Ahora las palabras tienen dueño. No se puede decir cualquier cosa porque el aire está susceptible. Antes de hablar hay que pedir perdón, por las dudas.
De las retenciones no se habla más, había dicho el Gobierno hace unos días. Y listo. Pasemos a otra cosa. Y ahora las desempolvaron, pero, ojo, nada de retocarlas. El Congreso fue convocado como los novios para dar solamente el Sí o el No, sin entrar en detalles sobre amores o reparto de bienes. Pero hay algunos despechados que no se conforman con aplaudir a la novia y repartirse los bocaditos: quieren decir algo antes de callar para siempre.
Hace tiempo que de inseguridad tampoco se puede hablar. Por más que crezcan salideras, secuestros, crímenes y robos. Como la palabra irrita, lo que más se permite por esta zona es referirse al término "sensación de inseguridad". Hasta allí nomás puede llegar el miedo. El resto es paranoia.
El campo apareció discutiendo por montos y porcentajes y terminó cuestionando modales y estrategias. Y De Angeli arrancó mateando en las banquinas y acabó siendo la estrella convocante en el almuerzo más visto de Mirtha Legrand. Y los camioneros, en sintonía con un país inexplicable, como estaban hartos de que los paren, empezaron a parar ellos.
De la inflación no se puede hablar. Ni mencionar ni medirla. Los cambios de precios son ajustes leves para un Indec que tiene pulsada hace tiempo la tecla minimizar.
Y no se puede hablar, en la Selección de fútbol, de peleas ni de celos. Tampoco allí parece haber buen diálogo entre Messi y Riquelme. El ejemplo de Gobierno Vs. Campo contagió a un vestuario que tiene sus D`Elías y sus De Angeli en otra de esas pulseadas que augura más enfrentamientos que festejos.
La palabra Patria adquirió propiedades multiuso en estos días de feriados electrizantes y próceres devaluados. Todos hablan de Patria desde cualquier tribuna. Hoy se añoran los actos escolares, entonar Aurora, los pastelitos y los discursos de ocasión. El minué entre Gobierno y campo es la danza oficial en estos días de bailongos entreverados. El 25 de mayo se nos fue entre arengas y el Día de la Bandera fue copado por cacerolas. Se espera un 9 de julio movido, cosa de no desentonar con estas efemérides peliagudas. Está bravo el nuevo calendario patrio. Ya no se puede salir a festejar en fechas históricas porque nunca se sabe para qué lado hay que cantar el Himno.
Como las palabras tienen dueños exclusivos, al resto se nos va achicando el vocabulario. Los mensajes irreconocibles y breves de los SMS van cifrando una actualidad que se ha vuelto confusa y abreviada. Si los de arriba no dialogan, la gente entonces reniega de las palabras y sólo se expresa con bocinazos, cacerolas, actos, pancartas y contraactos. El invierno está cada vez más cerca y el país no puede regresar a la cordura porque las rutas están bloqueadas. Los vocablos son de unos pocos y la realidad ya no sabe cómo se designan las cosas y qué nombre ponerle a esta tierra feraz (y feroz) que empezó sembrando sojas y terminó cosechando tempestades.
El único que pareció entender la difícil coyuntura fue Charly García. El viernes había dado un recital en los pagos de un Vicepresidente de la Nación que, esta semana, sin anuncios ni teloneros, debutó con un sorpresivo unipersonal. A la madrugada del sábado, Charly empezó armando un piquete en el hotel y destrozando todo. Quiso anticipar lo que se venía. Para él, romper es la única manera de pedir auxilio, como llamar al 911. A la tarde, mientras De Angeli era sacado de la cancha en el carrito de lesionados, Charly en camilla pidió Rovotril y whisky. Como el conserje no se lo dio, resolvió asilarse en una clínica psiquiátrica hasta que el Congreso decida.
Un país de necesidad y urgencias.
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