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Opinión |MIRADA ECONOMICA

La profesión más antigua

16 de Diciembre de 2012 | 00:00
La profesión más antigua

Por MARTIN TETAZ *
Twitter: @martintetaz

Debe haber unas 200 personas en la Plaza de la Catedral, pleno centro de La Habana, Cuba. Los hombres descansan del calor y las mujeres se insinúan con un descaro total.

Notable paradoja de una isla cuyos habitantes tienen un acceso a la salud y la educación similar al del Reino Unido (79,1 años de esperanza de vida y 9,9 años de educación en promedio) pero al mismo tiempo figura entre los paraísos del turismo sexual en numerosos sitios de internet.

La abundancia no se debe allí a una historia de violencia, drogas y privaciones afectivas, no se explica por el bajo nivel educativo, ni tampoco tiene que ver con asegurar la comida que provee el propio Estado. La respuesta está en la billetera; el salario mensual de un cubano ronda los 15 dólares y cualquier turista entrega esa cifra por una compañía circunstancial de unas horas.

NO SOLO HUMANO

No sólo se trata del trabajo más antiguo de la humanidad, sino que la prostitución ha sido incluso documentada en monos capuchinos, por parte de la psicóloga Laurie Santos de la Universidad de Yale, al tiempo que los zoólogos Lloyd Davis y Fiona Hunter encontraron comportamientos similares en una colonia de pingüinos Adélie, que hacen sus nidos en las costas de la Antártida e islas adyacentes.

En un famoso trabajo, Steven Levitt, autor de Freakonomics, calculó que la prevalencia de las trabajadoras sexuales en Estados Unidos era del 2% de la población (1 cada 50 mujeres), al tiempo que según un estudio de Lin Lean Lim, de la OIT, entre 0,25 y 1,5% de las mujeres se prostituyen en Indonesia, Philipinas, Malasya y Tahilandia, en sintonía con las 28.000 que según la profesora en Criminología Dina Siegel constituyen aproximadamente un 1% de las mujeres de entre 18 y 45 años en Holanda, país donde además la actividad es legal y paga impuestos.

En Argentina, de acuerdo a la propia fundadora de AMMAR, el gremio que reúne a unas 4.000 meretrices, habría unas 80.000 mujeres trabajando con su cuerpo, que constituyen casi un 1% de la población femenina de entre 15 y 44 años en el último censo.

Pero Elena Reynaga no pide ayuda para “rescatar” a las prostitutas que representa, incluso en el marco de la CTA, sino que pide una ley donde se reconozca a la actividad como un trabajo más, con todas las protecciones del Derecho laboral.

En tiempos convulsionados como los de esta semana, es oportuno aclarar que la gente de AMMAR obviamente se opone de manera terminante a la trata de personas y a cualquier acto de violencia sufrido por una trabajadora sexual, haciendo una distinción clara respecto de su participación voluntaria en el comercio de servicios sexuales.

Es lógico; después de todo resulta mucho más fácil proteger y cuidar a los participantes de cualquier actividad, cuando ésta se desenvuelve de manera pública, legal y transparente, que cuando la misma se hace en círculos de difícil acceso y al margen de las normas.

Pero además, el análisis elemental de las leyes de la oferta y la demanda nos enseña que la legalización del ejercicio de la prostitución (incluso permitiendo la figura de la agencia o representante) es el camino más fácil para su erradicación.

CUESTION DE PESOS

La principal razón por la cual las mujeres (y los hombres también) se vuelcan al negocio del sexo es meramente económica. Incluso cuando el desempleo sea el más bajo de los últimos 20 años y resulte relativamente más accesible conseguir un empleo aún con un bajo nivel educativo, difícilmente una persona que limpie, cuide chicos o reponga la góndola del supermercado podrá acceder a los ingresos que genera la prostitución.

Varios estudios internacionales resumidos en la investigación de Lena Edlund, de la Universidad de Columbia, prueban que los salarios que obtienen las trabajadoras sexuales están entre un 25 y un 100% por encima de los que podrían obtener en otras profesiones de “mejor reputación”. En nuestro país, un trabajador de baja calificación difícilmente pueda ganar más de 25/30 pesos por hora, mientras que (incluso luego del descuento del proxeneta) se obtienen unos 50 pesos por hora de trabajo sexual.

Si la Presidenta antes de prohibir el rubro 59 hubiera contratado a un economista, cualquier colega le habría explicado que la solución era exactamente la opuesta; subsidiar la publicación de clasificados y facilitar al máximo posible la oferta de sexo, legalizando a las trabajadoras y dándoles seguridad, pero al mismo tiempo penalizar o combatir fuertemente a los consumidores de servicios sexuales, para que el miedo a la sanción haga caer la demanda. Después de todo, si desempolvamos la calculadora vemos que si hay 80.000 prostitutas, con que sólo trabajen 4 días a la semana, y atiendan aunque sea un cliente nuevo por día, estamos hablando de 16 millones de consumidores.

Si sube la oferta y baja la demanda, comprende incluso Doña Rosa, que los precios se derrumbarían haciendo que la profesión más antigua termine resultando tan mal negocio que resulte conveniente aceptar ese empleo alternativo que pagaba la mitad.

Obviamente quedará un sector de los trabajadores sexuales (por ejemplo los travestis y aquellos que sean analfabetos) que aún así no podrán conseguir un empleo y el Estado deberá procurar asistencia para ellos.

De yapa, la fuerte caída que se produciría en el salario de las meretrices aniquilaría por completo el negocio de la trata, porque bajaría drásticamente el valor económico de los esclavos sexuales.

(*) El autor es economista, profesor de la UNLP y la UNNoBA, investigador del Instituto de Integración Latinoamericana (IIL) e investigador visitante del Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales (CEDLAS)

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