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Soliloquio del mito

Eva y los pájaros, de Siro Colli. Dramaturgia y puesta en escena: Siro Colli. Intérprete: Alejandra Bignasco. Acompañamiento con bandoneón: Alejandro Racu Pérez. Sala Teatro Estudio, calle 3 nº 386 y diagonal 74.Por JORGE MONTELEONE

Soliloquio del mito

“Eva y los pájaros”, dirigida por Siro Colli, es interpretada por Alejandra Bignasco

13 de Mayo de 2009 | 00:00
En la solitaria escena hay dos sillas vacías y cubiertas de blanco, como si fueran un asentamiento de la eternidad, como si nada humano pudiese descansar en ellas, salvo una forma del sueño. Detrás hay una gran imagen azulada. Los argentinos saben de qué se trata, pero con el conocimiento que da un triste recuerdo olvidado: parecen flores iluminadas, o fuegos suspendidos, o cientos de luciérnagas, pero no es nada de eso. Es una imagen conmovedora donde de a poco se discierne una multitud. Es, finalmente, la enorme muchedumbre que lleva sus velas y antorchas en la vigilia del entierro de Eva Perón, en 1952.

Un hombre llega al escenario y comienza a tocar el bandoneón y ofrece en una melodía profunda, donde el tango se oculta y desoculta como un lamento largo, algo así como una intimidad de la música. Y entonces llega ella, esa mujer, llevando en su mano una farola amarillenta, llamando a otro hombre, que no está o que acaso está, quien sabe, del otro lado de la vida. Lo llama, perentoria: "¡Juan! ¡Juan!". Se reconoce ese "tailleur", ese trajecito marrón de los años cuarenta, de elegancia estricta, que los tacos altos feminizan sensualmente. Es una mujer bella y delicada y a la vez fuerte, se la identifica como lo que fue, pero al mismo está distinta. Tiene el pelo recogido con ese rodete familiar, pero no es rubia ahora, sino morocha. Conserva vagamente los rasgos conocidos, pero no ronda los treinta años, ya es una mujer más madura. El público comprende de inmediato que esa mujer es Eva Perón, Evita, que regresa como fantasma, como recuerdo vivo, aunque su aspecto, como si se hubiera transformado en la muerte, haya variado un poco: "Me imaginaron más vieja para venir a visitarte", dice. Y además: "Los cuerpos tienen marcas, señales, gestos mudos. (.). Aun los cuerpos muertos son como soliloquios". De allí saca toda su potencia la pieza teatral "Eva y los pájaros", con dramaturgia y dirección de Siro Colli y producción del Grupo de Teatro La Gotera: del soliloquio de una muerta enorme, mitológica y absolutamente viva en la memoria del mundo. Aunque no es exactamente un soliloquio, sino un diálogo con una figura ausente: Juan Perón. La escena está planteada como si Perón fuera real pero invisible a los ojos del público, que en cambio percibe en su espesor dramático al espectro de Evita. Ese diálogo donde Eva se dirige a un Perón mudo en la quinta de San Vicente, es uno de los hallazgos de la pieza. Pero su silencio no implica, como en la "Eva Perón" de Copi, una forma de la cobardía o el desinterés, sino un presencia cargada de voluntad histórica, que a veces se humaniza: "No empieces a retarme" le dice Evita.

La mujer oscila al menos en tres registros: su situación de muerta adorada y odiada, cuya tarea ha quedado inconclusa; su condición de mujer que roza cierta fragilidad; su proyección en la historia, cuando anticipa una forma de reencarnación en las madres y abuelas de Plaza de Mayo. Esos registros son básicamente orales y en ese trabajo con la voz Alejandra Bignasco apoya su justa interpretación del personaje: va de la energía al susurro y de la queja a la arenga, conservando su aguda femineidad . Pero sobre todo la Eva de Siro Colli es un cuerpo que no sólo habla de sí -de su imagen y de su sombra proyectada como una efigie, de su enfermedad, de su condena a la eterna juventud, del odio reconcentrado en la horrible frase "viva el cáncer", de su vejación y ultraje post mortem-. También habla de los otros cuerpos que, por la ilusión revolucionaria de su nombre, se transformaron en perseguidos, torturados, asesinados, desaparecidos. O, en fin, habla de los cuerpos que tuvieron su primera presencia en el espacio público desde 1945: "Tengo en mí miles de caras felices". Al final esa mujer decide quedarse descalza, en contacto con la tierra real, mientras los pájaros vuelan. La puesta en escena de Siro Colli es sobria, para preservar esa fuerte presencia corporal, en la cercanía del teatro. La brevedad de esta pieza reconcentra la fuerza mítica del personaje, que Bignasco acentúa y sostiene, y que el bandoneón de Alejandro Racu Pérez ahonda en una vaga música, urbana, nacional y legendaria.

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