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Opinión |ENFOQUE

Espejo

Por JOSÉ LUIS DE DIEGO

Espejo

Espejo

13 de Junio de 2009 | 00:00
El rojo y el negro” es una estupenda novela que Stendhal dio a conocer en 1830, el mismo año del fin de la Restauración en Francia. Ya avanzada la intriga de la historia que se cuenta, el narrador afirma: “...una novela es un espejo que se pasea a través de un largo camino. A veces refleja a vuestros ojos el azul de los cielos, a veces el fango de los charcos del camino. ¿Por qué habréis de acusar de inmoral al hombre que lleva el espejo en su mochila? ¡Acusáis a su espejo que no hace más que reflejar el fango! Acusad más bien al largo camino donde se encuentra el charco, o mejor aun al inspector de caminos que deja que se encharque el agua y se forme el fango”. A partir de entonces, la llamada escuela realista adoptó la metáfora del “espejo” como un ideal estético: la literatura (y la pintura, la escultura, el teatro) es un “espejo” de la realidad; el arte verdadero es el que “refleja” la realidad. Pero, como es sabido, en el período de entreguerras del siglo XX, las vanguardias artísticas echaron por tierra el ideal del “reflejo”. “El arte no es un espejo para reflejar el mundo, sino un martillo con el que golpearlo”, afirmó, con la exaltación propia de aquellos años, el poeta ruso Vladimir Maiakovski. En nuestros días, cualquier lector, o espectador de cine, puede afirmar que le gustan más las obras que “reflejan” la realidad; muchas de esas obras, para reforzar ese efecto, suelen agregar que los acontecimientos narrados están basados en hechos reales. Sin embargo, una mirada panorámica por la historia del arte pone de manifiesto que ese ideal del “reflejo” no existió siempre y que uno de los momentos en que su cuestionamiento resultó más agudo y crítico fue precisamente en el siglo que pasó. Piénsese en la literatura de Kafka o Joyce, en el teatro de Beckett o Pirandello, en la pintura de Picasso, Klee o Miró. El arte da versiones de lo real que no siempre se ajustan al modelo del “espejo”, y no tienen por qué hacerlo.
abre comillasSi ya nadie puede sostener que la literatura y el arte 'reflejan' la realidad, mucho menos se lo puede sostener respecto del periodismocierra comillas


OPERACIONES

¿A dónde ha ido a parar, entonces, la tan citada teoría del “reflejo”? Rechazada por el arte, ha desembocado en el periodismo. Léase de nuevo el fragmento de Stendhal y se encontrará el argumento que sostienen, en su defensa, buena parte de los periodistas en la actualidad. Como si dijeran “no sé por qué se enojan con nosotros si no hacemos más que ‘reflejar’ lo que pasa”. Así, las críticas al periodismo serían tan injustas como aquel rey que mataba al mensajero que le traía malas noticias. No obstante, la defensa es muy débil: si ya nadie puede sostener que la literatura y el arte “reflejan” la realidad, mucho menos se lo puede sostener respecto del periodismo.

Se cuenta que poco antes de caer el gobierno de Salvador Allende en Chile, había escasez y desabastecimiento de algunos productos. El periódico “El Mercurio”, que simpatizaba con el golpe en ciernes, tituló: “Se acabó el azúcar”. La noticia, al momento de editarse el diario, era falsa; pero muchos lectores leyeron ese título y corrieron a comprar azúcar. Un par de horas después, la noticia era verdadera: se había acabado el azúcar. Es evidente que el diario, en este caso, no “reflejó” la realidad, más bien la produjo. Ahora supongamos que a la economía de un grupo de empresas les interesa que suba el dólar; mandan a los canales de televisión a un puñado de “prestigiosos” economistas a sueldo, quienes afirman, con cara circunspecta y traje impecable, que la tendencia del dólar es alcista, que al país le conviene un dólar más alto, que el llamado “dólar futuro” ya se está cotizando a no sé cuánto, etc. El ingenuo televidente, para preservar sus ahorros, corre a comprar dólares; se genera el efecto de contagio y, en consecuencia, al aumentar la demanda el dólar sube. Los economistas dirán “teníamos razón”; no obstante, otra vez, ellos no describieron lo que pasaba, sino que actuaron para que eso ocurriera. A estas maniobras inmorales se las ha bautizado “operaciones de prensa” u “operaciones mediáticas”. Cuando el equipo de redacción de un periódico (o de un noticiero televisivo) discute cómo titular y dónde colocar ese título, suele atender a dos criterios: o bien qué título puede atrapar más el interés del lector (y así vender más ejemplares), o bien qué titulo puede prestigiar al periódico por su carácter de primicia (y poder decir “fuimos los primeros”). En ningún caso, el criterio es qué título “refleja” mejor lo que pasó.

EL NUEVO “REFLEJO”

Un procedimiento flagrante de estas “operaciones” se advierte en los títulos en modo potencial: “Habría renunciado el ministro”; “Aumentarían los peajes”. Es evidente que, más allá de la confiabilidad de las fuentes, el efecto logrado es que se desestabiliza al ministro en su cargo o se crea el clima necesario para que los peajes aumenten. Por otra parte, si lo que se anuncia no ocurre, el periodista está a salvo (“yo no lo afirmé”); si ocurre, “yo tuve la primicia”. Una prueba más, no es necesario aclararlo, de cómo el ideal del “reflejo” suele terminar en un tacho de basura.


El periodismo moderno nació como respuesta a los abusos del absolutismo; desde entonces, su misión más noble ha sido la de controlar al poder. Para cumplir esa función, es menester que las empresas periodísticas independientes sean poderosas. El problema que hoy vivimos es que muchas de ellas son poderosas porque han pasado a manos de los poderosos, y algunos medios han terminado por “reflejar” sólo el interés de quienes dominan.


dediego_jl@yahoo.com.ar

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