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Opinión |ESTO QUE PASA

Batallas ganadas, resultados inciertos

Por PEPE ELIASCHEV

16 de Diciembre de 2012 | 00:00
LA MOVILIZACIÓN DE LOS HINCHAS DE BOCA EL MIÉRCOLES PASADO
LA MOVILIZACIÓN DE LOS HINCHAS DE BOCA EL MIÉRCOLES PASADO

Twitter: @peliaschev

Es tentador asegurar que la decisión de un juez es más importante que la vida misma, pero sin embargo la realidad de la calle es mucho más trascendente que los trapicheos judiciales. Además, la guerra contra el Grupo Clarín no terminó la noche del viernes. Pero en la misma semana en la que el Gobierno permanecía ensimismado en su cruzada para lograr que el Grupo Clarín “desinvierta”, el furibundo y descomunal “banderazo” de la hinchada de Boca en el centro neurálgico de Buenos Aires dijo mucho más del momento argentino que las diferentes y cada vez más abstrusas batallas de la “guerra cultural” contra un conglomerado de medios con el que estuvo asociado el Gobierno desde 2003 hasta 2008.

Pintoresco eufemismo éste de la “desinversión”. Se presume, pues, que hubo y hay inversión. Pero la idea de “desinversión”, en vez de venta obligada de un bien hasta ese momento poseído, sugiere un proceso de salida complejo, progresivo y matizado. Sin embargo, en las condiciones argentinas el Gobierno denomina desinversión a una alteración brusca de intereses hasta ese momento legalmente cautelados. Argentinidad al palo: “desinvertir” es el concepto barroco del oficialismo para concretar un desguace acuciante y obligatorio.

INFERNAL

Como quiera que sea, para este columnista resulta infinitamente más revelador recomponer los datos de una jornada infernal, la que vivió la ciudad de Buenos Aires después del mediodía y hasta la medianoche del miércoles pasado. Decenas de millares de personas, aparentemente liberadas de las ocupaciones, compromisos y urgencias personales que condicionan a todos los argentinos, se abalanzaron desde barrios y suburbios para ir congregándose en el Obelisco. Era el día 12 del mes 12 en el año 2012. Muy sencillo: los hinchas de Boca (el “jugador nº 12”) habían proclamado para esa fecha una orgía festiva, especie de bacanal callejera destinada exaltar el carácter histórico excepcional que, a juicio de ellos, reviste el amor por la camiseta auriazul.

Se conocen los hechos y las palabras, pero, de tan manoseadas, dicen cada vez menos. Barbarie, salvajismo, vandalismo: todo se usó y sin embargo el lenguaje fracasaba al pretender pintar acabadamente ese escenario de horror que se puso en acto en la llamada Plaza de República. No mataron a nadie, es cierto. Mucho más siniestra y terrible es la carnicería del viernes en Newtown (Connecticut, Estados Unidos), donde 27 personas (incluyendo 20 niños) fueron asesinadas. Pero en el episodio porteño debe tomarse en cuenta un puñado de cuestiones que denuncian el feroz y avanzado deterioro del Estado de Derecho en la Argentina.

Uno de los ejes de esa jornada de furia destructiva es el componente humano. ¿Quiénes son, de dónde salen y cómo se gana la vida el medio millar de delincuentes de alta peligrosidad que convirtió a la zona del Obelisco en área indefensa para ser minuciosamente devastada? Tal vez nunca se pueda responder seriamente esta pregunta, pero ese elemento estructural, el lumpenaje delictivo y encapuchado, capaz de acorralar a una policía impotente, torpe y a la defensiva, forma parte de una realidad innegable. Esa misma tarde de canícula atroz, menos de un centenar de activistas de fuerzas de la izquierda revolucionaria nucleados en sus respectivas sectas, cargaron a mansalva contra el local porteño de la Casa de Tucumán, al que hicieron trizas, mientras la Guardia de Infantería de la Policía Federal, observaba maniatada la devastación, explícitamente impedida de actuar. Los forajidos, cuya idea de la lucha de clases se concreta (por ahora) en la ruptura de vidrieras y en la quema de contenedores de basura, entendían que esa era la manera más eficaz de reaccionar ante la exasperante decisión de un tribunal tucumano en el caso de Marita Verón, mediante la cual los 13 inculpados quedaron absueltos.

IDEOLOGiA

En ambas situaciones, el desaforado “banderazo” boquense y la liquidación de la Casa de Tucumán, prevaleció la decisión oficial de paralizar a la Policía Federal para impedirle recuperar el orden en las calles, si es que para ello debe proceder de manera enérgica. Las famosas diferencias entre una vieja simpatizante de Montoneros, como la ministra Nilda Garré, y un veterano admirador de los carapintadas, como el inefable y pintoresco secretario Sergio Berni, son puramente operativas y de poder. Ambos reportan a un mismo credo, del que no se apartan. Resultado de la degradación serial del orden jerárquico en las fuerzas de seguridad de la Argentina, una táctica que el Ministerio de Seguridad ha aplicado hacendosamente para separar a la tropa propia de la que no le parece leal y mantenerla fragmentada y bajo control, fue la renuncia del comisario Enrique Capdevila como jefe de la Policía Federal. Las tres fuerzas federales de seguridad (Gendarmería y Prefectura son las otras) tuvieron un año atroz, descabezadas, revueltas y confundidas, todas ellas manipuladas por los criterios políticos (y sobre todo ideológicos) de un gobierno en el que muchos de los tomadores de decisiones piensan a la Argentina en términos de 1973-1976.

En la misma semana, durante la cual los espasmos violentos de una sociedad habituada a naturalizar el desorden antisocial más escabroso mostraban la realidad de este fin de año, la Presidenta volvía a cargar contra la Justicia, entendida por el Gobierno como una corporación reaccionaria y antidemocrática. Hasta que el juez Horacio Alfonso, en fallo de primera instancia, falló el viernes que los artículos de la ley de medios impugnados por el Grupo Clarín eran constitucionales, el Gobierno venía ametrallando dialécticamente a los jueces. Las cabezas más turbulentas del oficialismo, que expresan con franqueza el verdadero sentimiento y pensamiento de la Presidente, como Diana Conti y Carlos Kunkel, no fueron ambiguos. Proponen una justicia de tipo “popular” como alternativa a lo que definen como judicatura desprovista de “legitimidad” social. Son las armas del arsenal más preciado del populismo contemporáneo, una ideología que tiene versiones de izquierda y de ultraderecha.

La propia Cristina Fernández, convencida de que los medios de comunicación que no controla, así como los jueces que no se le someten, son golpistas, ha denunciado a los “fierros” judiciales y mediáticos. En castellano, los tanques de los golpistas de 1966 y, sobre todo, de 1976 hoy serían para ella equivalentes a jueces y periodistas. Asombrosa y perversa simplificación que embiste contra la propia realidad, porque ¿este juez Alfonso no expresa acaso a la “corporación” judicial y sus fallos no equivalen a esos “fierros” con los que los militares volteaban gobiernos legítimos? ¿Es un golpista destituyente el siempre complaciente Norberto Oyarbide?

“Los tanques de los golpistas de 1966 y, sobre todo, de 1976 hoy serían para la Presidenta equivalentes a jueces y periodistas”

De la mano de esa “justicia popular” que ahora parece seducir a la Presidenta, se destaca otro parámetro clave de este modelo ideológico, el liderazgo carismático, vertical e irremplazable. En este punto, la situación de Venezuela puede arrojar ricas conclusiones. La gravísima enfermedad de Hugo Chávez, subestimada por él mismo hasta que no pudo más con su cuerpo, obligó al caudillo caribeño a una abdicación de características monárquicas. Le entregó el mando a Nicolás Maduro, pero la tranquilidad en la cúpula del chavismo es sólo aparente. Es que el liderazgo absorbente de 14 años de autocracia sin límites desvalijó de mandatos institucionalmente sólidos al régimen de Caracas. Nada que no se haya vivido en Cuba, tras 54 años de régimen, donde dos hermanos se han repartido el poder de la isla. Enfermo y envejecido Fidel Castro, lo sucedió el también octogenario general Raúl Castro. Es el problema de estos esquemas, cuya magia del poder consiste en acumular y concentrar, siempre en nombre del pueblo.

En la Argentina, las imágenes angustiantes del desborde el miércoles 12, expresan un cuadro recalcitrante y tremendamente elocuente de un estado de disgregación. Recortada contra esa realidad, la congregación opositora del lunes 10 de diciembre, a 29 años de la jura de Raúl Alfonsín como presidente fundador de la moderna democracia argentina, fue un episodio nuevo. Por un día al menos cesaron las pequeñeces y las miopías de los diferentes líderes de la oposición. Mauricio Macri, Hermes Binner, Gustavo Ferrari, Gabriela Michetti, Federico Pinedo y Patricia Bullrich no tuvieron problemas en mostrarse en el Comité Nacional de la UCR junto a los dueños de casa (Barletta, Alfonsín, Cobos, Lilia Puig de Stubrin), un episodio sencillo y sin proyecciones electorales, pero que modifica en algo una narrativa oficial que, pese a sus esfuerzos y logros parciales, sigue aquejada de jaquecas y fragmentaciones.

www.pepeeliaschev.com

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