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La nueva vida de Flor de la V como reciente mamá de mellizos

La capocómica alquiló un vientre en Estados Unidos y contó cómo es su nueva rutina con la llegada de Isabella y Paul, sus hijos

La nueva vida de Flor de la V 
como reciente mamá de mellizos
4 de Septiembre de 2011 | 00:00

Florencia Trinidad, o como es más conocida Flor de la V, los esperó como quien espera encontrar un oasis en el desierto. Los esperó como quien espera un milagro capaz de cambiar el mundo. Los esperó como quien cree que los sueños imposibles pueden convertirse en realidad. Y lo consiguió. Paul Alexander, el varón, nació el 25 de agosto a las 13.07 hora argentina. Su hermana Isabella un minuto después. Y Flor lloró. No por primera vez en la vida, pero sí más que nunca. Y no de desdicha, como tantas veces, sino de felicidad. Una felicidad única, intransferible, definitiva.

"No podía dejar de llorar -cuenta-. Me temblaban las piernas. Cuando los tuve a los dos sobre mi pecho sentí algo que no puedo describir, pero que guardaré para siempre. Nada es comparable. Sí, quiero gritar al mundo: ¡Soy mamá!. El sueño más importante de mi vida se hizo realidad. A veces, cuando pienso en mi vida, no dejo de valorar cada cosa que conseguí, porque nada ha sido fruto del azar o la fortuna. Cada conquista, cada cumbre, pudo haber sido un precipicio o una derrota definitiva".

Los mellizos Goycochea nacieron en la Clínica Mount Sinai, cercana a la ciudad de Los Angeles, llegaron al mundo por cesárea, y pesaron el varón 3,100 y la hermanita 2,90 kg. Se adelantaron once días a la fecha prevista por el obstetra. Desde la red social Twitter 350.000 fans de Flor siguieron su nacimiento minuto a minuto. Pero solo la mamá sabe la ansiedad que vivió la noche anterior a su llegada.

Para empezar, fue la noche más larga de su vida. Una y otra vez dobló y acomodó la ropa de los bebés que trajo como resultado de recorrer los mejores shoppings. Una y otra vez imaginó sus caritas, su olor, las primeras caricias.

Instalada en la sala de espera de la clínica desde el día anterior, pasó la noche en vela. Su única compañía, además de su marido, fue la música de la serie Glee. Y de pronto, la espera llegó a su fin. Un bebé lloró, con toda la fuerza de sus pulmones, en la sala de neotología. En ese preciso instante Flor exclamó "¡Es mi hijo!". Y sí. Porque la magia existe, era el llanto de Paul Alexander.

Aferrada a la mano de Pablo, su marido, Flor dice con voz temblorosa: "Ya soy mamá. Aprendí que ahora mi vida ya no es mía, porque la consagro a estas otras dos vidas que me la cambiaron por completo". Y escribió en el diario íntimo que está escribiendo para sus hijos:. "Miro hacia atrás y en esa cordillera hermosa que ha sido mi vida sobresalen algunos picos: mi primer beso enamorada, el día que por primera vez me vestí de mujer, la primera noche en que pisé un escenario, la mañana en que recibí un documento con mi nombre...Pero ninguna de estas cosas alcanzan la intensidad de lo que siento hoy".

Flor siente que todo lo vivido hasta ahora fueron las piezas de un rompecabezas que fue armando con voluntad y sufrimiento. Pero que solo en este momento logró colocar la pieza más importante. La que le da sentido a su vida. Y confiesa que tiene ganas de gritar. No de pena, sino de dicha. Y repite, como si no lo creyera, "Soy mamá, soy mamá. Mamá como la que tuve y perdí tan temprano".

En su nueva vida, que durante un mes será en los Estados Unidos, Flor y Pablo se turnan en todo: darles la mamadera, cambiarles los pañales, estar atentos a cualquier cambio. Al mismo tiempo hicieron viajar desde Buenos Aires a una de las tres empleadas que trabajan en su piso de Recoleta y es una experimentada madre de mellizos. Otro dato que muestra la entrega de Flor a sus hijos es que antes de partir entrevistó a dos hermanas, expertas en cuidar bebés, que son contratadas por las familias de la alta sociedad porteña. Las dos ya se preparan para instalarse en el piso de Flor y Pablo.

Mientras lee y contesta los mensajes que le llegan vía Twitter sin parar, Flor dice: "Me emociona sentir el cariño que la gente le tiene a mis hijos. Y eso es lo que me hace sentir querida en mi país mucho más que millones de aplausos. Luché por ellos y están acá. Es lo más grande que la vida pudo regalarme. No puedo evitar los prejuicios, pero pido que no falte el respeto en las opiniones. Ellos tienen salud, yo soy feliz. ¿Qué más puede importarme?.

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