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Opinión |ENFOQUE

Babilonia

Por JOSE LUIS DE DIEGO

16 de Octubre de 2010 | 00:00
Jorge Luis Borges, en "La lotería en Babilonia", imaginó "un país vertiginoso donde la Lotería es parte principal de la realidad". Antiguamente, a quien ganaba se lo premiaba con unas monedas de plata. Luego, alguien ensayó una reforma: intercalar unas pocas suertes adversas entre los números favorables. Los perdedores debían pagar una multa; quienes se negaban, pagaban con la cárcel. Estos hechos llevaron al crecimiento de la Compañía y a la generalización del juego: "El pueblo consiguió con plenitud sus fines generosos. En primer término, logró que la Compañía aceptara la suma del poder público. (...) En segundo término, logró que la lotería fuera secreta, gratuita y general". Como es frecuente en Borges, una vez narrado el argumento, se formula la conjetura que lo sustenta: "Si la lotería es una intensificación del azar, una periódica infusión del caos en el cosmos ¿no convendría que el azar interviniera en todas las etapas del sorteo y no en una sola? ¿No es irrisorio que el azar dicte la muerte de alguien y que las circunstancias de esa muerte -la reserva, la publicidad, el plazo de una hora o de un siglo- no estén sujetas al azar? (...). Imaginemos un primer sorteo, que dicta la muerte de un hombre. Para su cumplimiento se procede a otro sorteo, que propone (digamos) nueve ejecutores posibles. De esos ejecutores, cuatro pueden iniciar un tercer sorteo que dirá el nombre del verdugo, dos pueden reemplazar la orden adversa por una orden feliz (el encuentro de un tesoro, digamos), otro exacerbará la muerte (es decir la hará infame o la enriquecerá de torturas), otros pueden negarse a cumplirla... Tal es el esquema simbólico. En la realidad, el número de sorteos es infinito. Ninguna decisión es final, todas se ramifican en otras". Aquí, un problema de índole filosófico es abordado desde una formulación literaria que se asemeja a una demostración por el absurdo: la aparente negación de todo determinismo -la postulación de un azar absoluto- culmina con una determinación total -la omnipotencia de la Compañía-. El pueblo demanda que se generalice el juego; por tanto, el juego se complejiza y la oferta se multiplica. Pero para esto debe reclamar que la Compañía acepte la centralización del poder. ¿Puede alguien imaginar una mejor descripción de la tan mentada globalización?

EXPECTATIVAS

Uno de los problemas que enfrentan las democracias modernas es precisamente cómo reducir las expectativas políticas (que cada vez el ciudadano espere menos de la democracia) y, a la vez, cómo lograr ampliar sus expectativas de consumo (que cada vez quiera comprar más cosas). Basta sentarse un rato frente a la televisión para advertir el abismo que existe entre el noticiero y las pausas publicitarias. Por un lado, violencia, marginación, inflación disimulada, conflictividad social; por otro, un tipo de publicidad que, en su mayoría, apunta al 20 % de la población que tiene dinero: sonrisas, caras bonitas, cuerpos espléndidos, autos caros, perfumes glamorosos (¿vieron que no hay una sola propaganda de perfumes en la que se hable en español?), gaseosas que nos alegran la vida, tecnología de última generación. Si usted se pregunta cómo es posible vivir en esa permanente paradoja, pruebe encontrar la respuesta en el relato de Borges. Porque para aumentar las expectativas de consumo (que se generalice la lotería), el ciudadano debió resignar los derechos políticos y sociales que había defendido (y por los que había luchado) durante generaciones (cedió la suma del poder público a la Compañía). Además, la tecnología le brindó las herramientas para el desarrollo de una suerte de democracia virtual, en la que cada ciudadano cree tener algún derecho porque escupe a una red social un mensajito de unos cientos de caracteres y opina lo que se le antoja. Puede estar encerrado en su casa para que no lo asalten y no saber cómo hará para llegar a fin de mes, pero se mete en la computadora y dice qué barbaridad lo del caso Piparo, sugiere quién debe ser el técnico de Gimnasia, se conduele con la muerte de Romina Yan, insulta a Aníbal Fernández, vota para salvar a la Mole Moli. Ese ciudadano resignado, asustado, descreído de la política y fascinado por las formas más banales de la tecnología tiene un nombre: "La gente".

¿RESISTENCIA?

Se me dirá que en algunos rincones del mundo, y en particular en América latina, hay algunos atisbos de resistencia a ese formato globalizado y una voluntad de reinsertar el debate a favor de los derechos de los ciudadanos. Por lo que veo, ese interés suele agotarse en la retórica de los discursos. Pero, aun suponiendo que esa voluntad existiera y que va más allá de las palabras, nos enfrentaríamos a lo que, con lucidez, ha descripto Zygmun Bauman: "En nuestro mundo cada vez más globalizado hay política local sin poder, y poder global sin política". Esto es, aunque se quisiera, desde un rincón del mundo, reinsertar la política en su más noble dimensión, no se tendría el poder necesario (miren el ataque cruel y destructivo que el establishment mundial operó contra Grecia, España y Portugal; qué nos espera a los pobres sudamericanos). Y lo que el poder global instala con una fuerza demoledora es lo contrario, la resignación de la política como fuerza de transformación como condición necesaria para la concentración del poder económico. He aquí, entonces, la Compañía, y la lotería en la que estamos metidos. Roguemos para que, en los próximos días, o años, no nos toque, en el periódico sorteo, una suerte adversa.

dediego_jl@yahoo.com.ar


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