita en los brindis de ocasión, no sabe de colesterol alto ni pastillitas para la presión. "Me como cinco platos de porotos y no me pasa nada".

Confiesa que le encantaría que le dieran una oportunidad de trabajar en algún programa del estado como instructor de boxeo en una cárcel o instituto de menores. ¿Acaso no tendría miedo? "Sólo tengo miedo por mis tres hijos y mis cinco nietos, me muero si les pasa algo. Yo me hice en la calle y el miedo a que me lastimen lo perdí cuando era pibe".

Dos medialunas dulces y el café con leche ya le entibiaron la panza. Educadamente se pone de pie y extiende la diestra ostentosa para la despedida. La charla no me alcanzó. Quiero retenerlo y lo demoro con una pregunta más: ¿Qué pasa si en el amontonamiento de gente en el tren un muchacho te quiere arrebatar la billetera? "Quizás le sale bien y me afana como a cualquiera, pero todavía puedo hacerle daño, mucho más del que pueda imaginar". José Menno no está intacto, está entero y es producto de la disciplina que gobierna su veteranía.

Se fue caminando por la vereda de los números pares de diagonal 80 rumbo a la estación ferroviaria. Su espalda ancha y generosa pronto quedará sumergida entre tantos que, como él, no aflojan ni protestan. Lo acompaña un bolsito de cuerina con la correa larga donde lleva los documentos, el estuche de los lentes -sólo los usa para leer- y el diario "El Plata" doblado como un pañuelo. A los setenta y uno está entero, lúcido y con la guardia siempre en alto. El próximo 5 de Junio, si Dios quiere, cumplirá setenta y dos.

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