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Espectáculos |UNA FIGURA COMPLEJA E IRREPETIBLE

El único gran poeta del cine argentino

6 de Noviembre de 2012 | 00:00

Por

Amílcar Moretti

Murió el mejor director de cine argentino. Esto no lo digo por peronista (él mucho más que yo). Lo digo más por viejo que por sabio, como Lucifer, en el cual creía Leonardo Favio (ver si no a Alcón en “Nazareno Cruz y el lobo”). Era un hombre de radioteatro, de dramática de teatro novelado por radio (antes de la televisión), con un público azorado e ingenuo (pero no tonto) que acerca no los ojos sino las orejas al aparato y debía imaginar las imágenes, los ruidos y los ambientes, escenarios naturales o escenográficos como los de cine. En las épocas formativas de Favio -su madre, mendocina como él- el teatro por radio era como película escuchada. Extraño, incomprensible hoy, pero mágico, repleto de sugerencias y que te obligaba a esforzarte para imaginar la pinta de los galanes -pura voz- y las curvas de las heroínas, su cabellos al viento, y esos besos… esos besos…¡madre mía!

Leonardo Favio no era un tipo de escuela. No fue un pibe de universidad que estudió cine o cualquier otra cosa en la universidad. Aclaro, para los que aún no me entienden: no tengo nada contra las escuelas de cine, al contrario, soy de los que las vieron nacer cuando pibe, después del derrocamiento de Perón, en 1955, y, doy fe, dieron como resultado un cine mucho mejor que el que se hacía (me refiero en forma general) como rutina durante la década del peronismo histórico.

Favio fue un “atorrante” (autodefinición) que ni siquiera tenía bien hechos los estudios primarios y que cuando llegó a Buenos Aires estuvo dos veces encanutado por robar radios de autos importados, en Devoto, el antiguo Devoto antes que los militares hicieran ese horror que parecía una casamata como la que los nazis construyeron en las playas de Normandía para esperar el desembarco de los norteamericanos. Sólo que Devoto era gigante: otro signo -la cárcel de los militares- de la “catástrofe” de esa época, dijo alguna vez Favio. El mejor director argentino hasta ayer al mediodía -una certeza que intuyen más los jóvenes que los grandes, aunque los primeros hagan un cine diferente- cuando entró en el cine no había leído un libro en su vida y hasta se enganchó como marinero en la Marina de guerra. Vivió en una pensión de Retiro para engancharse pibas en el Parque Japonés, que era una especie de Parque de la Costa y Palermo Soho, con grandes máquinas-juego mecánicas y una multitud de gente popular y apenitas de clase media baja como la que se formó de 1945 a 1955, esto es, el ciclo histórico peronista.

EL MEJOR

Favio era el mejor porque fue (es) un poeta del cine, de la imagen y los relatos en imágenes y música. Pasolini habló mucho sobre el cine poético y el cine narrativo. Es probable -probable, digo- que existan de modo desunido o disyuntivo, no lo sé, no lo tengo claro aún, pero el de Favio era cine poético, no por andar en nebulosas y pavadas de florcitas y pajaritos -que él apreciaba mucho-, sino por trabajar con la metáfora, forzándola a veces hasta lo grotesco de la ingenuidad increíble, o la inocencia del grotesco poético, que cree que la tragedia no es del todo tragedia ni la comedia es del todo comedia. Lo grotesco es otro asunto, muy argentino, por cierto, con herencia española pero bien argentino e inmigrante italiano, como el teatro de Discépolo. ¿Quién otro pudo hacer actuar de manera sublime (“Soñar, soñar”) a un tronco escénico como Carlos Monzón con ruleros en la cabeza y ponerle al lado al inimitable Gianfranco Pagliario, que era una especie de Facundo Cabral de “formación” italiana, de esas típicas mescolanzas argentinas tan creativas y distintivas?

Pienso que la mejor película de toda la historia del cine argentino es “Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza…y unas pocas cosas más”, estrenada el 1 de junio de 1967 en los cines Libertador y Paramount. Y la hizo el mejor realizador nacional del último medio siglo porque, en principio, logró captar la simplicidad profunda de lo popular argentino, quizás no del todo comprensible para el habitante urbanizado promedio de la clase media. De algún modo, Favio recobró la esencia popular tanguera y la provincializó a su manera, le metió el toque popular de la “negrada”, que sólo el habitante mestizo incontaminado puede comprender o bien el “blanco” no del todo infiltrado por la megaurbe y su masificación televisiva.

Sé que es solo una conjetura, una “teoría” para entrarle a la obra de Favio, pero pienso desde hace muchos años que Favio llegó a ser el mejor porque llevó al cine, sin explicitarlo, en metáforas, esa esencia inapresable del peronismo como mitología cultural. No digo la necedad de que su cine “era el mejor porque era peronista”. Apunto más alto y complejo: lo explico de otro modo: así como el peronismo suele ser un entramado indefinible y siempre vital, contradictorio, a veces retardatario y a veces revolucionario; así como el peronismo es una creación pura, genuina, original e irrepetible de los argentinos, con todas sus mezclas culturales, que norteamericanos y europeos nunca entienden porque no hay símil entre sus respectivas creaciones político-culturales; así como el peronismo puede combinar a un socialista con un clerical de ultraderecha, un millonario con un habitante de las villas de emergencia; así como puede conjugar todo eso y mucho más y no puede intelectualizarse pero sí sentirse; así como el peronismo, de algún modo, se acerca a una religiosidad porque requiere de fe y “milagros” imprevistos por los historiadores, así como todo eso: así fue como el cine de Favio encapsuló en imágenes y cuentos no muy narrativos ni apegados a ideologías férreas el mundo imaginario y de los deseos del universo popular medio de los argentinos.

Favio fue el mejor porque al trabajar la metáfora o el lenguaje metafórico y connotativo en la pantalla captó y elaboró poéticamente la mitología del peronismo de catacumba, del peronismo primitivo, ese que se funde con lo cristiano no institucional, y que poco y nada tiene que ver con el marxismo, la ex izquierda europea o el socialismo a la soviética. Favio es -fue- único en su superioridad estética. Hubo muchos más peronistas que él. Hubo otros talentos adversos furiosos del peronismo. Pero Favio era el mejor. Lo que quiero decir es que esa mística que no sé bien en qué consiste -es probable que contenga elementos “irracionales”, pulsionales- es la que está en el cine popular de Leonardo Favio, y digo popular aunque muchas de sus películas hayan sido fracasos de público. Favio, el gran talento sin academia que ingresó al cine porque quería “cogerse minas”, el que entró como ahijado analfabeto de Torre Nilsson, el que confesó que podría haber sido tragasables en una feria o ladrón de autos “con tal de no trabajar”, el que fue llamado como actor “el Marlon Brando argentino”, el que vivía realmente enamorado de todas las muchachas bellas, el que decía que el varón es polígamo y la mujer monógama por el tema de los hijos y padre garante, el que decía que podía vivir con cuatro o cinco mujeres y amarlas a todas “sin engañarlas, porque entonces no es amor”, el que tuvo una abuelita comunista, el que fue un poeta tal vez único en el mundo (le gustaba mucho Bresson) y, como tantos únicos de la Argentina los argentinos no lo sepan, ese, ese humano Leonardo Favio se murió ayer al mediodía. Como diría él: ¡Carajo, viene pegando cerca!

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