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Osvaldo Ballina, poeta platense autor de una vasta obra. “La gravitación social de un escritor es absolutamente nula”. Los grandes creadores que conoció. Su relación futbolística con Gimnasia
Por MARCELO ORTALE
“Sé perfectamente que la gravitación social de un poeta es absolutamente nula, ya sea en nuestro país como en el resto del mundo. Ya no existen figuras como Emile Zolá, que influyeron en la realidad. Pero también estoy seguro de que la poesía es el género por excelencia, porque es la esencia del ser humano. La poesía viene de la prehistoria. La narrativa, por ejemplo, surgió mucho después, nació para entretener a la burguesía. Pero la poesía es la célula, es el ADN de todo arte. Hay poesía en la pintura, en la música, en toda expresión artística”, dice Osvaldo Ballina, en su departamento ubicado a metros de la plaza Moreno.
Nacido en 1942, platense de tres generaciones, es hijo del médico cardiólogo Enrique Savino Ballina (muy elogiado por René Favaloro en uno de sus libros) y de Fortunata Carnovale. Sus hermanos son Carlos Amílcar, pediatra; Diana, arquitecta y Patricia que se desempeña en una organización médica.
Ballina vivió la clásica infancia de esos tiempos, en el barrio de 59 entre 4 y 5, con mucha calle, amigos y fútbol sin horario. “Una de las tareas que a veces me asignaban mis padres consistía en ir a buscar hielo al molino Campodónico, con las bolsas de arpillera. Entonces se usaban mucho las heladeras de campo”.
Cursó el primario en la Escuela Nº 1 ubicada en 8 y 58. “Toda esa manzana era educativa, incluyendo al Sagrado Corazón. Después dividieron el edificio y crearon el Normal 2. Pero el principal recuerdo educativo que tengo se relaciona con el secundario que cursé en el Colegio Nacional”.
De ese tiempo rescata, antes que nadie, a Atilio Gamerro, profesor de Literatura. Un día nos dijo “muchachos, dejemos el programa y lancémonos. Y nos pusimos a leer a Baudelaire, a Whitman. Nosotros volábamos con esas lecturas y a mí esos poetas me empezaron a explotar la cabeza. Creció algo dentro mío que yo no podía controlar, algo que me superaba y que, a la vez, me marginaba. Yo no sabía para qué lado agarrar…”
Claro que esos estudios y ese aprendizaje humanístico los compartió con los años en los que formó parte de las inferiores de Gimnasia y Esgrima. “Jugaba de número 10… pero adelantado. Era hombre de área… Antes había en la delantera dos insiders (así se llamaba a los que hoy son carrileros), el 8 que bajaba a buscar la pelota y el 10 que definía junto al 9. Eran los tiempos de Labruna, de Sanfilippo…Y yo era como un héroe en el colegio, porque me preguntaban cómo eran las canchas de Racing, de Boca o de River, en las que jugábamos con las inferiores”.
De entonces en Gimnasia recuerda al gallego Rols, a Hugo Capdebarthe, a Caro con quienes jugó. Y de sus compañeros en el Nacional menciona a Víctor Pessaq, a Daniel Suárez Marzal y al hijo del profesor Galletti. También enhebra palabras de admiración hacia el filósofo Narciso Pousa. “Gamerro y Pousa nos mostraban otro mundo, nos hacían descubrir nuevas dimensiones”.
Casado hace más de veinte años con Pampi Curuchaga, el poeta tiene un hijo, Sebastián, un antropólogo que trabajó para las Naciones Unidas y que siguió luego la carrera diplomática en la Cancillería, para desempeñarse ahora en la embajada argentina en Berlín.
Ballina escribió una veintena de libros desde 1971. Entre otros, figuran en esa obra: Aún tengo la vida; En tierra de uno; Caminante en Italia; Ceremonia diurna; La poesía no es necesaria; Diario veneciano; Verano del incurable; Confines; El viaje; Apuntes del natural; El caos luminoso; Conjuros; Oráculo para dones fatuos; El pajar en la aguja; Prodigios residuales; Lejos de la costa; Profanaciones íntimas y Memoria de la India.
Su obra varias veces premiada mereció críticas laudatorias de Joaquín Giannuzzi, Elisabeth Azcona Cranwell, Roberto Juarroz, Antonio Requeni y Rodolfo Godino, entre otros, además de reconocimientos de escritores de la talla del premio Nobel italiano Eugenio Montale.
¿Cuando terminó el Colegio Nacional, qué estudió?
“Allí empecé a corroborar que ser poeta es como ser un náufrago. Mis compañeros del Nacional elegían destinos seguros, la abogacía, la ingeniería... Y yo inicié una suerte de crisis existencial, no embocaba en ninguna de esas carreras. Me sentía un exiliado espiritual… Así que estudié italiano en la Dante Alighieri, francés en la Alianza e inglés en el Británico”
Es decir, fue comprobando que la poesía no rinde para este mundo…
“Si. Y ello a pesar de que, por ejemplo, todos sabemos quién fue Dante y nadie se acuerda de quien era el banquero en los tiempos del Dante... La poesía es una experiencia interna, porque el poeta trabaja con algo que es inherente al ser humano, que es la poesía. La poesía es la esencia misma del ser humano. Pero ella se cobra su precio. El poeta es y debe ser ese tipo anónimo, que trabaja en su casa, completamente solo. Esta solo, pero es libre”
¿A qué tipo de libertad se refiere?
“Yo creo que la poesía es una disciplina existencial, es como una religión. Una religión de la mayor libertad para el espíritu. Por eso la poesía es un arte fundamentalmente disidente. El poeta puede hacer lo que quiere, no está obligado a nada. Puede escribir recto o en diagonal”
Pero hay un marco social en el que el poeta debe vivir…
“Así es. Y uno vive en una sociedad brutal, sumaria y consumista. ¿Qué lugar le puede caber entonces, en esa sociedad, al poeta? Ningún lugar. Pero atención, no crea que en este concepto hay algo de conmiseración. Todo lo contrario, es un orgullo decirlo”.
La realidad muestra que no todos los poetas o escritores son, digamos, tan ascéticos como usted lo señala…
“Yo digo que hay tres tipos de escritores… Los esquivos, los marketineros y los que se abrazan a las instituciones… Yo creo en los escritores esquivos. Porque además, todo escritor en serio es un esquivo… Los otros desaparecen rápidamente. Hay una frase de Sartre que es muy elocuente: la poesía tiene una estética totalmente autónoma”
Últimamente está costando bastante encontrar escritores “esquivos” en las librerías…
“Sí, sí… Entrar actualmente a una librería es como entrar a un no lugar de cosas consumibles. Uno pide el libro Crimen y Castigo y lo miran como un loco… Pide algún libro de poesía y lo mandan a un estante que está allá abajo, escondido…
¿Cómo es su relación actual con La Plata? ¿Cómo encuentra a la ciudad?
“Es una relación de tipo amor-odio… La ciudad se me ha transformado en un territorio extranjero. Un lugar de especul ación inmobiliaria permanente, vacío de espiritualidad. Es una ciudad que perdió su identidad. Yo vi otra ciudad en la que había otros valores.
Uno entraba a cualquier bar y estaba, por ejemplo, Pousa hablando de una película que acababa de ver. Se analizaba y estudiaba mucho. En el salón del Círculo de Periodistas hablaba otro intelectual, en todos lados respiraba el espíritu. Pero a esta ciudad la desconozco”
El balance resulta, por cierto, negativo…
“No, porque al mismo tiempo quiero decir esto. A pesar de todos los castigos que recibió –y me refiero en primer lugar a la dictadura militar que casi acabó con todo y, ahora, a la inundación- La Plata es una ciudad que produce la mayor cantidad de talentos en todas las disciplinas. Científicos, artistas, gente que trabaja en silencio y que tiene una capacidad extraordinaria. Son como poetas, a su manera, náufragos. Pero la ciudad los produce. Ahí están Mario Teruggi o los casos de Favaloro, de Mainetti. ¿Quién los produce? Creo que el secreto de La Plata es que tiene formación humanística. La biblioteca médica de la fundación Favaloro se llama Ezequiel Martínez Estrada”
¿Qué deberíamos hacer los platenses para recobrar aquella identidad?
“Yo escribí un poema que dice: Sólo son reales las ciudades que sueñan. Y lo que siento es que La Plata dejó de soñar. Supongo que lo que debiera recobrar La Plata es la capacidad de soñar”
Y de los poetas platenses, ¿cuáles son sus preferidos?
“Néstor Mux, que es además como un hermano para mí. Claro, Gustavo García Saraví, Horacio Castillo que fue muy serio. Otro, Roberto Speroni…”
***
Vive en un departamento alto, ubicado en la zona de plaza Moreno. Allí sigue escribiendo Ballina. Allí recuerda que Montale lo recibió en Milán y habla de Martínez Estrada, en cuya casa estuvo de visita varios días: “Martínez Estrada fue el escritor más bondadoso que conocí…” Elogia después una generación de poetas “muy serios, muy concentrados, como lo fueron Vocos Lescano, Girri, Murena”. Vuelve a la imagen de los poetas-náufragos. Y recuerda esta frase de Trackl: “el alma es una extraña en la Tierra…”
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