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El trauma íntimo del robo

Para muchos jubilados que sobreviven a asaltos, su vida ya no vuelve a ser la misma

El trauma íntimo del robo

El trauma íntimo del robo

25 de Enero de 2009 | 01:00
Dueño de un vigor extraordinario, incluso a sus 76 años, Domingo Ricciardi perdió algo más que la jubilación cuando a principios de 2008 dos menores entraron a su casa de Los Hornos y lo doblegaron a golpes para robarle 600 pesos. Fue como si algo de su dignidad se hubiera muerto para siempre aquella noche. Tras el episodio, pasó varios días sin hablar y cuando volvió a hacerlo, su vida ya no volvió a ser la misma.
abre comillasLos geriatras conocen bien las secuelas. Aseguran que sufrir un episodio violento a una edad en que se es especialmente vulnerable siempre deja huellascierra comillas


A una profunda depresión, que duró cerca de tres meses, le siguió la enfermedad. Domingo, que hasta entonces no había tenido problemas serios de salud, empezó a sufrir trastornos que llevaron a internarlo en dos ocasiones. Impedido de valerse por sí mismo, sus hijos decidieron que no podía continuar viviendo solo en la que había sido su casa durante medio siglo. Y él, que siempre se había negado a dejarla, lo aceptó con resignación.

Los geriatras conocen bien este tipo de secuelas. Aseguran que sufrir un episodio violento a una edad en que se es especialmente vulnerable siempre deja huellas. Las víctimas tienden a recluirse, replegarse, perder independencia y aceptar profundos cambios de hábitos a los que hasta entonces se resistían. El trauma suele disparar además dolencias físicas y psíquicas latentes que distintos especialistas aseguran observar cada vez con más frecuencia.

No es casual que la preocupación se instale con renovada fuerza en estos días: los adultos mayores se han convertido en blanco permanente del accionar delictivo. En nuestra ciudad ese sector de la población sufre al menos un robo por semana; algunos de ellos con desenlace fatal.

Mientras desde organismos oficiales se multiplican los esfuerzos para que los ancianos tomen conciencia de la necesidad de reforzar sus medidas de seguridad, fuentes policiales descartan que la tendencia responda a bandas organizadas. La mayoría de los asaltos esclarecidos muestra que se trató de episodios inconexos entre sí, en los que es habitual que un conocido actúe como entregador.

Precauciones inaludiblesLo cierto es que el fenómeno parece alimentarse de dos vertientes. Por un lado, el crecimiento en la expectativa de vida que hace que muchos puedan vivir solos y con un alto grado de independencia hasta edades avanzadas; por el otro, la irrupción de una delincuencia sin códigos que ve en este hecho una oportunidad para delinquir.

Se calcula que el 12% de la población platense tiene más de 60 años, mientras que el número de adultos mayores en la Provincia supera ya los dos millones y es el más alto del país. A la par de los delitos, crece en ese sector el temor a una violencia capaz de arrebatarle algo más que bienes materiales.

EXPULSADOS DE SU HOGAR

"Nos fueron destruyendo de a poco", admite Adelia Kosuta. Desde 2005, ella y su marido Moisés, sufrieron nueve robos en su casa próxima al Parque Vucetich. Tras cada uno de esos episodios, él se fue apagando física y mentalmente. Hoy se encuentra internado en un neuropsiquiátrico.

"Mi esposo ya no está más conmigo. Después del último robo, que ocurrió en octubre, tuve que internarlo porque había dejado de comer y de dormir. Dudo que pueda ya recuperarse alguna vez", dice Adelia, que conserva en su frente la larga cicatriz de un culetazo sufrido durante uno de esos asaltos.

Tampoco ella vive más en la que fue su casa durante los últimos años. "Vengo, limpio, la cuido, le doy de comer a los animales, pero acá no vivo más. Paso las noches en la casa de mi hija. Lo que más me duele es ser una carga para ella, que tiene hijos que criar", cuenta la mujer.

Aunque venía resistiéndose a dejar su hogar, Adelia comprendió tras el último robo que el miedo la superaba. Cuenta que esa madrugada la despertó un ruido y le llamó la atención que sus perros no hubieran ladrado.

"Me levanté, recorrí la casa y, como no vi nada raro, fui a la cocina y me quedé escuchando la radio. Pero ya habían entrado y estaban escondidos. Esperaron que me fuera a acostar para salir. Estaba en la cama cuando aparecieron. Dos tipos con linternas. Habían matado a los perros", relata.

A Adelia la golpearon y arrastraron por su casa para que les entregara dinero que no tenía. Los ladrones apenas pudieron llevarse cincuenta pesos y una estatuilla decorativa sin valor. Para ella, sin embargo, el episodio tuvo un costo emocional difícil de mensurar. "Si no fuera por los psiquiatras tampoco yo estaría acá", dice.

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