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Información General |PLATENSES POR EL MUNDO

Añoranzas de una mamá migrante

Por MARÍA ESTER ALONSO MORALES

Añoranzas de una mamá migrante

María Ester Alonso Morales y sus hijos Julieta (5) y Santiago (18 meses) en paisajes alemanes, a los que la abogada platense no olvida sumarles el mate y la bandera argentina

14 de Enero de 2012 | 00:00

* 37 años

* Abogada

* Vive en Hamburgo, Alemania, desde hace 5 años

* Casada con un abogado alemán

* Tiene una hija de 5 años y un hijo de un año y medio

Mi hija de cinco años me dijo que el otro día, cuando se quedó un poco más en el jardín de infantes, tuvo un fuerte heimweh. Le pregunté a Julieta qué quería decir ella con heimweh. Y me explicó que heimweh es algo que se siente así, tocándose la panza, cuando extrañamos mucho a nuestra mamá.

Me quedé pensando. Tuve ganas de contestarle que yo también siento lo mismo. Pero más fuerte. Porque no extraño solamente a la Oma Delfina, extraño también a mi país, a mi ciudad, a mis amigos, a mis afectos. Echo de menos todo: las calles, los olores, los ruidos, la gente, los árboles, los perros callejeros (aquí no hay perros sin dueños)..., en fin, el paisaje conocido de La Plata.

Busqué luego heimweh en el diccionario y resulta que es el deseo de ser y estar en nuestra heimat. ¿Qué es heimat entonces? Para el diccionario, heimat es el lugar donde nacimos; y también se dice del lugar de donde venimos o del lugar donde crecimos. Demasiadas opciones nos da el diccionario; para muchos migrantes, no es fácil explicarlo.

Tomando por ejemplo a Julieta, mi hija mayor: ella nació en La Plata y cuando tenía dos meses de vida nos vinimos junto con mi marido a vivir a la ciudad de Hamburgo, ubicada en el norte de Alemania. Julieta creció aquí. Habla los dos idiomas; el español con acento, claro.

Ella tiene además legalmente tres nacionalidades: la argentina por su lugar de nacimiento, la alemana por su padre y la española que le transmití yo, que, a mi vez, la heredé de mi padre gallego.

¿Cuál es entonces la heimat de Julieta? ¿Es La Plata o es Hamburgo? ¿Puede tener una persona dos heimat distintas al mismo tiempo? Creo que sí. Mis hijos son de aquí y de allá. Tienen todas las oportunidades abiertas, las dos vistas, la mirada desde el norte, la mirada desde el sur. Lo mejor de dos mundos.

EL CAMINO DE MIGRANTE

Clic para ampliarLa nuestra fue, a mediados del 2006, una migración familiar. En estos cinco años, en este proceso de integración, tuve avances y retrocesos. El camino del migrante no es un camino recto, lineal. Uno va dando vueltas, como en el juego de la oca, se avanzan dos casilleros, luego se retroceden tres.

Al principio venía con una fuerza bárbara, con el impulso que me dio el hecho de llegar a un lugar nuevo. Me impulsaron la curiosidad, las ganas de querer conocer y de aprenderlo todo.

Aprendí alemán, cambié algunos de mis hábitos (como separar y reciclar la basura, sacarme los zapatos cuando llego a casa, cenar a las siete de la tarde). Aprendí a llegar a horario y no hacer esperar.

En bicicleta, con mi hija en una sillita o en un carrito, recorrí la ciudad, principalmente los barrios de Altona, Eimsbüttel y St. Pauli orientándome por la Torre de Comunicación.

Conocí mucha gente, alemanes, latinos, de todo el mundo.

Estaba fascinada. ¡Qué maravilla todo!, pensaba. Pero luego vinieron dificultades, malos entendidos, desilusiones, enfermedades. Ahí retrocedí unos casilleros. Me fui unos pasos para atrás. Como un bebé cuando comienza a caminar. Avanza, pero luego, cuando mira hacia atrás, regresa inseguro y se aferra a las piernas de su madre.

Clic para ampliarUno se aferra a lo conocido, a lo que nos da confianza. Ahí es cuando uno, como migrante, empieza a hacer cosas raras. Por ejemplo: tuve un tiempo de andar con el mate para todos lados; me relacionaba sólo con gente latina; hablaba, leía y escuchaba sólo en mi idioma materno; negaba el alemán. Vestía a mis hijos con la camiseta argentina.

Colgué la Bandera en el balcón, especialmente cuando hubo partidos de la Selección en el Mundial 2010. Salí a gritar como loca el gol argentino contra los alemanes para que los vecinos me escucharan... ¡Gooool!... Para luego ponerme mal de bronca por la derrota 4 a 1. ¡Qué dolor el festejo germano! Lo sufrí como una exiliada en territorio "enemigo", mirando en silencio cómo pasaban mis vecinos tocando bocina y agitando sus banderitas.

También fui a votar contenta en el Consulado argentino con mi familia en las presidenciales del 2007 y del 2011. Me emocioné mucho al poder votar aquí, no por el acto de la votación en sí, sino por poder compartir un hecho con la gente de mi país a la distancia.

En fin, debo confesar que durante un tiempo usé mucho aquí un chaleco marrón de lana que me trajo mi vieja. No era sólo un toque étnico. Era algo más. Era un abrazo caluroso que venía de mi gente, de mi querida Argentina. Como un escudo protector contra el frío y el viento y también un talismán.

IDIOMA Y DUDAS

Mónica, una amiga argentina en Hamburgo, me decía hace poco que ella nunca se imaginó ser una mamá migrante. Ella pensó que iba a educar y ver crecer a sus hijos en nuestro país, donde pueden ver una mamá plena, trabajadora, que es capaz de educarlos y defenderlos con la seguridad que sólo nos da el dominio del idioma materno. Aquí hasta para hacer un reclamo en una tienda, le tiembla a una la voz cuando le contestan mal o cuando no le entienden.

Se imaginarán ustedes qué difícil es, para nosotras, como mamás migrantes, discutir con los médicos o con las maestras de los chicos. También las cosas más sencillas, como hacer citas para los chicos con otras mamás, se complican. A mí siempre me queda la duda: ¿habré entendido bien o me habrán entendido bien lo que quise decir? ¿Tengo que volver a llamar? Siempre me estoy preguntando cómo son los modismos acá.

Es verdad, no es fácil para nosotras como madres migrantes. Si es como me dijo Nermin, una mamá turca, que nos juzgan y nos valoran por cómo hablamos el alemán, entonces estamos fritas.

Yo le contesté a Mónica que el idioma siempre lo podemos mejorar, tomando nuevos cursos y más clases. Pero que la confianza en nosotras mismas, como mujeres y como madres, nuestra autoestima no se mejora con clases o con cursos para padres. En eso tenemos que fortalecernos juntas, con otras mujeres que están en la misma. Como madres, aquí tenemos que ser más valientes y más fuertes que en nuestros países. Al mismo tiempo, tenemos que ser flexibles como un chicle para adaptarnos a todo.

Yo me quedé pensando mucho en aquello que me dijo Moni. Cuando en 2004 conocí a Erk, mi marido, yo también -como Mónica cuando conoció a su esposo-, estaba en mi mejor momento. Tenía 29 años, un trabajo como abogada que me gustaba, mi casa, mi gata, mis amigos, los domingos el ritual del almuerzo con mi vieja y la tía Kati. Memorables las empanadas de mi vieja.

Pero me faltaba algo. Algo importante. Estaba en ese momento como me dijo mi tío Roberto: "Gallega, vos la estás remando y remando, pero sin un puerto a la vista".

Lo que me faltaba era una familia propia. Ser madre fue un regalo tan enorme de la vida. Estuve tan feliz, tan agradecida, que cuando -por una oferta laboral- mi marido me propuso venir a Hamburgo, lo acepté sin más. Dije que sí, pensando que en ese momento era lo mejor para la familia. Y lo hice con mucho optimismo, mirando al futuro. Tal vez fui, pienso ahora, un poco ingenua.

Pero también tengo que reconocer que, a pesar de todas las dificultades, no puedo disimular el orgullo que sentí cuando Susanne, la maestra de mi hija del Kindergarten, me mostró los trabajos de Julieta. Entre sus dibujos estaba uno con un barquito. El barquito multicolor que pintó Julieta tenía una bandera: la argentina.

Aquí estoy, cinco años después. Puedo decir hoy que Hamburgo es mi casa. Porque aquí vive mi familia. Es mi puerto a orillas del río Elbe.

Como cualquier otra "mutti", ando con el cochecito paseando a Santiago por el barrio de Schanzenviertel. Leo el diario local MOPO mientras me tomo un lattemanchiatto en los cafecitos de la calle Schulterblatt. Compro los pañales en las mismas droguerías que todas las madres. La verdura y la carne en los negocios turcos, donde es más fresca. En el mercado español encuentro yerba mate, dulce de leche y otros productos que se importan para la comunidad latina. El pelo me lo corta Gül, mi Friseurin turca.

Aquí estoy, escribiendo las tarjetas de invitación para los cumpleaños de mis hijos en alemán. Armando farolitos de papel con ellos, para salir como es tradición en otoño, a la marcha de los faroles Laternenumzug.

En otoño, admiro la belleza de los colores de los árboles en el Lindenpark, el parque de lo tilos. Piso las hojas secas y mientras camino por Altona, pienso en La Plata. Me pregunto: ¿cómo estará mi casa de la calle 42 entre 8 y 9? ¿Le faltará pintura, arreglos, me la cuidarán los inquilinos? ¿Habrá florecido ya el jacarandá de la placita en 8 y 43? Y los cafecitos de la peatonal, ¿ya sacaron sus mesas y sillas afuera? Suspiro. ¡Qué linda La Plata en primavera! ¡Qué lindo caminar por sus ramblas y diagonales!

UN POCO AQUI, UN POCO ALLA

Así se me pasa el tiempo, un poco aquí y un poco allá. Leyendo los diarios argentinos, escuchando la radio o mirando la novela de turno por internet.

Intento mantener los contactos con la familia y los amigos; a todos les mando fotos y videítos por e-mail. Me pregunto qué pasa con la amistad a la distancia. Si no nos vemos ni para compartir, ni para pelearnos siquiera, ¿se mantiene igual el vínculo, crece o se congela?

¿Qué pasa con nuestra identidad? "Dime con quién andas y te diré quién eres"... Si ahora yo ando con otra gente, en otro lugar y hablando otro idioma, ¿quién soy ahora? ¿Soy la misma de antes o cambié? Creo que cambiamos, aunque no nos guste, aunque no querramos.

Soñando con Argentina me despierto en Hamburgo. En mis sueños todo es posible, no hay límites ni fronteras, no se necesitan visados ni permisos de estadía. Mezclo la gente y los lugares, todos aparecen en mi sueños, los que están y los que ya no están más.

Ahora que lo pienso bien, cómo no voy a tener heimweh, si en mí confluyen por rama paterna la morriña gallega y por parte materna la nostalgia santiagueña.

Hasta que escucho que mi hija mayor me grita fuerte: ¡mamaaaaaá, se despertó Santiago! Mucho tiempo para extrañar no le queda a una mamá migrante.

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