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De la desesperación al dolor, la impotencia y la resignación

El miedo y la angustia provocados por la inundación se trocaron en tristeza y gestos de solidaridad

4 de Abril de 2013 | 00:00

Miles de platenses atravesaron en la noche del martes y la madrugada de ayer la peor de las pesadillas. El agua entrando en sus casas, arrasando con todo, poniendo en peligro sus vidas y de sus seres queridos. La supervivencia le tuvo que dar pelea al miedo y la angustia para poder sobrellevar una situación que, en muchos casos, se prolongó durante horas interminables.

Los llamados al diario desde las siete de la tarde del martes reflejaron el pánico y la desesperación de centenares de vecinos que, ya inundados, veían que la cantidad de agua aumentaba incontenible y debían abandonar sus casas, pero ya les era imposible salir.

Los pedidos de auxilio se multiplicaron y se tornaron definitivamente dramáticos a partir de las 10 de la noche, cuando se registró el “segundo diluvio” y la permanencia en los casas se tornó para muchos definitivamente insostenible.

Por esas horas, comenzó también el calvario de miles de vecinos que comenzaban a enterarse de la magnitud de la catástrofe en zonas donde viven familiares o amigos. Muchos lograron comunicarse con ellos, se enteraron de que estaban atrapados por el agua y luego perdieron contacto durante largas horas, sin saber qué les había ocurrido. Tantos otros no pudieron ubicar hasta muchas horas después a sus familiares, ganados por la angustia.

Con el amanecer, llegaría para los familiares y amigos de 48 platenses el dolor irreparable de la pérdida de esos seres queridos.

El resto, en tanto, debió iniciar el camino de la aceptación de que deberán “comenzar de nuevo”. A miles de familias, el agua les llevó la ropa, el calzado, les destruyó todos los artefactos y equipos de la casa, muebles, frazadas, colchones. Los dejó prácticamente sin nada.

Los afectados fueron tantos que incontables comercios permanecieron ayer cerrados. Sus dueños o sus empleados habían sufrido la inundación de sus casas o de familiares directos, o no podían llegar a sus trabajos porque había todavía muchas calles tapadas por el agua e intransitables.

En esos escenarios, y a la medida que se iban conociendo las dimensiones de catástrofe y tragedia que dejó la tormenta más devastadora -nada menos que en materia de vidas humanas- que conoció la Ciudad, los platenses se sumieron en la tristeza y la impotencia que generan las pérdidas irreparables. Con el correr de las horas, de cualquier modo, la gente asumió el desastre con resignación y se puso a levantar y reconstruir lo poco que le hubiera quedado.

Y de ese clima volvió a surgir la conocida solidaridad de los platenses. Hacía minutos que el diario había comunicado que iniciaba una colecta para ayudar a quienes perdieron todo cuando comenzaron a llegar las primeras donaciones.

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