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La Ciudad |EN BUSCA DE UNA FORMACION MAS ALLA DE LA TRADICIONAL

Crece el interés de los padres por llevar a los chicos a que aprendan a pensar

Propuestas, motivaciones e historias detrás del auge de la educación para el pensamiento

24 de Marzo de 2013 | 00:00
OBSERVAR, COMPARAR, ESTABLECER DIFERENCIAS, ESTIMULAR A LOS CHICOS PARA QUE SE HAGAN PREGUNTAS Y SE ANIMEN A RESPONDERLAS... TAL ES LA PROPUESTA EN QUE SE BASA LA EDUCACIÓN PARA EL PENSAMIENTO YA A PARTIR DE LOS CUATRO AÑOS DE EDAD
OBSERVAR, COMPARAR, ESTABLECER DIFERENCIAS, ESTIMULAR A LOS CHICOS PARA QUE SE HAGAN PREGUNTAS Y SE ANIMEN A RESPONDERLAS... TAL ES LA PROPUESTA EN QUE SE BASA LA EDUCACIÓN PARA EL PENSAMIENTO YA A PARTIR DE LOS CUATRO AÑOS DE EDAD

POR NICOLAS MALDONADO

Clic para ampliarAlrededor de una mesa con distintas especies de plantas, un grupo de chicos de seis años juega a mirar y comparar. El juego consiste en establecer diferencias y similitudes, para luego tratar de explicarlas. Así van apareciendo los ¿por qué? ¿para qué? y ¿cómo?, preguntas que no son otra cosa que la base del pensamiento científico, pero que en ellos surgen con total naturalidad. Y es que de eso se trata: no de darles las respuestas sino de alimentar una curiosidad que de otra manera corre un serio riesgo de apagarse al crecer.

Conscientes de la importancia que tiene aprovechar esa avidez de los chicos, pero también de que la escuela tradicional no llega muchas veces a satisfacerla, cada vez más padres de clase media deciden mandar a sus hijos a centros de educación complementaria donde se les enseña el hábito de pensar. Puede parecer aburrido, o incluso una sobrecarga académica, pero no es precisamente eso lo que reflejan las caras de los chicos que asisten a ellos, algunos desde hace más de diez años

“Acá no hay obligación de aprender ni pasar de grado porque tampoco hay notas ni calificaciones. Aprender es algo copado, porque también son copadas las cosas que te enseñan”, cuenta Juan Ignacio, que tiene 13 años y hace seis que asiste a un taller donde realizan experimentos químicos, arman pequeños circuitos electrónicos y hasta han construido una cámara fotográfica.

Puede parecer algo aburrido, o incluso una sobrecarga académica, pero no es eso lo que reflejan las caras de los chicos que asisten a centros para prender a pensar, algunos desde hace diez años

Con propuestas educativas de lo más diversas, pero siempre en un marco lúdico donde lo importante no es tanto incorporar conocimientos sino aprender a razonar, este tipo de institutos viene captando un interés creciente en nuestra ciudad. Tanto es así que los dos centros que funcionan a nivel local han duplicado su matrícula en los últimos años y en uno de ellos hasta existe hoy una lista de espera para ingresar.

HERRAMIENTAS PARA EL MUNDO

“Nuestra propuesta apunta a desarrollar el pensamiento lógico en los chicos a través del juego: los hacemos realizar experimentos y los alentamos a que se hagan preguntas para que ellos mismos encuentren las respuestas”, resume Elsa Canestro, directora de Galileo, la primera de las experiencias de este tipo nacidas en la Ciudad.

Fundado hace casi tres décadas por Elsa y su esposo (ella química biológica; él, físico químico) en respuesta al propio deseo de ofrecerles a sus hijos este tipo de educación, el taller Galileo enseña ciencias naturales a chicos de seis años en adelante como una forma de que aprendan a pensar. “No es un taller para crear científicos sino personas capaces de analizar y comprender el mundo en que viven. Lo interesante es que ya al tercer año los chicos incorporan el hábito del pensamiento lógico, pero siguen viniendo, en algunos casos desde hace más de diez”, cuenta ella.

Lo mismo señalan desde Eureka, un centro de educación para el pensamiento con veinte años de trayectoria en nuestra ciudad. “Si bien trabajamos con matemática, ciencias naturales, lengua y arte entre otras tantas materias, para nosotros las materias no son fines sino medios para instalar el hábito de la indagación. Observar, comparar, clasificar, intentar definiciones sirve tanto para convertirse en un buen ingeniero como en un buen cineasta”, explican los referentes de la institución.

De ahí que “en Eureka no vas a encontrar un solo maestro que declame o vuelque su sapiencia sobre los chicos, porque eso no nos interesa -agregan-. Para nosotros lo importante es que los chicos se hagan preguntas y que se animen a formular respuestas. De esa actitud surgen las herramientas que los ayudan luego a leer ese gran libro que es el mundo que nos rodea”.

UNA AVIDEZ DESPERDICIADA

“Todos lo chicos nacen con avidez de conocimiento, tienen esa capacidad que si no se las cultiva se adormece; lo grave es que la educación tradicional lo desperdicia”, sostiene Alfredo Palacios, director educativo y uno de los fundadores de Eureka, a donde asisten cerca de 260 chicos de distintas escuelas de La Plata.

Sucede que “el planteo de la escuela frente al acto educativo es sentar al chico en un salón y ponerle enfrente a un adulto que le baje información. El problema es que para poder entender esa información, el chico tiene que saber manejar bien ciertos instrumentos (como lo son observar, comparar, clasificar y definir) que la propia escuela hoy no le brinda. Pero además tiene que hacerlo en un aula donde es imposible que se ocupen de él porque hay otros cuarenta chicos. No debería extrañarnos entonces que la mayoría de ellos termine estudiando de memoria y repitiendo cosas que muchas veces no sabe ni qué quieren decir”, cuenta Palacios.

Para Laura de Ondarçuhu, la directora de Eureka, tan preocupante como el hecho de que no entiendan lo que estudian es que terminen por ello sin encontrarle sentido. De ahí que “uno de nuestros mayores objetivos -dice- es hacer que las cosas que se aprenden cobren significación; y para eso, más importante que enseñarles una fórmula química, es hacerlos experimentar a ellos mismos en el laboratorio”.

En el taller Galileo comparten la misma visión. “Si trabajamos con chicos de seis años en adelante es porque recién a esa edad logran desarrollar cierta destreza manual para hacer los experimentos. Y lo que nos interesa por sobre todo es que ellos mismos hagan cosas con sus manos, toquen, fabriquen, experimenten. Las cosas aprendidas de esa forma no se olvidan más”, aseguran.

OTRA MIRADA

Con mayor o menor crítica hacia la enseñanza tradicional, los referentes de la educación para el pensamiento de nuestra ciudad coinciden al resaltar cierto cambio de actitud en los padres de clase media, que son a fin de cuentas quienes alimentan el fenómeno.

“Hace veinte años entraba la gente y nos preguntaba si acá enseñábamos control mental. Hoy vemos familias más conscientes de la importancia de una buena formación, más preocupadas por la educación de sus hijos”, comentan en Eureka, donde afirman que también la percepción colectiva sobre la inteligencia ha cambiado.

Existe una mayor consciencia de que “tal vez hay un físico o un matemático eminente en nuestros hijos y que si no se les da la posibilidad de que exploren ese camino nunca lo van a ser”.

Mientras que antes se creía en general que cada cual estaba dotado de cierta inteligencia y sólo hasta ahí podía llegar; hoy la mayoría de la gente sabe que eso se trabaja y que no hay sólo una forma de inteligencia. Pero además, sostiene el profesor Palacios, existe una mayor consciencia de que “tal vez hay un físico o un matemático eminente en nuestros hijos y que si no se les da la posibilidad de que exploren al menos ese camino nunca lo van a llegar a ser”.

“Cuando arrancamos, la mayoría de nuestros alumnos eran chicos de quinto o sexto grado que aspiraban a ser científicos, hoy casi todos lo empiezan tienen alrededor de seis y quieren hacer experimentos. Mas allá de ese cambio en la edad, el hecho es que hay padres que valoran ese interés y los mandan porque entienden que se trata de una educación que en un futuro les va a servir”, cuentan en el taller Galileo.

Pero cualquiera sea la motivación de los padres, lo que estos centros les ofrecen no es ningún caso hacer de su hijo un genio. “Nuestra aspiración es lograr que los chicos piensen; después que digan lo que piensan; tercero, que hagan lo que dicen; y cuarto que se sientan felices haciéndolo. Si logramos esas cuatro cosas estaremos felices de haber cumplido nuestra tarea”, comentan en Eureka.

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