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Revista Domingo |NOTA DE TAPA

La ciencia se metió en el fútbol para estudiar cómo se juega

Fue, durante años, una discusión inacabable. ¿Quién juega mejor, los del norte o los del sur? Ahora, científicos analizan el juego desde determinadas zonas geográficas y desde la identidad de sus hinchas

7 de Julio de 2013 | 00:00

Que al fútbol se juega como se vive es una expresión casi tan vieja como el deporte mismo. Y que durante muchos años llenó de orgullo a los hinchas de tal o cual equipo. El “paladar negro” de Independiente de Avellaneda (hoy curiosamente descendido), el fútbol exquisito del River Plate de los ´40 o las férreas defensas de Ferro Carril Oeste, por citar solo algunos ejemplos.

Pero ese “se juega como se vive” tomó también vuelo internacional para calificar el juego de las selecciones nacionales, la “potencia” alemana, el “jogo bonito” de Brasil o el “fútbol champagne” de Francia.

Sin embargo, la vieja discusión futbolera, antaño reservada exclusivamente a sus hinchas, ahora parece haberle dejado paso a la ciencia que, de lleno, se metió en un tema tan discutible como polémico.

Se trata de un trabajo de investigadores argentinos del Conicet, con el que descubrieron que en determinadas comunidades la forma en que se juega y se vive el fútbol contiene expresiones de identidad sociocultural de los participantes, a veces más definidas por el relato histórico con el que cargan que por su realidad presente.

Federico Fernández, becario posdoctoral del Conicet en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Jujuy, lo comprobó utilizando como banco de pruebas al campeonato anual que se juega en el departamento jujeño de Valle Grande.

Y Gastón Gil, investigador adjunto del Conicet en la Universidad Nacional de Mar del Plata, obtuvo conclusiones parecidas a través del estudio de dos populares clubes de la ciudad balnearia.

DE LA MONTAÑA A LA SELVA

Valle Grande está en una zona aislada por los cerros, que hacia el norte da a la alta montaña y hacia el sur a la selva de yungas, donde en más de un siglo de industria azucarera, los empleadores elaboraron una visión estereotipada de los pobladores.

“En los relatos de los capataces y peones de los ingenios -refiere Fernández- aparece la idea de que los pobladores del norte, de la zona alta, tienen mayor resistencia y fortaleza física para el trabajo, son más callados y sumisos y se les paga menos”.

El investigador afirma que “esa narrativa sobre los cuerpos es trasladada también al fútbol: su juego es rudo y el trato con la pelota es rústico, los pases son largos y poco precisos”, describe en su trabajo.

En contraposición, a los jugadores de la zona selvática se les atribuye habilidad y destreza, y ellos se jactan de tener un fútbol más vistoso, de pases cortos y efectivos.

El investigador grabó cada partido de un torneo y halló resultados inversos a lo esperado: los habitantes de la región selvática daban menos pases entre ellos y fallaban su destino en más oportunidades que los equipos del alto.

“El relato es más fuerte que el juego mismo. Los de la montaña cargan el estilo de juego de la montaña y eso, sea cierto o no, es inamovible porque forma parte del proceso de construcción de su identidad”, explica.

En el día a día, durante la actividad cotidiana, los dos sectores están conectados por la actividad ganadera y en muchos casos por lazos familiares. Pero durante el campeonato se produce esa separación.

“El juego aquí es una excusa para un encuentro y un desencuentro. Es una especie de carnaval donde una vez al año llegan los parientes que están afuera del departamento y el juego funciona como catalizador. Hay tensiones, conflictos entre familias, historias de amor pendientes y relatos identitarios que vuelven al pueblo en esos tres días de campeonato”, analiza Fernández.

DEL PUERTO AL CENTRO

En Mar del Plata, Gil observó que los clubes Aldosivi y Alvarado fueron construyendo su identidad y luego la rivalidad entre ellos en vinculación a los diferentes momentos histórico-sociales que a lo largo del tiempo atravesó Mar del Plata.

En su trabajo el investigador marplatense describe que Aldosivi está cerca del puerto, al sur de una ciudad donde el proceso industrial y pesquero quedó relegado por el proyecto turístico.

Y que los trabajadores del puerto, asociados con los inmigrantes europeos de fines del siglo XIX, fueron progresivamente expulsados del centro. “Así, el primer rival de Aldosivi fue la propia ciudad”, comenta el investigador.

En cambio, para el hincha de Alvarado, la pertenencia no está dada por la ubicación geográfica sino por una construcción desde lo social y económico, se sostiene en la investigación.

“Las rivalidades futbolísticas interbarriales e intraciudad suelen presentar un componente de clase muy marcado. Es decir, en el imaginario, los clubes se asocian a clases sociales determinadas que presentan los enfrentamientos sobre la base de la oposición ricos versus pobres”, destaca Gil.

A principios de la década del 90, cuando ambos acapararon el escenario futbolístico marplatense, Aldosivi se definió como marginal desde lo geográfico, y Alvarado como marginal desde lo social frente al resto de la ciudad.

“Si Aldosivi se transformó en la metáfora de un sector históricamente apartado de las nominaciones legítimas de “lo marplatense”, Alvarado consolidó una posición de marginalidad de clase”, explica el investigador.

DE LA “FOLHA SECA” AL “CATENACCIO”

Rivalidades nacionales al margen, el estereotipo de cómo se juega al fútbol en otros países es algo que también está fuertemente arraigado en los hinchas, aunque no siempre se correspondan la actualidad con la historia.

Y es que si a cualquier hincha de fútbol le preguntan cómo juega Italia, la mayoría responderá que “fiel al estilo ultradefensivo que se impuso con “il catenaccio” (candado) del técnico Helenio Herrera”.

Y si la misma pregunta apunta al juego de Brasil, se dirá que “con la misma gracia del samba y dejando caer la pelota como una “folha seca” (hoja seca) que impusieron futbolistas como Didí o Pelé.

Sin embargo, dentro mismo de Brasil, se sabe que la Sâo Paulo industrial, motor económico de la potencia sudamericana, suele tener equipos de fútbol mucho más ordenados y menos líricos que los que residen en Río de Janeiro.

“Si la Volkswagen cierra, se para Brasil”, se decía hasta no hace mucho tiempo en ese país, en referencia a la planta que la empresa de Wolfsburg tiene en las afueras de la megalópolis paulista.

Y Sâo Paulo -el Estado, la ciudad- tienen por obligación producir, ese es el papel que les toca jugar dentro del engranaje social del gigante sudamericano. Y allí al fútbol se juega para producir, según dicen los propios paulistas a contrapelo de la tradición brasileña.

En lo que hace a Italia, la Lombardía cumple el mismo papel que la región paulista tiene en Brasil. Y Milan, la capital lombarda, no puede darse el lujo de la pausa y del reposo. Sus equipos de fútbol tampoco.

“Al fútbol se juega como se vive” es también un trabajo que abordó un director técnico trotamundos como el español Xavier Azkargorta, quien en sus reflexiones tras haber dirigido en distintos países, muestra como el deporte del fútbol está fuertemente marcado por el entorno sociocultural en el que se desarrolla.

Así, aspectos como la convivencia, la cooperación o el liderazgo adoptan diferentes sentidos por la forma de vida a la que las personas están habituadas.

Y para la reflexión en este sentido, aparecen ejemplificados dos países tan distantes como Bolivia y Japón.

“En Bolivia -a cuyo seleccionado nacional dirigió en varias oportunidades- se vive como se puede, y entonces al fútbol también se lo juega como se puede”, asegura en su trabajo el técnico vasco. Una definición que pareciera ajustarse más a la realidad de todos. Porque por lo que hoy se ve en nuestras canchas, son cada vez mas los que juegan como pueden.

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