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POR
ALEJANDRO FONTENLA (*)
La reciente escalada del conflicto en Medio Oriente, una larga y cruenta disputa que se mantiene desde la Guerra de l967, tras la cual el ejército israelí ocupó sucesivamente territorios árabes en las fronteras con Siria, Egipto y Cisjordania, además del repudio que se experimenta ante cada nuevo hecho bélico y sus trágicas consecuencias, me llevó a repensar el papel que juegan los escritores consagrados, cuyas palabras tienen resonancia pública, ante hechos como este.
El Premio Jerusalén, otorgado cada dos años desde 1963, honra la obra de un escritor, pero fundamentalmente su postura frente a las circunstancias históricas que le toca vivir. Lo merecieron Arthur Miller, Simone de Beauvoir, Octavio Paz, Susan Sontag y Graham Greene, entre otros. Una de las últimas entregas de este premio, el más importante y cosmopolita de Europa, otorgado al escritor japonés Haruki Murakami en febrero de 2009, estuvo rodeada de polémica. En esos días el ejército israelí bombardeaba la población indefensa de Gaza, y grupos fundamentalistas amenazaron al escritor con un boicot a sus libros, en caso de que éste aceptara el galardón.
“TEJEDOR DE MENTIRAS”
Murakami se presentó en Jerusalén a recibir el premio, bajo las siguientes premisas: lo hizo como novelista, es decir como “tejedor profesional de mentiras”, como alguien que busca mediante la ficción una forma más luminosa de exponer la verdad. “Pero hoy no vengo a mentir -agregó- sino a decirles mi verdad lo más honestamente que pueda”.
¿Cuál fue su verdad, cuál fue su forma de contrarrestar una acusación política? Lo hizo a través de una metáfora: “Entre un alto y fuerte muro y un huevo que se rompe contra él, yo siempre permaneceré del lado del huevo. Sí, sin importar cuánta razón tenga el muro o equivocado esté el huevo, permaneceré a su lado”. Una noción en la que resuena el viejo humanismo de Cervantes, precisamente el creador de la novela moderna: la defensa incondicional de los más débiles, el concepto más hondo y directo de solidaridad. En una primera lectura, como lo señaló el escritor, las bombas y las armas poderosas serían el muro, y los civiles indefensos el huevo.
Pero esta metáfora admite para Murakami un significado más profundo: “Cada uno de nosotros es un huevo, es un alma única e irremplazable encerrada en una frágil cáscara. Y cada uno de nosotros, en mayor o menor medida, se enfrenta a un enorme y sólido muro, que es el Sistema”. Esto no implica la apelación a un individualismo sui generis, que parecería ingenua si no estuviera enriquecida por la crítica al sistema, a un estado de situación. Según razona el escritor, el sistema -vale decir la institución política, los responsables de la vida en sociedad-, debería protegernos, “pero a veces toma vida por sí mismo y empieza a matarnos o a hacer que matemos a otros, fría, eficiente y sistemáticamente”.
La razón para escribir novelas-concluye Murakami- es “llevar el alma individual a la superficie y hacer brillar sobre ella una nueva luz, y tratar de evitar que el Sistema atrape nuestras almas en su red haciendo que carezcan de significado”.
COMPROMISOS
Los discursos de recepción a los más importantes premios internacionales otorgados a la literatura permiten ver con claridad las posiciones ideológicas de los autores premiados. En estas ocasiones, liberados de exigencias formales, los escritores suelen manifestar sus compromisos personales más profundos, sus ideas radicales y verdades esenciales, aquellas que meditaron durante mucho tiempo como parte del trabajo literario, y que aparecen ahora en su desnuda fuerza conceptual.
Al recibir el mismo galardón en 1985, el checo Milan Kundera definía la novela como el paraíso imaginario de los individuos, el territorio donde nadie posee la verdad absoluta, pero todos tienen derecho a ser comprendidos. Sostenía que es precisamente al perder la certidumbre de los dogmas y el consentimiento unánime de los demás, cuando el hombre se convierte en individuo. “El arte de la novela -afirmaba- es por su propia esencia no tributario sino contradictor de las certezas ideológicas”. Al igual que Murakami, Kundera pensaba que el mundo en el cual el individuo es respetado, es frágil y perecedero. Está amenazado por la violencia generalizada, por las ideas preconcebidas, inducidas desde el poder, y por la insoportable dosis de trivialidad de los entretenimientos mediáticos.
Proclamaba en ese acto, al recibir el premio, que en semejante contexto hablar de la novela no era una forma de evasión, pues lo más valioso que tiene la cultura, el respeto por el individuo, por su pensamiento original y su privacidad, “están depositados como en un cofre de plata en la historia de la novela, en la sabiduría de la novela”.
¿Cuál es, en conclusión, el núcleo crítico de las posiciones desplegadas por estos novelistas, cuál es su punto de confrontación con el actual “estado de cosas”, qué sentido tiene en los tiempos que corren una apelación al humanismo y a la condición única y original de cada persona? No lo sé con exactitud, pero creo que los problemas más graves que atraviesa la sociedad contemporánea, desde los conflictos bélicos hasta las situaciones de extrema pobreza, desde la desigualdad social a la falta de justicia, están en relación con el pensamiento unificado y masivo, con la fuerza que baja desde los poderes y penetra en cada televisor para que a todos nos diviertan las mismas bromas, aplaudamos a los mismos bufones, diluyamos en la más sensiblera banalidad nuestras emociones y condenemos por igual a los que nos señalan como enemigos indeseables. A esto se refiere Murakami cuando previene que el alma individual no pierda significación atrapada en la red del sistema.
Individualismo y humanismo parecen hoy palabras desacreditadas, dejadas atrás por ideologías supuestamente más evolucionadas, como por ejemplo el difuso y multiforme “progresismo”, tan apto para enunciar ideas de avance social como para justificar políticas reaccionarias. Para ser exitoso, o aunque sea tenido en cuenta, todo enunciado debe hoy reconocer alineamientos, compromisos, integrar una serie, ya sea de izquierda o de derecha. Salvo quizás en el arte, el “pensamiento original” del individuo no es escuchado. Por eso, si volvemos a la metáfora de Murakami, la del huevo y la pared, cabría preguntarse de qué lado se ubican tantos pensamientos colectivos, tantos consensos ideológicos y supuestos aparentemente incuestionables que conforman el entramado del discurso social. A muchos de sus cultores no parece importarles la suerte del huevo.
(*) Escritor. Profesor en letras (UNLP)
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