Estimado lector, muchas gracias por su interés en nuestras notas. Hemos incorporado el registro con el objetivo de mejorar la información que le brindamos de acuerdo a sus intereses. Para más información haga clic aquí

Enviar Sugerencia
Conectarse a través de Whatsapp
Temas del día:
Buscar

“La pobreza es la nada...”

Lidia Ortiz de Burry: antes fue la abuela de las armas. Ahora, a los 87 años, pinta mandalas, teje ropa o busca la comida que desechan en algunos comercios, para ayudar a los más necesitados

“La pobreza es la nada...”

Lidia Ortiz de Burry

8 de Julio de 2012 | 00:00

POR

MARCELO ORTALE

“La pobreza es la nada... A veces ni amor ha tenido alguna gente... Eso es la pobreza... Es también, claro, el hambre... Y es una mujer que se ha acostado con alguien a cambio de un mendrugo de pan, para darle a sus hijos. Y eso pasa todos los días, cerca nuestro”, dice Lidia Ortiz de Burry, la platense que rescató armas en las villas de emergencia, comprándolas con el dinero de su jubilación y que ahora, a sus 87 años, durante largas horas y todos los días, pinta mandalas y espejos que alguien venderá a beneficio, para seguir combatiendo contra la pobreza que sufren otros.

Habla pausado, con una sonrisa que no pierde casi nunca. Graduada de profesora de Historia y Geografía en la facultad de Humanidades de la UNLP, vive hace más de cuatro décadas en su casa de la calle 54 a metros del Bosque. Está casada con el reconocido neurocirujano platense César Burry, con quien tuvo seis hijos que les dieron hasta ahora 18 nietos.

“No sabía lo que era la pobreza, porque siempre fui una mujer de centro. No hablo de una ubicación política, hablo literalmente del centro de la Ciudad. Me gusta estar con esa gente, porque muchos de ellos comprenden los verdaderos valores de la vida. No conocía nada de la pobreza y ahora conozco mucho. Pero no puedo seguir yendo a las villas, con esta edad”.

Hace unos quince años se hizo conocer en el país como la abuela de las armas. Empezó a recorrer villas y cualquier asentamiento precario y decidió canjear armas por dinero. La idea era la de desarmar a la población. Con el dinero de su jubilación. Cuando tenía 82 años de edad había “rescatado” 900 armas -pistolas, revólveres, escopetas, rifles- hasta que un día el Registro Nacional de Armas decidió copiar su tarea, de modo que miles y miles de armas se canjearon por dinero en esa dependencia del Estado. Allí terminó ese capítulo, “el de la vieja de las armas”, reflexiona.

Atrás de esa actividad atípica y solidaria -que la hizo conectarse con un mundo extraño para ella y siempre peligroso- existen muchas anécdotas, curiosas unas, casi divertidas otras, originales la mayoría de ellas. Una vez fue acusada de manejar armas sin permiso, armas que podrían haber sido utilizadas en algún delito y por eso amagaron con enjuiciarla.

¿Y qué opinaron entre tanto sus familiares directos con su plan de canje..? Lidia Burry sonríe y recuerda que “una vez mi marido estaba muy enojado, pero muy enojado, porque traía armas a casa, que yo después se las daba a la Policía. Pero claro, siempre quedaban armas en casa... Entonces se enojó y me pidió que no trajera más. Yo las seguí trayendo pero las escondía donde podía, debajo de un sofá, al fondo de un ropero, en donde fuera... Mi marido revisó a fondo la casa, encontró todas las armas, las puso en el baúl del auto y se fue a la Comisaría a denunciarme. Es la única entrada que tengo en la Policía” dice.

El plan canje para desarmar a la población no consistía siempre en comprar el arma: “A veces yo le decía a un chico, vos me das un arma y yo te beco... te doy ropa, alimentos y una beca de 30 pesos por mes para que puedas estudiar... Otras veces ofrecía canjear alimentos por armas... y todo al final era un bochinche contable imposible de ordenar”.

Las estimaciones globales indican que con su jubilación docente no le debería alcanzar para sostener ese plan canje. Ella confirma: “no me alcanzaba para nada la jubilación, me gasté también un dinero heredado. No sé, 100 mil, 200 mil pesos...”

Y abandonó la compra de armas, pero no dejó de lado el apoyo a los pobres. Ahora no sólo manda ropa a Corrientes. No sólo dibuja mandalas y pinta marcos de espejos para que se vendan a beneficio. No sólo teje medias y gorros de lana. Y no sólo intenta ayudar al Banco de los Pobres en La Plata, no sólo eso. Ocurre que, además, cree que hay que mejorar la calidad de vida de los chicos de las villas, de toda esa población privada de posibilidades, enseñándoles a cultivar, a valorar una cultura del trabajo.

¿Cuándo nació su espíritu solidario?

“Cuando tenía 70 años de edad. Estaba en una reunión del Rotary y preguntaron quién podía llevar una donación de alimentos al hogar Pantalón Cortito. Me ofrecí yo. En ese entonces no sabía siquiera en qué consistía un hogar de chicos de la calle. Allí conocí la pobreza completa, por primera vez. Y desde entonces no he dejado de hacer lo posible por combatirla”.

¿Sirvió su fórmula, la de comprar armas?

No, no sirvió. El delito no bajó. El delito aumentó.

Después de su experiencia con las armas, ¿encaró otra estrategia?

“Le diré algo: fui piquetera antes que los piqueteros. Mucho antes. Fui con 50 chicos a un supermercado de La Plata -eran chicos a los que les faltaba todo- y cerramos una de las entradas. Los chicos cantaban “Pedimos lo que sobra, disculpen la molestia”. No tiraron ni un papelito. Sólo cantaban”.

¿Les dieron lo que sobraba?

“Primero me dijeron que no. No podemos darle lo que nos sobra señora, me dijeron los del hiper. Me explicaron que en la Argentina no regía la ley del Buen Samaritano. Yo no tenía idea sobre lo que era la ley del Buen Samaritano. Es una ley que rige en Estados Unidos, en Francia, en Brasil y en muchos otros países, que autoriza a los hipermercados a donar alimentos que están en buen estado, pero que los hiper desechan porque un paquete se rompió o una verdura quedó marcada. Es comida en buen estado bromatológico, que es inocua, pero que la tiran... Bueno, esa ley exime a los hipermercados de todo tipo de responsabilidad una vez que donaron esos alimentos”.

Y esa ley no existe en la Argentina...

“Mire, el Congreso la sancionó recién en 2004, después de haber sido propuesta mucho antes. Fue la ley 25.989, llamada Régimen Especial para la Donación de Alimentos. Pero ocurre que el presidente Néstor Kirchner la vetó. Vetó el artículo que justamente impedía que la población más necesitada solucionara, aunque más no fuera en parte, el problema más acuciante que padece la Argentina, que es el hambre”.

¿Por qué fue vetada esa ley?

“Nadie logró explicar por qué fue vetada”.

¿Ningún político le ofreció alguna explicación?

“Mire, una dirigente radical me quiso convencer de que esa ley discrimina en dos tipos a la población, los que tienen alimento y los que no. Yo le dije que sin la ley los que no pueden comer quedan condenados a verse discriminados por el hambre que padecen. Sabrá que mucha gente va a los basurales a buscar comida. Ahora bien, por suerte un hipermercado de La Plata me sigue dando la comida que está en buen estado y que ellos tirarían porque tiene algún defecto mínimo.

¿Nunca tuvo problemas al meterse en villas o barrios cadenciados?

“El mayor problema que tuve fue el que me planteó un comisario que me retó a viva voz: ¿cómo se le ocurre, señora, meterse en El Paligüe. Ni nosotros entramos. Usted es una irresponsable, me dijo una vez”.

En estos años en que usted recorrió esos lugares ¿observó que la pobreza disminuía o crecía?

“Sabe, dejé de ir hace un tiempo. Pero la pobreza está igual. Sé que está igual. La pobreza es algo espantoso. Ver cocinar sobre un piso de tierra, ponen unas ramitas y la olla es una lata de duraznos. Está cerca del centro, ocurre todos los días. Pasa en la Argentina y tiene razón Lanata, el otro día se preguntó cómo puede ser que un país que puede dar de comer a más de 300 millones de personas, no pueda alimentar a tres o cuatro millones de sus propios habitantes. No importa quién diga esto. Es verdad”.

El Estado, algún organismo gubernamental, ¿la ayudó alguna vez en estos quince años?

No. El Estado nunca me ayudó. Cada vez que asumía, por ejemplo, un ministro de Seguridad, yo iba, me presentaba y le explicaba lo que hacíamos. Le pedía algo de ayuda. La respuesta fue a veces “no” y otras veces no tuve ninguna respuesta. Me ayudó mucho la gente y a veces empresas privadas.

¿No le parece que llegó la hora de descansar?

¿Descansar de qué..? ¿Qué es el descanso?

¿Usted cree en Dios?

“Creo en el misterio”.

**************

Dinero por armas, becas por armas, ropa o comida por armas. Esa etapa ya pasó. Ahora teje medias, mantas, pulóveres, gorros de lana, bufandas, guantes. O dibuja luminosos mandalas y construye espejos con marcos floreados, para que se vendan y el dinero reunido llegue a los que no tienen nada. Dice que a ella le falta sólo una cosa: tiempo. Lo que no tiene Lidia Ortiz de Burry, a los 87 años, es tiempo para nada. No tiene tiempo para leer o ver televisión. Está sentada en su casa, asistida por la familia y su ayudante Pilar, trabajando horas y horas, todos los días, enviándoles amor a los que necesitan amor.

Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE

ESTA NOTA ES EXCLUSIVA PARA SUSCRIPTORES

HA ALCANZADO EL LIMITE DE NOTAS GRATUITAS

Para disfrutar este artículo, análisis y más,
por favor, suscríbase a uno de nuestros planes digitales

¿Ya tiene suscripción? Ingresar

Básico Promocional

$120/mes

*LOS PRIMEROS 3 MESES, LUEGO $2250

Acceso ilimitado a www.eldia.com

Suscribirme

Full Promocional

$160/mes

*LOS PRIMEROS 3 MESES, LUEGO $3450

Acceso ilimitado a www.eldia.com

Acceso a la versión PDF

Beneficios Club El Día

Suscribirme
Ir al Inicio
cargando...
Básico Promocional
Acceso ilimitado a www.eldia.com
$120.-

POR MES*

*Costo por 3 meses. Luego $2250.-/mes
Mustang Cloud - CMS para portales de noticias

Para ver nuestro sitio correctamente gire la pantalla