Sólo tres de cada diez jóvenes platenses van a la Universidad

Los meses para ahorrar son casi dos: parte de diciembre y todo enero. En ese período, Diego Quispe (24) aprovecha la tranquilidad de su Jujuy natal para darse maña con una de las tantas cosas que sabe: trabajar el hierro. Ya conocido por muchos de sus vecinos, toma encargos para hacer portones, rejas y hasta parrillas artesanales. Y todo lo que gana, lo sabe bien, tiene un solo y único destino: el estudio. “Trabajo todo lo que puedo durante las vacaciones en mi pueblo -cuenta él- para después mantenerme cuando estoy en La Plata”. Diego es uno de los casi cuarenta jóvenes que viven en el albergue de la Universidad local y su historia es ejemplo de alumno que para estudiar tiene que tomarse, antes que nada, el trabajo de saber cómo y de qué manera. “Si no fuera por el albergue no podría haber venido -asume-. Me anoté a través del programa de pueblos originarios y con esa ayuda puedo estudiar Ingeniería Electromecánica. Si no tuviera eso sería imposible. Vivo con unos 200 pesos al mes y ando justo, muy justito. Pero bueno: si quiero tener un título, otra no me queda”.

De los jóvenes que viven en la Ciudad pero vienen de otros lugares, el 47% cursa alguna carrera en la UNLP

El caso de Diego ilumina una realidad no siempre tenida en cuenta: la de los jóvenes que, pese a la gratuidad de la universidad en Argentina, tienen que trabajar y hacer esfuerzos enormes para cumplir el sueño de conseguir el título. Los datos son claros: según cifras del Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa) en base a la Encuesta Permanente de Hogares del Indec, sólo el 12% de los jóvenes pobres de nuestro país accede a la universidad.

Aunque no hay un muestreo por nivel de ingresos en nuestra región, desde Idesa se apunta que, siempre en base a datos del Indec, sólo el 30% de los jóvenes de entre 20 y 25 años que viven en La Plata va a la universidad, una cifra que se eleva cuando se toma en cuenta a los chicos de esa franja etaria que están radicados en la Ciudad pero vienen de otros lugares. En ese universo, el 47% de los jóvenes (casi la mitad) dice presente en el nivel universitario.

DIFERENCIAS

“La calidad y el acceso a la educación en la Argentina son muy diferentes según el estrato socioeconómico al que pertenecen los jóvenes”, apuntan en Idesa, cuyas autoridades no dudan en asegurar que en nuestro país “prevalece un pasivo conformismo frente a las regresivas consecuencias que tiene asociada la mala organización del sistema educativo”.

Según los datos de su muestreo, dentro del grupo de jóvenes de entre 20 y 25 años de todo el país, el 24% cursa estudios universitarios, mientras que el 17% no estudia ni trabaja. Entre el 20% de los hogares de más altos ingresos, además, el 43% de los jóvenes de esa franja etaria cursa estudios universitarios mientras que menos del 5% no estudia ni trabaja. En el 20% de los hogares más pobres, en cambio, los datos del Indec revelan que sólo el 12% de jóvenes cursa estudios universitarios, mientras que el 30% no estudia ni está empleado.

“Los datos oficiales señalan que para las familias pobres el acceso a la universidad es una alternativa remota -dicen los hacedores del informe-. La mayoría de los jóvenes pobres desertó mucho antes de estar en condiciones de ingresar a la universidad, y los pocos que terminan el nivel medio lo hacen con severas deficiencias de formación. Por eso, los que ingresan tienen pocas probabilidades de permanecer en la universidad y el resto tampoco tiene como alternativa el ingreso al mercado de trabajo por sus déficits formativos”.

Parte de esta realidad en la que muchos jóvenes encuentran serias dificultades económicas a la hora de encarar una carrera, se hace evidente en historias como la de Diego Quispe o la del propio Diego Ibáñez Roka (20), un tandilense que llegó a La Plata en febrero pasado para estudiar Diseño en Comunicación Visual en la facultad de Bellas Artes. Hijo de desocupados, Diego se puso a averiguar por Internet a mediados del año pasado qué posibilidades más o menos concretas tenía para venirse a estudiar a la Ciudad. Y la única chance que vio fue la del albergue de la UNLP, donde también le ofrecían las cuatro comidas diarias.

“En septiembre presenté todos los papales y a fin de año me confirmaron que podía venir -cuenta Diego-. Si no era por esta posibilidad, para mí era imposible hacer la carrera. En Tandil daba clases de apoyo escolar y fui ahorrando para poder costear algo de los estudios. Por mes no gastó más de 250 pesos. Vivo con lo justo pero tampoco me privo de salir a tomar algo con mis amigos. Cuido la plata mucho, es verdad. Y trato de gastarla sólo para las entregas. La que hago no es una carrera barata y se me va la mayoría de la guita en impresiones y fotocopias para las entregas”.

En las mediciones internacionales, el deterioro que sufre la Argentina en calidad educativa es notorio. Según el Programme for International Student Assessment (Pisa), la Argentina califica 5º, detrás de Chile, Uruguay, Colombia y Brasil. A esto se le agrega los datos de la Encuesta Permanente de Hogares del Indec, que demuestran que la universidad, aun cuando sea libre y gratuita, en la práctica sigue siendo elitista.

Para revertir esta situación, la propia UNLP -donde el 37% de sus estudiantes proviene de ciudades del interior de la Provincia o del resto país- lleva adelante una serie de programas que incluyen becas y ayudas. Sólo en el comedor universitario, por caso, se preparan 5 mil raciones de comida por día, de las cuales 4500 tienen un valor de 4 pesos y 500 se entregan en forma gratuita. En lo que hace a las becas de transporte, actualmente son 2400 los alumnos que reciben esa ayuda.

LOS ALQUILERES

El hecho que cada vez sean más los estudiantes que busquen un lugar en el albergue universitario demuestra que, más allá del nivel socioeconómico que tengan, el de la vivienda es una de las trabas más importantes con las que se topan los alumnos que vienen de afuera. “Las cámaras inmobiliarias se abusan”, asegura Juan Merino (28), que llegó de Vedia en el 98 para estudiar Periodismo y forma, junto a otros alumnos y ex estudiantes de la UNLP, parte del grupo que pide por “alquileres más bajos”.

El reclamo se realizó a partir de una iniciativa de alumnos de la facultad de Periodismo que nació en Facebook. Lo que llevó a estudiantes de distintas unidades académicas a movilizarse para pedirle a las autoridades de la Universidad local la creación en Bienestar Estudiantil de una secretaría de Asuntos Inmobiliarios que asesore y sirva de garante a los jóvenes que provienen del interior del país y necesitan alquilar inmuebles para vivir mientras siguen sus estudios.

“En una semana el petitorio lo firmaron unas mil personas”, apunta Matías Kraber (26), otro universitario que participa de la movida. Según cuenta, La Plata “es una ciudad que a los estudiantes que vienen de afuera les brinda muchísimas cosas, desde la calidad educativa hasta una fuerte movida cultural. Pero vemos que muchos chicos no pueden aprovecharlo por los precios con los que se manejan los alquileres. Y no sólo se trata de valores desmedidos, sino también de condiciones que imponen las inmobiliarias que deberían terminarse, como por ejemplo el cobro por la averiguación de garantías, un trámite que debería ser barato pero que, además de correr por cuenta del inquilino, algunas inmobiliarias lo están cobrando hasta 400 pesos”.