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Revista Domingo |NOTA DE TAPA

El tenor platense que conquista al mundo

A poco de cumplir 34 años, Juan Francisco Gatell cantó bajo las órdenes de los directores más importantes y en los teatros que soñó de chico. Radicado en Italia, recuerda su infancia en City Bell, el conservatorio Gilardo Gilardi y confiesa que sueña con cantar en el Teatro Argentino

El tenor platense que conquista al mundo

Romeo&Juliette (2008)

7 de Octubre de 2012 | 00:00

Por MANUEL DOMINGUEZ

Un día “Tweety” creció. Dejó de ser ese nene de cabeza grande, melena rubia casi blanca y cuerpo delgado. Desde Washington, vía Skype y en exclusivo para EL DIA, sonríe cuando recuerda el apodo de su infancia. A horas de debutar en la National Opera de Washington viaja en los recuerdos. Aparece esa casa de City Bell repleta de hermanos. Las clases de piano. La secundaria en Bellas Artes. Los amigos del coro en el conservatorio Gilardo Gilardi. El casamiento con Paula Bampi, el gran amor de su vida. La llegada a España. El call center madrileño que le bancó las clases de canto. Sus días de mozo/cantante en “La Favorita”. Francisquito, el primer hijo. Su “enfermedad” por el Lobo. Sus alumnos de solfeo. Las audiciones. El primer protagónico. La gloria. El sueño por el que tanto trabajó hecho realidad. Juan Francisco Gatell, el tenor platense que conquista hasta los inconquistables, no tiene reparos y habla. Conversa ganándole a la timidez. Ese argentino que el mundo aplaude de pie se emociona. Los ojos celestes se ponen vidriosos al recordar a su abuela. “Lela” murió cuando Juan estaba en Italia, a unos meses de viajar a Santiago de Chile. Dentro de sus planes estaba previsto pasar a visitarla por City Bell. El sueño de la abuela Elida era escucharlo en el Teatro Argentino. No se conformaba con haberlo visto cantar en ruso. “Quién más que yo puede querer cantar en La Plata”, pregunta y no logra contener la emoción. Su esencia.

Está a más de 8.400 kilómetros de La Plata, su ciudad natal. Acordamos la entrevista para las 11.30 de un miércoles. Son 11.20 y escribe un mensaje: “Esperame un cachito, estoy en una conversación que se alargó”. Quince minutos después relata que estaba cerrando con su agente unas jornadas de tango en la embajada de Argentina en Italia. Cada vez que canta por el mundo su computadora se vuelve necesaria y compañera. En ella lleva algo imprescindible para vivir: música.

Tiene la discografía completa de Los Redondos. También hay de Fito Páez, ACDC, “El Flaco” Spinetta, Caetano Veloso y Los Ratones Paranoicos, entre tanto acorde. En Argentina preocupa una sudestada y en Estados Unidos hay un sol radiante que entra por la ventana en donde estará por un mes más. Pide disculpas por la demora de cinco minutos. Por la facha de recién levantado. La charla le sale fácil.

Juan quiso ser aviador. Se anotó en Ingeniería. Quiso pasarse a Arquitectura. “Yo quería cantar -dice simple y rápido-. Alucinaba un poco. Me acuerdo que pensaba `si pudiera cantar en los teatros´, ese era el objetivo máximo. Yo quería vivir de cantar. Con entrar en el Coro del Argentino era el tipo más feliz del mundo. Me gustaban muchas cosas. Pero lo que se me iba dando era esto”. Esto era el canto.

Por ahora cumplió una parte. Falta la parte de cantar en su ciudad. “Es complicado porque tengo la agenda llena de dos a tres años. Se tendría que dar una cosa de último momento, ahora mismo. En uno de esos huecos. O tendría que salir una gira que se haga por Latinoamérica: San Pablo, El Argentino, El Colón, Santiago de Chile”.

La belleza de la soprano platense Paula Bampi lo impactó. Lo enamoró en el viejo edificio del conservatorio Gilardo Gilardi de la calle 49. Recuerda que la conoció el día que ella cumplió 19 años. Como él tenía apenas 16 no se le animaba. Para eso faltaban seis meses. Después de una charla larga se animó. Tanteó el terreno y parecía fértil. Lo era. Lo es. Fue Paula, ya su esposa, la que insistió para que se instalen en Madrid.

EL FAVORITO

“Tenía varios trabajos. A la mañana era mozo enfrente del Bernabeu (el estadio del Real Madrid). En la noche trabajaba en otro restaurante en el centro de Madrid. Hacíamos de camareros y en un momento nos poníamos a cantar ópera. Había un piano y nosotros, los cantantes, llevábamos la bebida para que no se nos caigan los platos. Eramos tres o cuatro. Una buena idea. A la gente le gustaba. Ese fue mi debut. Debuté en ´La Favorita´”, recuerda y desprende una carcajada. Fue ahí que el pianista le avisó que el coro de la Radio y Televisión Española estaba buscando cantantes. “Allá voy”. Esa fue su primera audición y su primer coro profesional.

Hijo de un abogado catalán, Antonio, casado con una argentina, Beatriz, y con ocho hermanos, los vecinos de la calle Alvear, cerca del country de Estudiantes, los recuerdan con afecto. Amantes de la ópera, la pareja lloró cuando se derrumbó el viejo edificio del Teatro Argentino. Juan creció entre instrumentos musicales, pelotas de fútbol, rugby, bicicletas, una pileta que en el verano convertía a la casa en un club y un parque inmenso. Era imposible aburrirse. Formaron y forman todo un clan. “El Clan del Club del Tótem del Gato”, lo bautizaron. Cuando algunos ya eran adolescentes, el nombre se usó para mandar mensajes al programa de Alejandro Dolina, en el Café Tortoni. Los hermanos Gatell sabían que esa firma colectiva era la suya. Una suerte de exclusividad sólo para entendidos.

Con una docente de literatura en el hogar, la primaria de los Gatell fue en casa. En la secundaria la realidad fue otra. Juan Francisco primero estudió en el Bachillerato de Bellas Artes y luego en el Vergara. Un buen día, ese adolescente responsable que cumplía el rol de hermano mayor creció. Se casó y voló. Junto a Paula le dijo chau a la Argentina en el 2000. Tenía 21 años. Llegó a Barajas, el aeropuerto madrileño que unos años después recibiría a miles de argentinos que escapaban de la crisis económica. Claro que todavía no tenía ni idea lo que estaría por llegar. Para las sorpresas de la vida faltaba. No mucho. Completó papeles. Llenó formularios y dijo que estaba ahí para estudiar. Para estudiar canto. Fiel a su estilo, estudió.

“Nosotros nos enumeramos -comienza a explicar Juan Bautista Gatell-. Siete pasame tal cosa. Cinco llama a ocho. Era en broma pero en serio”. Las tres primeras hijas Gatell -1, 2 y 3- son mujeres: Rafaela, Basilia y María del Pilar. La trilogía se cortó con la llegada del primer hijo varón, Juan Francisco ó 4. Luego Eulalia (5), Luciano (6), Juan Bautista (7), Antonio Eugenio (8) y Beatriz Macarena (9).

Día por medio, a la noche, atendía llamados en un call center que hacía reservas hoteleras. Por la mañana daba clases y por las tardes las recibía. Después a “La Favorita”. Una noche dormía y la otra no. “Lo que es la juventud”, dice sobre esos días. Mientras tanto no le temía a las audiciones. “Como tenía familia, viajé un par de veces a Barcelona para audicionar en el Liceu”. Ese viaje a ver a los padres, tan importantes y tan presentes en su vida, fue el embrión. La gesta. Pasaron seis meses y cantar en el Liceu había quedado pendiente. Algo olvidado. Pero todo cambió cuando por fin entró la llamada.

“En mi casa no tenía señal. Hacía rato que veía que tenía llamadas perdidas de un número anónimo. Un día estando en la peluquería me entra un llamado. Era del Teatro Liceu de Barcelona”. Lo buscaban para ser cantante adjunto en el coro. El papel era para “Aída”, de Giuseppe Verdi.

Lo que Juan no sabía era que justo para esa ópera había un director invitado. Una rareza. El destino hizo que el Director del Coro de Florencia lo conociera. Era José Luis Basso, director del Coro del Teatro Argentino y del Teatro Colón. Después de audicionar con él llegaría el pasaje directo para desembarcar en la ciudad que hoy vive. “Tiempo después supe que era el hijo de Mario Basso, el talentoso cantante lírico. José Luis me dice que en el Coro de Florencia siempre faltaron tenores y me ofreció irme con un contrato de un año. ´Allá vamos´, le dije. Estando allá gané concursos, dentro y fuera de Italia. Tuve la suerte de que me oyeran las personas justas en el momento justo”.

POR EL MUNDO

Caerle bien a la malvada crítica lírica es una tarea titánica. Pero no imposible. Su mirada melancólica, una cabellera de príncipe de cuento y un carisma dúctil lo lograron. “Refinado belcantista por su impecable línea de canto y su cuidado estilo interpretativo”, dijo la prensa francesa después de su debut en París. La Opera Garnier quedó rendida a sus pies con su actuación en “Capriccio”, la última de las óperas escritas por Richard Strauss.

En el mundillo de los expertos dicen que no cualquiera logra caerle en gracia y ser el preferido del prestigioso y autoritario Riccardo Muti. El ex director musical de la emblemática Escala de Milán lo dirigió en “Don Pascuale”, de Donizetti, entre otras. En la piel de Ernesto, uno de los personajes que más interpretó, pero también uno de los más difíciles.

“Muti es muy exigente. Trabaja para lograr el mejor resultado. Siempre te explica el por qué y aún en el momento que más te está masacrando es para que la cosa salga bien. Y siempre con respeto. Me ha machacado y dale y dale y ahí mete un chiste. Una vez, ensayando `Don Calandrino´, me mandé la tercera equivocación seguida y me clavó esa mirada fulminante que se parecía a la de mi mamá cuando era chico. El pianista arranca. Y él le dice ´¡quieto! ¡Todavía lo estoy mirando!´. Las cosas que hice con él, sus correcciones, las tengo para toda la vida. La tiene clarísima. Es un estudioso, se mata estudiando todo el tiempo”.

Los personajes preferidos son dos: Tamino en “La Flauta Mágica” y el Conde de Almaviva en “El Barbero de Sevilla”. Con el Conde debutó en su primer protagónico en la Opera de Roma. En Italia, el país que eligió para vivir y para formar su familia. Además, fue el rol que más cantó y que lo llevó por los teatros del mundo. Por ser una obra clave en la obra de Mozart, Tamino siempre le plantea un desafió. Pero siempre lo recordará por otra razón. Mientras vestía sus prendas llegó Julia. Su segunda hija es romana. “Les presento a Julia! Nació el 5 de Abril a las 15.26 y pesó 2,580kg”, escribió debajo de la primera foto de la beba en su Facebook.

“El tipo de repertorio que hago es teatro. Hasta lo más serio que hago tiene algo de cómico. En el conservatorio, en La Plata, nos dieron clases de expresión corporal. Después si me pongo a hacer memoria, en Cosí fan tutte era más duro que una tabla. Me gustó actuar y más pilas le puse. Cuando hice Romeo y Julieta, en Salzburgo, nos tuvieron cuarenta días estrenando con espadas. Vino un entrenador de Broadway. Eso me encantó. Las funciones eran emocionantes. Todo el mundo estaba re compenetrado. Había gente del coro que lloraba en escena. Era impresionante. ¡Las caras de la gente! ¡Del coro! Es impresionante. Esa puesta fue uno de los mejores recuerdos que tengo”.

Otro mito dentro del mundo de la ópera es el prestigioso Festival de Pésaro. No muchos se animan a pasar por allí. “Gatell en Dorvil llena la sala con su voz en el aire”, dijo Andrea Zappini, de “GBOpera”. “La voz de Gatell está magníficamente centrada y proyectada de forma segura con el apoyo de la respiración impecable. Eres el tenor ideal para Rossini”, lo elogió Jack Buckley, de “Seen and Heard International”.

“El escuchar el aplauso es la sensación de que tu trabajo sirvió para algo. Que le diste algo a la gente. Es esa satisfacción. Al final, cuando salgo de una ópera tengo las pulsaciones a mil y no me entero de nada. No sé nada. No registro nada, no me entero. Estoy con mucha adrenalina”. Pero la única vez que reparó en una ovación fue justamente en el último Festival de Pésaro. La ciudad en donde nació Rossini, en 1792, lo marcó para siempre.

“Canté dos óperas de Rossini. Pero estaba haciendo otra opera en otra ciudad cercana y a la vez ensayaba otra obra. No me gusta hacer eso, pero cayó así. Era un evento impresionante. Montaron una pantalla gigante en la plaza. Y recuerdo que cuando hago el rondó final se venía abajo el estadio. Mi cara era tremenda. La ocasión era muy especial. Cantar Rossini en su casa, con su público, fue espectacular”.

Aplaudido en París en el Theatre des Champs Élysées. Ovacionado en Viena. Sólo recibió elogios en los comienzos con el Inocente de “Boris Godunov” o el Tenor Italiano de “Capriccio”. Su nombre ya despierta entusiasmo cuando se anuncia su llegada a plazas como Roma, Madrid, Salzburgo, Chicago, Washington y la Scala de Milán, donde su Belfiore en “Il viaggio a Reims” fue muy celebrada. Recientemente cantó como el Conde Almaviva, del “Barbero de Sevilla”, en Tel Aviv, dirigido por Roberto Abbado. Estuvo cerca de hacer “Don Giovanni”, en el Teatro Colón, pero no se dio. Por ahora este argentino que conmueve hasta el alma no cantó en su país. “Para mí sería muy especial cantar en La Plata. Si hay alguien que se muere por cantar en la Ciudad, ese soy yo”.

SUS CRITICOS

Pero la crítica más temida es la que está en casa. “Cuando estoy ensayando en mi casa y Francisquito escucha que me equivoqué, se pega unas carcajadas. La tiene clara. A los cuatro años nos pidió ir a piano. Además aprende violín y está en el Coro de Niños de la Opera de Florencia. Como es de contextura algo menudo, como era yo, también lo mandan al medio”.

Pero si con el hijo no era suficiente, los padres son dos entendidos: “Una vez mi papá escuchó algo en la radio de un personaje que no me quedaba del todo bien y me llamó por teléfono. Me dijo `¿me querés decir qué te pasó? Me lo decía riéndose”.

Bautista, el único de los hermanos que quedó en el país, vive en City Bell. Mientras juega con Joaquín, su hijo, no oculta la admiración por Juan Francisco: “¡Es tan raro ver cómo la gente aplaude de pie a tu hermano! Arriba del escenario es tu hermano pero también es esa estrella que la gente aplaude. Se me pone la piel de gallina. Me emociona tanto, porque él trabajó para eso. Es terco, cuando se le pone algo en la cabeza no para hasta conseguirlo”.

Seguro y enamorado, Juan Francisco descansa en el amor y el apoyo de Paula. “Nosotros crecimos juntos. Nos hicimos juntos. Nos conocemos, no hay nada en qué ponerse acuerdo. Nos pudimos amoldar el uno al otro. Estamos impecables, cada vez mejor. A ella le cuesta que yo esté lejos -sostiene y compara-. Mi viejo dormía todos los días en mi casa pero se iba a las 6 de la mañana y volvía tarde por la noche. Yo, cuando estoy, estoy todo el tiempo. Llevo a Francisquito a la plaza, a la escuela, juego al ping pong ¡ahora me gana!. Pero son las cosas de esta profesión y no me puedo quejar. Sería un desagradecido”.

Cuando era chico insistió con ir a piano. Luego el coro. El destino parece que nunca lo esquivó. “Es cuestión de voluntad. Yo quería que las cosas me salieran. Yo tenía la idea fija. Me fui a España con la valija. Caí en Madrid con una mano adelante y otra atrás. Con Pau nos fuimos a un hostal. Fuimos a festejar la Navidad a la Puerta del Sol. Lo único que tenía era ese laburo. La luchamos. Las cosas no son fáciles”.

Podría decirse que Paula es la persona que mejor lo interpreta: “Conozco a Fran desde que tiene 16 años y sé lo importante que es para él esto. Eso vale todo los esfuerzos que hice desde que decidimos afrontar esta aventura. Lo quiero realmente mucho y trato de estar a su lado cada ves que puedo, incluso ahora con la beba voy al teatro. Con el más grande hemos ido siempre, ¡por suerte le gusta la opera!”.

A Estela Casalaga, su directora de la infancia, no la sorprendió saber que su “Twitty” volaría tan alto. Con tanto éxito. “El estaba convencido. Se fue a España con Paula a eso. Y lo logró”. Consecuente consigo mismo, Juan Francisco Gatell apostó por alguien en quien confió y confía: él.

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