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Opinión |ENFOQUE

Lletraferit

Por JOSÉ LUIS DE DIEGO

Lletraferit

Lletraferit

28 de Junio de 2008 | 00:00
Entre los variados atributos que hicieron célebre a la tragedia griega, se destaca la particular crueldad de los castigos. Los castigos afectan no sólo a los héroes sino también a sus descendientes, como si la supuesta culpa del padre debieran purgarla, además, sus hijos. Mi generación debió sufrir, por ejemplo, a algunos cantantes de moda, como el tucumano Ramón Ortega y el gallego Julio Iglesias. La sensibilidad del primero nos regalaba momentos como "la gente en las calles parece más buena,/todo es diferente gracias al amor"; mientras el segundo, inspirado, acuñaba una original metáfora: "yo no soy la roca que golpea la ola,/soy de carne y hueso/Y quizás mañana oigas de mi boca:/Vaya usted con Dios". El lector se preguntará qué tiene esto de extraño; en todos los tiempos existieron cantantes insufribles y canciones malas. Lo extraño es precisamente el carácter griego de la condena. Porque los cantantes tuvieron hijos que bien podrían haberse dedicado a la entomología o a la floricultura. Pero no: también cantan. Y mientras el hijo del gallego afirma que "besar la boca tuya merece/un aleluya" (juro que dice así), el vástago del tucumano no se queda atrás: "Quisiera encontrar la forma de conquistar tu cariño,/quisiera pero me quedo siempre a mitad de camino". Me he enterado que Emanuel Ortega ha dejado de cantar; quizás busque contrarrestar el castigo de los dioses. Pero tiene hijos, y ya me inquieta adivinar qué deberán escuchar mis nietos.
abre comillasAsí como existen un Código Penal, o Comercial, o Procesal, podría plantearse la existencia de un Código Estéticocierra comillas


Es bien sabido que existen códigos estéticos, a partir de los cuales evaluamos variados objetos, desde una novela hasta cómo está vestido alguien. Pero no voy a hablar de eso, sino de un Código Estético, de la posible existencia de un Código Estético, así como existen un Código Penal, o Comercial, o Procesal. Supongamos que un ciudadano sienta que, por ejemplo, "pintarse la cara color esperanza" es un verso de tan mal gusto que agravia su calidad de vida. Presenta una denuncia ante tribunales formados a ese efecto y se inicia el debido proceso. No habría condenas duras, por supuesto; nada de Unidad 9, Marcos Paz o Devoto. Pero sí alguna "probation": el tribunal resuelve que el señor Diego Torres deberá pintar una escuela o atender durante una semana un comedor comunitario. Se me dirá que ese hipotético Código es de ardua o imposible escritura, pero eso no obsta lo plausible del intento.

NEUROSIS

Algo similar podría pensarse con el uso de la lengua. Habría un uso privado, no punible, de la lengua, y un uso público, sujeto a las regulaciones del Código respectivo. Van algunos aportes, a manera de ilustración.

En español existen dos verbos de similar significado: 'recibir' y el usado antiguamente 'receptar'. Ahora bien, un periodista desde el estudio le pregunta a otro en un vestuario de fútbol: "¿Me recepcionás bien? ¿Me estás recepcionando?". No dudaría un instante en presentar la denuncia correspondiente con el fin de detener la proliferación de semejante engendro que, además de horrible, es innecesario.

Para defender a 'influir', en cambio, ya es tarde. El Diccionario de la Real Academia, otras veces ejemplarmente duro, esta vez ha claudicado de modo vergonzoso y aceptó 'influenciar', un verbo repugnante que ha acarreado, además, la aceptación del adjetivo 'influenciable'. Alguien a quien se le ocurra afirmar en público que Borges "influenció" al primer Cortázar, aunque cueste creerlo, podrá quedar impune. Quedarán impunes, también, lo sospecho, aquellos "noteros" que utilizan hasta el hartazgo adverbios terminados en "mente". A veces creo que si se les prohibiera el uso de "especialmente", "fundamentalmente" y "probablemente" quedarían boqueando, como un pescado en la orilla del río.

Y qué decir de los términos extranjeros; merecerían un capítulo entero de nuestro Código. 'Performance' es una voz inglesa que se adoptó en francés y en español. Los ingleses dicen algo así como 'pfómans'; los franceses lo pronuncian agudo, 'perfománs'; los hispanohablantes lo acentuamos grave, 'performánce'. O sea: alternativas hay varias. Nadie sabe por qué, entonces, la señora Moria Casán insiste, en el programa más visto de la televisión argentina, con 'pérformans', una pronunciación inexistente en lengua alguna. Cinco días con tareas de enfermería en un hospital del Conurbano.

Para terminar, hablemos en serio. Nunca defendí criterios de corrección lingüística ni la aplicación de caprichosas normativas; no me interesa esa batalla. No se trata, entonces, de una convicción ideológica. Se trata, lisa y llanamente, de una neurosis. Hay gente que no soporta verte con una pelusa en la solapa y, mientras habla con vos, te la pretende quitar con picoteos de uña. Hay otros a quienes la neurosis se le transforma en fobias diversas: a los aviones, a los espacios cerrados, a los espacios abiertos, a los repasadores. Los catalanes tienen un término que podría bautizar mi neurosis: "lletraferit" ("letraherido"), una excesiva sensibilidad para percibir el sentido de las palabras y sus desviaciones; y más que el sentido, un enamoramiento de sus formas. Se me objetará que existen cosas más graves en la vida social que el deterioro de la lengua; es verdad. Pero convengamos también en que existen neurosis peores que la mía.


dediego_jl@yahoo.com.ar

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