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Relatos de angustia, incertidumbre y miedo entre las familias evacuadas

Los centros de alojamiento de la Ciudad se poblaron de relatos tristes y desgarradores sobre la tormenta

4 de Abril de 2013 | 00:00
LA MAYORÍA DE LOS EVACUADOS EN LOS CENTROS DE LA PERIFERIA DEL CASCO URBANO ERAN CHICOS; HIJOS Y NIETOS DE FAMILIAS QUE LO PERDIERON CASI TODO
LA MAYORÍA DE LOS EVACUADOS EN LOS CENTROS DE LA PERIFERIA DEL CASCO URBANO ERAN CHICOS; HIJOS Y NIETOS DE FAMILIAS QUE LO PERDIERON CASI TODO

Fabiana Dosantos llegó a la Escuela Nº6 de Ringuelet como evacuada pero ayer a la noche ya era una voluntaria más. “Primero vine porque tenía el agua casi hasta el techo -contó al recordar la furia devastadora que le arruinó su casa de 2 y 515-, pero una vez que mi familia estuvo a salvo y después de entender que ya lo había perdido todo, me pareció que lo más humano que podía hacer era dar una mano a los que estaban tan desesperados como yo. Y acá estoy, ayudando en medio del desastre, porque los primeros en ayudar fuimos los vecino; no hubo un solo funcionario de la ciudad que apareciera por acá para ver cómo estábamos. Es más, durante las primeras horas tuvimos una persona muerta y el lugar estaba lleno de chiquitos. Las autoridades, la verdad, un desastre”.

Noble y solidaria, algo furiosa, ayer se la podía ver a Fabiana repartiendo tazas de mate cocido entre cientos de brazos estirados y ayudando a acomodar los colchones que iban haciendo fila en el hall central de 2 bis y 515, uno de los centros de evacuados más grandes de la región con casi 400 personas refugiadas.

postal apocaliptica

La postal en ese lugar era apocalíptica y hacía pensar en una ciudad arrasada. Las historias que se escuchaban, también. “Tuve que salir de mi casa nadando”, contaba Sabrina Alarcón, una vecina de 1 y 514 que llegó a ese centro el martes poco antes de las 21, cuando la furia del agua la obligó a dejar su casa junto a sus hermanos. Ayer, mientras hacía cola para recibir una taza de café caliente, contaba que había vuelto a su casa pero sólo para darse cuenta que no le quedaba nada. “Esta noche voy a tener que seguir acá -decía-. Por suerte la puedo contar, pero nunca en mi vida vi que el arroyo se desbordaba tanto como esta vez. Fue algo de locos, y por un momento pensé que nos moríamos todos”.

No muy distinto es lo que contaba Miguel López, un vecino de 515 entre 10 y 11 que se tuvo que evacuar en la Escuela Nº6 junto a su madre y sus dos hermanos. El diagnóstico para él y los suyos era el mismo: “no nos quedó nada”, contó Miguel, quien decidió dejar su casa cuando el agua le empezó a llegar a la cintura, poco después de las 19,30 del martes.

“Empezó a entrar como si hubiera un desagüe en la puerta de casa y queríamos sacarla con ollas -relató Miguel-; abrimos la puerta y vimos que la calle ya no se veía. Era todo un río, un río oscuro. Al principio pensamos que iba a bajar, porque en algún momento tenía que bajar, pero la verdad es que subía cada vez más y cuando el agua nos llegó a la cintura nos vinimos para acá, no había otra. Después de pasar la noche en el centro volvimos y nos encontramos con que el agua había llegado casi hasta el techo. Menos mal que nos fuimos a tiempo, porque sino ahora estábamos todos ahogados”.

En la misma fila de Miguel, tratando de conseguir un poco de café caliente y algo de abrigo, Mirta Laprida esperaba su turno y recordaba lo sucedido en un tono de homilía: “Ni bien empezó a llover vinimos con mi hijo y mi marido porque sabíamos que algo muy siniestro podía pasar, pero la verdad es que nunca nos imaginamos semejante desastre”.

El desastre para Mirta se traducía en las huellas que había dejado la crecida del agua en su casa de 5 y 514: paredes embarradas, colchones y muebles estropeados, artefactos eléctricos rotos y hasta vidrios estallados por la fuerza que hacía el oleaje en ese río espontáneo que se formó en toda esa zona de Ringuelet.

“Por un momento pensé que me moría ahogada”, contaba Romina Andretto, otra vecina de esa zona que ayer tuvo que refugiarse con su familia.

Para Romina, sin embargo, más allá del desastre natural que les tocó vivir, lo peor fue darse cuenta de “la falta de ayuda de quienes nos representan y deberían estar ahora con nosotros. Acá hay un montón de personas voluntariosas que se esfuerzan por solucionar nuestros problemas, pero la verdad es que todo es una desorganización y faltan un montón de cosas. Como siempre: los primeros que aparecen son los vecinos. La gente siempre está, sólo falta que alguna vez los funcionarios se animen a dar la cara”.

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