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Revista Domingo |INTERES GENERAL

El amor

POR LIZ SPETT

19 de Febrero de 2012 | 00:00

Hace unas semanas me sorprendí por una noticia que bien podría incluirse en las páginas amarillas de algún periódico muy amarillo. El premio Nobel Orhan Pamuk, para nada santo de mi devoción que recientemente visitó nuestro país, se veía envuelto en un affaire sentimental; affaire del que se retractó, con amenazas de llevar a los tribunales a la mujer que decía ser su novia. A él no le parecía bien que a ella le pareciera bien ser su novia.

Al igual que otro escritor sí santo de mi devoción -Philip Roth- al que reiteradamente se le ha negado el premio que el turco ha obtenido, ambos padecieron el "plus terrenal del mal de amores" por más escritores que sean.

El amor, menudo asunto que admite tantas entradas como salidas. Desde los griegos con El Banquete de Platón hasta nuestros días las teorías acerca de este sentimiento no han cesado. Y ninguna tira por la borda a las anteriores. Tampoco las integran en un "modelo superador", como se dice ahora; simplemente difieren en el abordaje. No se trata de un tema sobre el que se pueda concluir tan rápidamente.

Desde la más elemental, "el amor es ciego y sordo" -tanto como la respetabilísima autora norteamericana Hellen Keller-, hasta la muy lacaniana fórmula críptica pero famosa: "El amor es dar lo que no se tiene a alguien que no lo es", valen.

En el amor estamos referidos a otro. Existe una maldición árabe que dice "ojalá te enamores" y de verdad lo es. Porque nunca como en el amor estamos remitidos al otro, el otro es dueño de su capricho y de su arbitrariedad. ¿Pavada no?

El otro puede dar o no dar amor. Si me lo da soy feliz, suenan campanitas. Si no me da lo que está en sus manos darme, surge la ofensa cuando no el odio.

El neurótico que anida en uno es pedigüeño de amor, de un reconocimiento y por eso mismo y por esta vía siempre se halla próximo a la frustración.

No conozco a la pintora que dice ser aún novia de Pamuk pero no quisiera estar en sus zapatos. No me va esa horma turca con la punta para arriba.

De un infortunio de amor, créanme que se zafa sólo a costa de desasirse del otro. Claro que este soltarse del otro te deja tranquilo, asquerosamente librado a tu aire, porque si bien uno no se halla tan proclive a ofenderse o malhumorarse, se encuentra con su propia soledad, con su propia falta, agujero o como gusten llamarla.

Los jóvenes del romanticismo, cuando la cosa sentimental no marchaba, se suicidaban. Favor de releer el Werther de Goethe.

Más cerca en los '50, otros muchachos ahogaban sus penas en alcohol. Siempre viene a cuento la generación de los Rat Pack, grupo reunido en torno a Frank Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis Jr y otros. Al comienzo, en el celuloide, encarnaban perdedores soft que se transformaban durante los 90 minutos restantes en ganadores hard.

-Oye cariño, me preparas un whisky, debo hablar contigo, muñeca. Me han dicho por ahí que ya no me quieres más. ¿Acaso es verdad? Te lo preguntaré de otro modo ¿Aún me amas?

-No.

-Aguarda nena que me sirvo otro trago.

-Te me has caído tantas veces que ya has hecho un agujero en el piso, Frankie, Danny o Jimmy. Y entre el piso y tú ya sabes a quién elijo, dulce.

Luego, ellos en triste pandilla se hacían amigos de la botella on the rocks.

Hoy en día la separación de otro tiene una salida por la puerta de las redes sociales. En la era "geek" ya nadie se suicida ni se sumerge en una bañadera de alcohol.

Redes que muchas veces, parafraseando a Clausewitz -la guerra es la continuación de la política por otros medios- recrean el mismo estallido de odio, sólo que por otros medios.

De algún modo la ya famosa y desgraciada frase: "Vada a bordo, cazzo" - (Vuelva a bordo, la última palabra en italiano no es necesario traducir ¿no?) redirecciona como un GPS el odio y la ofensa del no querido hacia otro soporte. Continúa la saña porque sigue la demanda de amor. Y justamente el amor no se impone por decreto.

Con esto quiero destacar que no hay aprendizajes, magia ni algoritmos para lidiar con las cosas del querer y sus padecimientos.

Si uno logra desprenderse del otro en el malentendido que conlleva el amor, uno se convierte en su propio dueño. Obtiene su libertad a costa de una cierta precariedad y todo esto sucede hasta que uno encuentra otro amor.

Así es en pinceladas gruesas la vida de los neuróticos.

lizspett@gmail.com

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