Oscar Romagosa

Su fallecimiento

Con el fallecimiento del profesor Oscar Romagosa, el martes pasado a los 89 años, la Ciudad despide a uno de sus docentes más destacados, que supo ganarse el afecto y la gratitud de varias generaciones de estudiantes a quienes transmitió no sólo sus vastos conocimientos en el terreno de las ciencias biológicas, sino sus convicciones éticas, enseñando desde el ejemplo, la reflexión y la tolerancia.

Hijo de Isidro Romagosa y Margarita Arnera, hermano de Jaime, Esteban y Olga, Oscar Isidro nació en Barcelona el 22 de noviembre de 1920. A los seis años, desembarcó en la Argentina para dirigirse a Junín, donde sus padres se radicaron para administrar un hotel.

Después de cursar los estudios primarios y secundarios en la ciudad del oeste bonaerense, llegó a La Plata con el objetivo de estudiar Biología en la facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional. Una vez graduado, decidió traducir a los hechos su vocación docente, y comenzó a dar cátedra de zoología, biología y botánica en colegios como el Normal 1, el Normal 3, y el Nacional.

Pero fue en el Liceo Naval Militar "Almirante Brown", entonces ubicado en la Isla Santiago, donde encontró su lugar de pertenencia; por sus clases pasaron, entre otros, el médico Alberto Cormillot, el cineasta Luis Puenzo, el locutor y animador Pancho Ibáñez, el hematólogo Julio César Sánchez Avalos, el genetista Enrique Gadow, y el magistrado bonaerense Francisco Héctor Roncoroni.

Casado con Elisa Reviriego, tuvo dos hijos -Fernando, actualmente en España, y Elisa, ya fallecida- y cinco nietos: Genoveva, María, Lucía, Pedro y Maite. Años después de enviudar volvió a formar pareja, hace poco más de una década, con Beatriz Poggio -se casaron en 2004-. Los hijos y nietos de su compañera, con quien vivió años plenos, caracterizados por la asistencia a funciones de teatro, conciertos y puestas de ópera -género que lo fascinaba-, fueron para él una verdadera familia "del corazón".

Los numerosos amigos que Oscar Isidro Romagosa cosechó en ámbitos institucionales, académicos y profesionales lo recordaron como "una persona afectuosa, comprensiva, con una formación cultural completísima y de una bonhomía poco común". En ese sentido, la gratitud de sus alumnos a través del tiempo tomó, entre otras, la forma de numerosas invitaciones -que incluían los medios de transporte que fueran necesarios para poder garantizar su presencia- a compartir los encuentros del Centro de Graduados del Liceo Naval.