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José María Jiménez: dicen que no hubo otro como el “Mono”

A los 80 años, hizo un repaso de una vida dedicada al básquet

7 de Febrero de 2013 | 00:00

ENTREVISTA
Por ANIBAL GUIDI

Sin duda, es una figura emblemática del deporte de nuestra ciudad. Del básquet más precisamente. Quienes lo vieron jugar, allá por la década del ‘50 y en su querido Estudiantes, no han tenido reparo en admitir que se trató de uno de los mejores basquetbolistas que pisó una cancha de nuestro país.

Ya transita los 80 años (los cumplió el pasado 3 de diciembre), pero no los representa en absoluto. Tan es así que se le podría decir que no tiene 80 años, sino 40 con 40 años de experiencia. Si uno dice que se trata de José María Jiménez (“con ‘jota’, porque es apellido español”, aclara), tal vez muchos de los que hoy peinan canas no lo ubiquen. Pero si se agrega que se trata ni más ni menos que del “Mono” Jiménez, entonces sí coincidirán en cuanto a que lo que se afirma de él se ajusta estrictamente a la realidad.

Eso de “Mono” no le cae para nada mal a este porteño que vivió en Corrientes y Libertad, y que por esas cosas del deporte, un día tuvo que venir a La Plata para jugar por Estudiantes, y ya nunca más se movió de la ciudad.

“Ya no soy ‘Mono’, soy ‘Gorila’”, le dijo entre sonrisas a este diario, que lo entrevistó en una confitería céntrica de nuestra ciudad, donde es habitué desde hace 20 años.

Mientras toma el infaltable café mañanero, Jiménez hace un repaso de sus comienzos en el deporte del básquet, de su irrupción con fuerza en Náutico Buchardo, donde lo descubrieron los dirigentes de Estudiantes, que hicieron lo imposible para sumarlo al plantel albirrojo.

No era para menos, ese pilar los encandiló con su dominio del balón, su dribling endemoniado, su visión del juego y su infalible puntería.

Tanto insistieron los directivos pincharratas que hasta su padre (un sevillano de pura cepa que supo ser un importante regisseur de teatro, con muchas temporadas al lado de ese notable actor que fue Narciso Ibáñez Menta) le dio el empujón para que fuera a Estudiantes. Y hasta sus propios compañeros de equipo lo instaron a que buscara progresar en otro ámbito, y en el quinteto pincharrata se le abría una gran posibilidad.

“El presidente, por entonces, era el Dr. Caro Betelú, quien me pidió que debutara en el equipo de segunda, y ante San Lorenzo. Conocí a mis compañeros en el vestuario y, ya dentro de la cancha, veía que no me daban la pelota. Eso me molestó, aunque luego me confesaron que lo habían hecho a propósito. Pero busqué la pelota, la conseguí y metí varios tantos. Ganamos por tres puntos y todos me fueron a abrazar. Recuerdo que el Mudo Bancalari, un gran hombre del básquet del club, me llevó en andas, lo que me dio cierta vergüenza”, recordó Jiménez.

Y mientras sigue desgranando recuerdos y anécdotas, tiene entre sus manos un recuerdo que atesora con un enorme cariño. Es un llavero que le entregó hace algunos años el club Náutico Ensenada, en cuyo reverso se estampó la siguiente frase: “Al gran jugador, al gran goleador, al excelso dribleador”, lo que ratifica lo que fue el “Mono” como jugador.

“¿Cómo era? Creo que más jugador que goleador. Era ágil, con buenas piernas, no pesaba más de 58 ó 60 kilos. Cuando picaba no miraba la pelota, observaba el juego. Era algo natural en mí. Cuando una vez fui a ver a los Harlem Globe Trotters al Luna Park, me maravillé y pensé que no sabía nada. Luego un técnico me enseñó a defender la pelota con el cuerpo, y me superé bastante en el juego”, se definió.

Fue campeón con Estudiantes en tres oportunidades, fue seleccionado de La Plata y de Provincia de Buenos Aires, e integró la Preselección Nacional. Y sólo cosechó elogios y amigos, con los que se encuentra a diario en esa confitería que lo tiene sentado en una de las mesas todas las mañanas (“le digo a mi señora que es mi segundo hogar”).

“Con Gimnasia había rivalidad, pero también mucho respeto. Eran otras épocas. Jugué siete clásicos y gané seis”, subraya.

Pero, de pronto, lo ganó el amor de Norma Lucero. “Estuvimos seis meses de novios y nos casamos. Bien dice el refrán: ‘noviazgo corto, matrimonio largo’”, grafica entre sonrisas, ya que llevan 56 años juntos. Y se le iluminan los ojos cuando agrega que tiene tres hijos (dos varones y una mujer, que vive en Madrid) y dos nietos, un varón de 26 y una mujer de 22, que en cualquier momento lo hacen bisabuelo.

Asiduo lector de este diario desde siempre (atesora cada recorte en donde se habla de su persona), Jiménez comenta que a raíz de una lesión que sufrió en el tendón de Aquiles tuvo que abandonar el básquet muy a su pesar, pero que poco después se desempeñó como dirigente en la subcomisión de básquet de Estudiantes, en donde permaneció por cerca de seis años.

También tuvo un paso como ayudante técnico, pero no le prendió el “bichito” de ser entrenador.

De los jugadores de su época, se declaró admirador de Oscar Furlong, Ricardo González (“me pongo de pie para nombrarlo”, porque fue a quien más admiró, y que en algún momento lo sorprendió cuando lo elogió como jugador) y Roberto Viau.

Y de los de ahora, menciona a Luis Scola (“su padre jugó en Obras”), por supuesto al bahiense Emanuel Ginóbili y también a Pablo Prigioni.

Pero no es habitué hoy de los rectángulos de juego. Ni de las canchas de fútbol. Claro que ve los partidos por televisión mientras espera que, en algún momento, se lo invite para ver algún partido en el Pedro Osácar, en donde hizo de las suyas en la época de oro del básquetbol platense. Y porqué no -eso no lo dijo por cuestión de pudor-, se le brinde el homenaje que Estudiantes y el básquetbol platense le están debiendo.

“Yo a Estudiantes le debo todo. Acá pude jugar, salir campeón, trabajé (hoy es jubilado del Poder Judicial, en donde hizo toda la carrera hasta llegar a ser jefe de despacho), conocer a mi mujer y formar una familia que me enorgullece. ¿Qué más puedo pedir? Acá me trataron como a un miembro más de la familia”, agregó.

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