La chica del mostrador

La estrenaron en el cable y seguro la reponen pronto. Yace perdida los clubes de video. Muchos lectores me acosan con la recomendación de comedias: ¡Bueno, he aquí una buena comedia! Interpretada por Steve Martin, no muy reconocido en estas costas por el público pero, con pocas dudas, uno de los grandes comediantes del cine norteamericano de las últimas dos décadas, junto a Kevin Kline. "La chica del mostrador" es una de esas comedias a pleno, esto es, una estructura dramática que con afabilidad y sonrisas ilumina puntas de verdades y hace reflexionar sobre aquello que está a la vista pero que pocos observan. Claire Danes, buena actriz joven aún no valorada a pleno, hace de vendedora de una gran tienda, trabajo obligatorio mientras ensaya su talento pictórico en huida de la provinciana Vermont. En soledad, aislada, diferenciada de sus compañeras sexies que sólo ansían matrimonio, con una depresión medicada que permanece como historia enigmática (muy buen apunte), ella de pronto debe decidir entre dos enamorados: uno pobre y joven, vinculado al rock, y otro adinerado y maduro, Steve Martin, que la ama pero no se decide al compromiso a fondo. "La chica del mostrador" es una película más que interesante porque en sus repliegues inteligentes no aclara si contiene una propuesta conservadora (cada cual en su clase social, pobres con pobres y ricos con ricos); o bien idealizadora (lo que triunfa es el amor, por sobre el dinero, aquello de "contigo pan y cebolla"), o, por fin, escéptica o realista (en una sociedad clasista manejada por el dinero es imposible saltar la barrera social. Además, ella reconoce al pobre recién cuando empieza a encarrilarse en su carrera). En el filme con Steve Martin (porque es un filme "con" Steve Martin y no "de" un director) flotan detalles permanentes muy sugerentes: primero que todo una suave melancolía sobre lo perdido y lo inalcanzable, dos temas centrales en la vida del ser humano lúcido. En la sociedad norteamericana puede ser el sueño del amor y la riqueza o el éxito, que no suelen darse juntos, o no duran, o bien son incompatibles. El detalle de la depresión de ella, ya mencionado; la tristeza apocada de los padres vencidos, en Vermont; la melancolía del millonario Martin, con la sensación de que algo ha perdido y de que ese agujero y vacío no se podrá llenar jamás; las empleadas de tienda bellas pero asalariadas que nunca serán tomadas en serio por los clientes adinerados, y su tristeza al ser sólo usadas por los ricos que no cumplirán su fantasía de casamiento burguesito en posición acomodada; y por fin, esos intermedios entre escenas con planos generales de la vastedad inabarcable de Los Angeles, que separa y aísla a todos.