Una presidencia con estilo propio y una impronta de firmeza

El ex presidente Néstor Kirchner encabezó entre 2003 y 2007 un gobierno con una fuerte impronta personal, en el que se tomaron medidas de marcado impacto para el país como las vinculadas a la defensa de los Derechos Humanos, los cambios en la Suprema Corte y la cancelación de deudas con el Fondo Monetario Internacional apelando al uso de reservas del Banco Central.

La gestión Kirchner, que en la mayoría de sus aspectos tuvo su continuidad en la actual administración de Cristina Fernández, quedó marcada a fuego por la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, que permitió el juzgamiento por delitos de lesa humanidad de militares que tomaron parte de la represión durante la dictadura militar.

Quizás su foto más famosa haya sido aquella que retrató su orden de bajar el cuadro del dictador Jorge Rafael Videla de la Escuela de Mecánica de la Armada, convertida ahora en un espacio para la memoria. Ese aspecto de la política oficial le valió el cerrado respaldo de diversos organismos de Derechos Humanos como Abuelas y Madres de Plaza de Mayo.

Kirchner también apostó al renovación de la Corte “menemista”, como solía definirla. E incorporó a juristas de prestigio como Eugenio Zaffaroni, en busca de un tribunal con “idoneidad e independencia”. Fue un aspecto de su administración que le retribuyó el apoyo de distintos sectores opositores que, de a poco, se fueron acercando al proyecto oficial.

Pero si hubo un rasgo saliente en su administración fue el haber colocado a la política como eje central de las decisiones, a diferencia de los 90, cuando los economistas eran reyes y señores. Esa tendencia quedó fuertemente marcada tras la salida del gabinete del ministro Roberto Lavagna, en noviembre de 2005, cuando la marcha de la economía exhibía signos de robustez.

CLAVES ECONOMICAS

Con crecimientos anuales cercanos al 9% y una importante caída del desempleo y los índices de pobreza, el ex presidente logró la independencia del FMI con un pago por la deuda total de 10.000 millones de dólares y avanzó en forma significativa en una mejora del perfil de la deuda externa, un proceso de canje que se cerró en gran parte el año pasado.

Con su sello inconfundible vinieron después, ya durante el gobierno de Cristina, medidas como la estatización de los fondos previsionales, tras el derrumbe de los fondos de las AFJP provocado por la crisis global de 2009.

En contraposición, su conducta que sé basó en la premisa “al enemigo ni justicia” -según la frase acuñada por el propio Perón- tensó la cuerda al máximo en la pelea entre el Gobierno y el campo en 2008, que le provocó un desgaste enorme y prematuro al gobierno de su esposa.

Néstor Kirchner también jugó fuerte para profundizar la unidad en América Latina, y su carta más sonada la puso sobre la mesa en la Cumbre de las Américas, en 2005, cuando junto con Hugo Chávez y Evo Morales impusieron el “No al Alca”. Esta movida le valió el malestar de los Estados Unidos, pero el reconocimiento de sus pares de la región y el nombramiento al frente de Unasur, cargo que ahora queda vacante.

ESTILO PARTICULAR

Todas estas medidas y acciones de gobierno se enmarcaron en un particular modo de llevar adelante la gestión y de relacionarse con el peronismo y la gente. Por caso, el ex presidente solía burlar a sus propios custodios para mezclarse entre los militantes, y hasta eludió esos controles para llegar hasta la cancha de Racing, el club de sus amores, para cumplir la promesa de regalarle televisores a los jugadores de la Academia.

El famoso “estilo K”, que al comienzo parecía sólo una forma de rebeldía para romper el protocolo, se profundizó con el paso de los años para llevar a Néstor Kirchner a patentar una forma de hacer política, basada en la pelea permanente como una metodología de acumulación de poder.

Así, de aquel Presidente del saco cruzado abierto y los mocasines que saltaba entre la gente desde los escenarios que le montaban en distintos puntos del país, Kirchner derivó en una figura menos simpática y más confrontativa, que se plantaba ante el adversario de turno con una virulencia arrasadora.

Algunos de esos “enemigos” cayeron vencidos o resultaron gravemente dañados, como los militares vinculados a la última dictadura, la Iglesia tras la sanción de la ley de matrimonio gay o un sector de los medios de comunicación, pero en otros casos el “estilo K” rebotó como un “boomerang” contra el Gobierno.

CONTRA EL AGRO

El más notorio de ellos lo constituyó la “guerra del campo”, iniciada por el kirchnerismo para engrosar las arcas del Estado con las retenciones a las exportaciones del sector, en una jugada que terminó tan mal para el Gobierno al punto de que el propio vicepresidente, Julio Cobos, se apartó de la línea oficial.

No menos destacada fue la pelea contra el Grupo Clarín y La Nación, en la cual no solo estuvo en marcha una política de Estado sino también un amplio aparato periodístico oficial puesto al servicio del plan, sin posibilidades de marcha atrás.

Dueño de un discurso coloquial, alejado de las formalidades y desaliñado en sus movimientos corporales, Kirchner alimentó en los últimos años la figura de un hombre poderoso, digno de ser temido, una de las características que le posibilitaron mantener en estado de docilidad a un peronismo siempre indómito.

Tal vez por ese mismo motivo Kirchner buscó evitar siempre, como pudo, dar alguna señal de debilidad, como las que había emitido involuntariamente en los últimos tiempos cuando se vio afectado por notorios problemas de salud que, ayer, provocaron su muerte súbita.