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La gran aventura

Por Diego Bagú (*)

17 de Abril de 2011 | 00:00

El ruso Konstantín Tsiolkovsky (1857-1935), padre de la astronáutica, acuñó una frase memorable: "La Tierra es la cuna de la Humanidad; pero uno no puede vivir en la cuna para siempre". Nuestro inocultable deseo interior de viajar al espacio no comenzó con Konstantín y otros pioneros, sino mucho antes. El interés por las estrellas nació en el preciso momento en que el primer australopithecus carnívoro elevó su mirada al cielo oscuro de la sabana africana para preguntarse sobre ellas. A partir de ese instante, tan sólo a paso de hombre hemos explorado continentes, y con frágiles navíos, hemos navegado peligrosos y misteriosos mares con el fin de conquistar lugares extremadamente alejados del mundo "oficialmente conocido". El vuelo espacial era -y es- un paso inevitable más en la aventura humana. Somos exploradores por naturaleza. Lo llevamos en nuestros genes. De hecho somos, literalmente, materia estelar. Cada uno de los átomos que conforman el cuerpo humano, como ser el hierro contenido en el flujo sanguíneo, se ha formado en el interior de los hornos nucleares estelares. También es muy cierto que no hemos explorado sólo por la experiencia en si misma; lo hemos hecho para sobrevivir. Hace exactamente 50 años dimos el primer paso como especie en este increíble y fantástico viaje. Desde mi perspectiva, el más grandioso de todos. Yuri Alekséyevich Gagarin fue nuestro primer enviado estelar, abriendo las puertas hacia un destino natural. En el famoso edificio de cinco lados ubicado en Washington D.C., seguramente se habrán atragantado al observar que Yuri y su Vostok 1 amenazaban seriamente con la posibilidad de una "Luna Roja". Allí comenzó explícitamente, y de una manera frenética, la carrera espacial que posibilitó, ocho años después, plantar en la superficie selenita una bandera con estrellas blancas y cumplir la promesa de John F. Kennedy. El llegar a la Luna fue el comienzo y, paradójicamente, el fin (momentáneo) de nuestro último gran desafío. Con el vuelo del Apolo 11, los Estados Unidos de América (EE.UU.) le ganaron la gran batalla de la Guerra Fría a los soviéticos. En 1972 se realizó el último de los seis fantásticos viajes. Desde entonces, no hemos parado de volar al espacio, pero tan sólo para dar vueltas y más vueltas alrededor de nuestra frágil esfera azul. Se han logrado grandes hazañas, como ser la construcción de la Estación Espacial Internacional o el telescopio espacial Hubble, con el cual hemos avanzado como nunca antes lo habíamos hecho en la comprensión del universo. Pero todo esto se eclipsa al pensar que hace más de cuarenta años caminamos en otro mundo. Hoy en día muchas naciones trabajan y colaboran conjuntamente en la gran empresa espacial. China es un nuevo integrante del selecto club, y se ha convertido en la tercera nación en la historia -luego de Rusia y EE.UU.- en poner un ser humano en el espacio por medios propios. NASA tiene momentáneamente cancelado su programa Constellation, el cual ha sido diseñado para volver a la Luna. La crisis financiera ha sido el motivo. Crisis que no afectó en absoluto los fondos para las contiendas bélicas que el mismo país del norte mantiene en distintas partes del globo. Quizás la gran nación oriental sea hoy en dia la "amenaza" para disparar nuevamente la carrera lunar, esta vez en forma pacífica y mancomunada. Sólo a partir de la vuelta a ella, será posible emprender nuestro viaje a Marte y al resto de los planetas, para lograr plasmar definitivamente, nuestra última e inexorable gran aventura.

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