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Opinión |EL PAIS

La reforma judicial, un boomerang

21 de Abril de 2013 | 00:00
La reforma judicial, un boomerang

Por MARIANO SPEZZAPRIA

Twitter: @mnspezzapria

Hace un rato largo que un sector importante de la sociedad argentina viene acumulando bronca. Al principio fue con la inseguridad, luego con la inflación. La política transitó mientras tanto por carriles paralelos a los de la demanda popular. El Gobierno se hizo fuerte y la oposición se fragmentó al punto de quedar neutralizada. Pero nadie consiguió plasmar una agenda al menos similar a la que plantearon las protestas del 13S, el 8N y ahora el 18A. Algunos directamente no quisieron hacerlo, otros no pudieron.

Esa acumulación se transformó en impotencia y derivó en agresiones a la figura presidencial tanto en las manifestaciones como en hechos cotidianos de la vida. La tensión política se presenta de manera imprevista en cualquier conversación, por más amistad que haya entre los interlocutores. Quedó probado, en términos empíricos, que la estrategia kirchnerista de la polarización caló hondo entre los argentinos. Y que le sirvió a la Casa Rosada para evitar que se le escurra el poder por el inevitable paso del tiempo.

Pero hay hechos imprevistos que vienen a sacudir la modorra de los estrategas y los obligan a despavilarse. La polémica reforma judicial que impulsa el Gobierno nacional operó, en los hechos, como el disparador de la masiva protesta del jueves y de una réplica que se está convocando para el próximo miércoles (#24A en las redes sociales) frente al Congreso. Se trata de una reacción que expresa un quiebre cultural. Como el de los que se opusieron a la reforma educativa del menemismo en la década del 90.

La polémica reforma judicial que impulsa el Gobierno nacional operó como el disparador de la masiva protesta del jueves. Se trata de una reacción que expresa un quiebre cultural

Sucede en escasísimas oportunidades, cuando los gobernantes tocan alguna fibra sensible de la sociedad sin medir las consecuencias. Este columnista pudo constatar, durante la marcha del 18A, ese sentimiento generalizado de temor que provoca la posibilidad de que el oficialismo sume al Poder Judicial a sus esferas de control político, que ya cuenta con el Legislativo desde el triunfo arrasador de 2011. Por eso los blogueros convocantes recurrieron por primera vez a los dirigentes de la oposición.

Algunos kirchneristas ya admiten, por lo bajo, el error conceptual que encierra la “democratización” de la Justicia, porque le abrió a la oposición un escenario que le estaba totalmente vedado: la articulación política con sectores de la sociedad que son críticos del Gobierno pero que también desconfían de sus adversarios, por considerarlos mezquinos e incapaces de unirse para plantear una alternativa de poder. Ya se había escrito aquí que la Presidenta estaba expuesta, porque los límites los marcaba ella misma.

LOS JUECES EN LA MIRA

Esos límites no los pudo poner la oposición, por cierto. Y entonces aparecieron los fallos de la Justicia. Los referidos a la Ley de Medios son a esta altura emblemáticos. ¿Eso significa que todos los jueces son antikirchneristas? De ninguna manera. Por supuesto que pueden tener pensamiento político, pero el Poder Judicial tiene la lógica de un sistema de pesos y contrapesos. Todos las sentencias son apelables, salvo las de la Corte Suprema. Esa barrera es infranqueable para una democracia.

En la agenda pública, el deterioro de estos valores está ahora por encima de los vaivenes de la economía, pese a que la inflación sigue siendo un problema central de la Argentina. Por eso en la marcha del jueves prácticamente no hubo alusiones al cepo cambiario, que había sido la piedra angular de los cuestionamientos del 13S y el 8N. Volvió al centro de la escena, en cambio, la bronca frente a presuntos hechos de corrupción. La irrupción del caso del empresario Lázaro Báez fue determinante.

Más allá de la farandulización que se registró tras la denuncia, que pareció retrotraer al país a cierto espíritu noventista, lo cierto es que Báez tuvo que salir a dar la cara frente a las acusaciones de lavado de dinero y fuga de capitales. El empresario patagónico dijo que buscaron ensuciar la imagen de su “amigo” Néstor Kirchner. La Presidenta hizo silencio sobre el caso, aunque trascendió que le molestaron más las burlas a su hijo Máximo que las denuncias sobre presuntos negociados en la obra pública.

Cristina Kirchner optó por terminar la complicada semana fuera del país, primero con un viaje a Lima para una reunión de la Unasur y luego con una visita a Caracas para participar de la asunción de Nicolás Maduro, el sucesor de Hugo Chávez. En ese periplo se hizo un tiempo para reconciliarse con el presidente uruguayo, José “Pepe” Mujica. Y en Venezuela le hicieron sentir otra vez que juega prácticamente de local. Está a la vista que ambos gobiernos se retroalimentan en términos políticos y económicos.

La “revolución bolivariana” todavía está conmovida por el susto que le dio la performance del líder opositor Henrique Capriles en las recientes elecciones. El pueblo venezolano pareció decirlo clarito: Maduro no es Chávez. Por ende, habrá menos tolerancia popular frente a problemas crónicos como la inflación. En la Argentina, mientras tanto, los referentes opositores comenzaron a preguntarse si aquí se podría gestar un “Capriles criollo”, es decir un candidato único que salga a confrontar con el modelo kirchnerista.

Pero enseguida llegaron a la conclusión de que eso no es posible, ni siquiera deseable. “Entraríamos en la lógica de la polarización”, deslizó un diputado muy activo en la articulación con los caceroleros. Y recordó que en algún momento, ese fue “el sueño” de Néstor Kirchner: ungir a Mauricio Macri como el líder de la derecha argentina, para contraponer su procedencia y sus ideas políticas y económicas a las del “proyecto nacional y popular”. Pero nuestro país es muy distinto a Venezuela.

PREPARATIVOS PARA LA BATALLA ELECTORAL

La vigencia de la clase media -que paradójicamente se vio potenciada en estos años de predominio kirchnerista- es una de las razones que acentúan la diferencia. En ese sector de la sociedad las raíces políticas son diversas, por lo que es poco proclive a volcarse masivamente en favor de un solo dirigente. La Presidenta logró convencer a muchos cuando obtuvo su reelección, pero luego se encerró entre los propios. Los opositores, a su vez, sólo parecen hablarle a los que ya son antikirchneristas.

Sin embargo, la batalla por la conquista de esa franja electoral será decisiva este año. En ese terreno, el Gobierno lleva ahora las de perder, mientras que la oposición comienza a agruparse en dos grandes bloques, todavía indefinidos: el macrismo en sintonía con sectores del peronismo no kirchnerista; y el radicalismo en el regreso a su afinidad con el socialismo. Claro que, al tratarse de comicios legislativos, cada distrito presentará sus particularidades. Los liderazgos locales y regiones tendrán su peso.

En el primero de esos bloques resalta al armado de José Manuel de la Sota con Hugo Moyano y Roberto Lavagna, al que acaba de sumarse hace pocas horas Francisco De Narváez para la provincia de Buenos Aires. Las reticencias personales que se profesan el “Colorado” y Macri no serían un obstáculo para la confluencia posterior, como ya lo demostraron en el pasado. Por eso el acercamiento es seguido con atención por el kirchnerismo, que también vigila los movimientos de Daniel Scioli.

En medio de esta situación, el gobernador bonaerense viene de recibir duras críticas de Sergio Massa. El intendente de Tigre le dijo a este columnista que aún no decidió si será candidato a diputado nacional este año, pero su nombre está en la carpeta de la Casa Rosada en caso de que deba apelar a un “Plan B” si es que la postulación de Alicia Kirchner resultara insuficiente. El ex jefe de Gabinete está ante una encrucijada política: entre sus seguidores hay tanto kirchneristas como peronistas disidentes.

Comienzan a trascurrir, a partir de ahora, los 50 días más importantes de los últimos años en la política nacional y bonaerense, los que separan la actual incertidumbre con el plazo tope para el cierre de las alianzas electorales, que será el 12 de junio. En ese momento se podría empezar a percibir si el kirchnerismo se encuentra a las puertas de una fase descendente en el poder o si, por el contrario, estará en condiciones de reciclarse una vez más, luego de esquivar el “boomerang” de la reforma judicial.

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