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El mundo del remate

Hace mas de 40 años que son un clásico de la ciudad. Odiaron a los '90 y ahora estan de buena racha. Historias y personajes se multiplican como los cientos de objetos que descansan en sus galpones. Oportunidades para todos los gustos y bolsillos

23 de Noviembre de 2008 | 01:00
El aire está pesado. Algunos parecen preocupados y otros entretenidos. Muchos fuman. Prenden un cigarrillo, dos. Un paquete, dos. En lo alto sobresale un hombre que tiene en su mano derecha un martillo de madera. No es un juez, pero tiene la última palabra. Va a estar cuatro horas en el mismo lugar. Todo dependiendo de la cantidad de "chucherías" a la que ellos denomiman "lotes". Cada lote está identificado con un número, de fondo amarillo y tinta negra, del nostalgioso talonario de las rifas de la escuela de antaño. Cada "chuchería" lo tiene pegado con cinta skoch. El polvo que vuela hace que se desprenda cada dos por tres. Por ese número saldrá a remate. No hay nada específico.

Se puede encontrar con lo que se le ocurra: desde un esmalte de uñas seco hasta un moderno carrito de acero inoxidable para vender panchos por la calle. Una bisagra de una puerta y un teléfono semipúblico esperan su nuevo dueño. Así de eclécticos son los remates. Muchos quieren lo mismo. Las apuestas están a tono con el aire. Pesadas. Fuertes. Hacen una oferta, dos. Levantan la mano una vez, dos. El supremo del martillo, desafiante y a la espera de que alguien le responda, pregunta: "¿Quién da más...?".

El negocio del remate es egoísta. Podría decirse que va a contramano del resto de los mortales. Cuando hay crisis es cuando más vende. Cuando no era políticamente correcto pegarle a la convertibilidad de los '90, ellos le habían declarado la guerra. Odiaron al famoso "1 a 1". Fueron unos de los pocos que celebraron que se haya terminado. "Quién iba a comprar algo acá si todo se conseguía por dos pesos", responde uno de los martilleros consultados. En la última crisis del 2002 fue donde más ventas registraron.

Heladeras, muebles y de todo un poco -su especialidad-, llegaban a sus casas de remates a la espera de efectivo. Constante y sonante. No importaba si eran pesos o patacones. Todo era bienvenido. Como su negocio radica en las comisiones, el único que se salvó de esa época fue el club del trueque. La base libre, sin un monto de inicio de ofertas, es donde radica el atractivo de esta actividad. Son los reyes de la intermediación: ponen el lugar y las reglas del juego. No es un negocio de muchos ceros, pero se puede vivir bien, sostienen. El presente es bueno. "Acá no hay crisis", aseguran.

LO DE DURAN

El nombre que le pusieron sus padres es Jorge Rau. Por la calle lo saludan como Jorge Durán. Es que Jorge "Durán" Rau desde hace 40 años está al frente del remate más populoso de la Ciudad. El libro de la historia platense debería tener un capítulo dedicado al remate. Seguramente el martillero Justo Durán podría ser considerado el padre del martillo. Cansado del éxito y con ganas del retiro voluntario, en 1968, decidió alquilar la emblemática esquina de 1 y 35 del famoso "Quién da más". El flamante inquilino, y otro gran nombre para el libro, es el de Jorge Rau. No se puede dejar de mencionar a Cecilio, su hermano. Fue así como el remate de los hermanos Rau se popularizó e inmortalizó en la memoria colectiva platense. "En lo de Durán hay de todo", dicen.

Con los años se trasladaron no muy lejos. Al lado. El galpón, de 40 mts de largo y 10 mts de frente, cada martes -desde la 19hs- se transforma en un hervidero de oportunidades. Llegan de todos lados. Con un ambiente similar al del box, la pocas mujeres que hay parecen estar acompañando a los esposos. Aunque más tarde diría Rau Durán que muchos venían con sus chicas. "Es que si tenés que amueblar un bulo es más fácil venir acá. Algunos directamente las traían a ellas. Lo primero que se llevaban eran la cama y el colchón. Si la cosa funcionaba bien, vendrían más tarde por la heladera y el televisor. A muchos le conocimos más de una candidata". Jorge cuenta que una vez su hermano Cecilio recibió la llamada angustiosa de una esposa preocupada por el paradero de su marido. "Acá no está", dice que respondió. El buen hombre era un habitué que había equipado más de una casa. Cecilio tuvo que mentir.

Es el negocio del boca a boca. Por eso las ofertas llegan unos días antes de salir en remate. Los clientes, que suelen ser habitués, apenas comienza la semana arrancan la recorrida. El primero de la semana es el remate de Jorge. Desde 1944 disfruta del arte de rematar lotes. "Es un mundo", dice Jorge. Las pelotas de tenis, las jaulas para pájaros, los cuadros, los roperos, los televisores, y las infinitas variantes de objetos podrían formar parte de un set de televisión. Todavía no lo son. Cuando hay algo muy atractivo "lo dejan madurar". Esa es la estrategia. Lo exhiben. Lo resaltan y reservan para la semana siguiente.

"Vengo siempre tipo siete y media -dice Ramón, con un cigarrillo en la boca, mientras mirá el resultado de la quiniela en la pantalla del tv que pronto saldrá a remate-. No agarré nada, si sacaba el 17 , la desgracia, me compraba todo. Ahora me voy a tener que cuidar". La voz amplificada de Jorge, sentado en una silla alta, como la del juez de tenis pero con rueditas, anuncia "Sifón Drago con carga. Vendo en 45 a Raúl". Dora, con la cabeza de un rubio artificial chispeante, le habla al oído a quien posiblemente sea su esposo: "Yo lo quería, hubieses levantado la oferta". El hombre, que comparte el mismo tono de tintura que Dora, responde "me colgué, no ves que Diego va a ser DT, no ves, no ves".

En el fondo, un hombre canoso combate con un pedazo de milanesa que se pierde entre dos mitades de pan francés. Tiene un vaso en la mano. A pedido de varios no se puede mencionar qué contiene. Dice que va a todos los remates y que se conoce todas las intimidades. "Acá una buena milanga mientras espero, en lo del Ruso un choripán y después la pastafrola". Parece más preocupado por la oferta gastronómica que por los lotes. El forma parte de "ese mundo", que anticipó Jorge. "Equipo de música sólo funciona radio", sale a remate. Dos hombres compiten, pero un tercero se sumó a la contienda. Ganó el último. No lo sabe, pero también se llevará las miradas de odio de los otros. "No vale más, y vendooo", es la muletilla que, cientos de veces, pronunciará Rau.

LO DEL RUSO

No sólo choripanes y pastafrola se consigue en lo del ruso. Así le dicen a la casa de remates de Ricardo Paskevich. "Me obligan a regalar y no a vender", pronuncia detrás de su impecable camisa y corbata. Sostiene que sólo una vez, en más de 32 años de martillero, remató de "elegante sport". Para él la corbata marca el respeto, "hace la diferencia". Si no fuera tan fanático, como el mismo se califica, bien podría ser titulero. Tiene facilidad para ponerle nombre a las anécdotas y hacerlas atractivas. Cuando se le pregunta cómo marcha el negocio, responde "rabioso fin de mes". Ante la afirmación de que a su remate viene mucho público, sostiene "esto es un desfile de personajes".

"El ruso", como le dicen, llegó al negocio del remate por casualidad. Tenía con un socio una cantina en Berisso. Como no funcionó, llevaron todo a un galpón para que saliera a la venta al mejor postor. "Era la mejor época, se vendía de todo", asegura. Como un talibán del negocio dice que él le pone "pimienta y que no piensa jubilarse nunca. Abajo, me pierdo. La tarima es mi vida".

"Rapiditooooo. Hay 10 pesos de arranque", agita Ricardo. El mismo dice que, con lo años, adquirió la maña de no dar respiro a nadie. Un día fue a una casa de remate y como no estaba el martillero se puso él al frente de las subastas. "No le daban las manos al asistente para anotar los datos del lote y el comprador". El olor a los chorizos, que a fuego lento se están asando, agolpa en la entrada a un público exclusivamente masculino. Con una porción de bizcochuelo de vainilla en la mano, un hombre que pide no ser citado, delata que "somos todos amigos hasta cuando levantamos la mano".

Ricardo relata que una vez un hombre estaba interesado en un televisor, "como acá se conocen entre todos le pidió a uno que no ofertara nada cuando saliera a remate. -cuenta y pregunta Ricardo-. Sabés qué hizo. Se puso al lado y no levantó la mano, pero le dijo a otro que lo hiciera por él. Se lo sacó". Una mesa estilo campo sale a remate pero nadie levanta la mano. "¡Sin postorrrrrrrrrrrrrrr!", avisa. El mismo lote tendrá que esperar hasta el próximo viernes.

Según Ricardo, para ser un buen tarimero (en la jerga así se los llama a los martilleros) hay que tener un temperamento fuerte, manejar la psicología del grupo, ser muy rápido, hábil y simpático. En su carrera lleva gastado una docena de martillos. Mientras responde le brillan los ojos celestes y se lo nota emocionado: "Estoy manso. Tenía temperamento, era violento". Ricardo no está solo. Al frente de "Remates Pasquevich", desde hace más de 10 años, lo acompaña Marcela, su pareja.

"Es brava, trata a todos de usted, cuando quieren sacar algo fiado los mando con ella". El reglamento es claro: se paga la seña y se retira dentro del plazo estipulado. Marcela no afloja. En medio del público que espera, paciente e impacientemente, ella deja un plato de vidrio -Durax- marrón, con caramelos rellenos de dulce de leche. "Sea discreto. Uno por vez", avisa en imprenta mayúscula, de un fibrón negro de trazo ancho, la caligrafía de Marcela. Todos cumplen la consigna de Marcela.

ZOOLOGICO

Ricardo también oficia de martillero en otra casa de remate. "Los miércoles me voy para lo de Checa". Semanalmente pasan por sus manos dos mil lotes y miles de personas levantando la mano. "Son bichos raros, pero igual los queremos. Somos como una familia". Jorge Rau coincide con su colega Pasquevich, "Vienen cada ejemplares... Algunos son fanáticos, a veces vienen y no compran nada. Es como un paseo para ellos".

Los dos afirman que aprendieron a quererlos. Cuando bajan el martillo los llaman por sus nombres y si no lo saben los vuelven a bautizar. "Más de una vez le cambié el nombre a alguno", dijeron los dos. Todo está permitido. Los martilleros también coinciden en las infinitas anécdotas a lo largo de los años. Ambos comparten las historias de los dobles techos, de los viejos armarios, cubiertos con ladrillos de dólares o las joyas de la abuela escondidas en las barandas de las camas. "Nunca imaginamos que había tanta plata". Palabras más, palabras menos, se ve que a los dos les llamó la atención.

"Lo más extraño que me tocó sacar a remate fue el esqueleto de un femur de elefante", cuenta Jorge. Agrega que lo compró un veterinario y que todavía recuerda que "lo pagó bastante caro". Por lo del ruso podría decirse que pasó un zoológico. Remató caballos de carrera, perros, un gato montés salvaje de Misiones y dos faisanes. "Como conocía dónde vivía el que ofertaba por los faisanes le pregunté 'che, si vos vivís en departamento'. El me respondió, 'no sabés lo rico que son estos bichos'". Esa noche el hombre no tuvo suerte. Los que sí contaron con la buena fortuna fueron los faisanes que no terminaron en la cacerola.

Las historias que se albergan en esos galpones son infinitas. Son historias llenas de historia. Son objetos que van de mano en mano. Se reciclan a gusto del nuevo comprador. Utiles. Inútiles. Accesibles, seguro. Si busca algo en concreto o nada en específico, recuerde que en las casas de remate hay de todo. Todo un mundo.


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