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Séptimo Día |TENDENCIAS

Que no nos bajen el telón

Escribir y defender con la palabra la belleza del arte y la buena música. De pie y en lucha por el Teatro que nos pertenece

14 de Julio de 2013 | 00:00

Por JOSE SUPERA
Escritor

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El vacío y la oscuridad y el silencio. La nada. Porque no hay nada. No queda nada. Ni una voz que cante ni un instrumento que suene ni siquiera los pies de una bailarina corriendo por el escenario. Tampoco aplausos. No hay un corazón. No hay almas. Sólo oscuridad y filas y filas de butacas llenas de nada. Una fosa donde no vibra un instrumento. Unas tablas desiertas y un telón bajo. Una función de lo que no está. El vacío y la oscuridad. El silencio. No hay nada. No queda nada.

2

“La pregunta es que buscás vos como escritor”, me dijo en un mail hace unas horas Soledad, una editora de nuestra Ciudad, y entonces el interrogante hizo levantar un telón en mi mente para una función de locura y desconcierto, porque empecé a preguntarme si escribía más para mí que para los otros, qué quería decir, por qué lo decía así, qué dejaba escribiendo, y muchas preguntas más que corren ahora por este cerebro y caigo en la cuenta de que mi último sueño fue un laberinto enorme, una casa gigante con habitaciones que llevaban a otras habitaciones, una mezcla de Borges y Cortazar, pero me estoy desviando del tema que es para qué escribo. No sé si estoy mentalmente capacitado ahora para contestarme esa pregunta. Pero la pregunta de Soledad, a quien conocí en la última Feria del Libro de nuestra Ciudad, me iluminó y a la vez me llenó de sombras y de interrogantes. La única certeza que tengo en este momento es que la palabra puede ser un arma poderosa, un elemento de lucha capaz de pegar directo en el corazón si se escribe con el corazón. Y entonces levanto y apunto y fuego. Todo por defender a los compañeros y artistas del Teatro Argentino. Todo por la defensa genuina del arte que se nos está apagando delante de nuestros ojos.

3

Una cadena de manos que unen a los hombres. Una cadena difícil de romper y abrazando la gran mole de cemento. El abrazo simbólico –y no tanto- a nuestro querido teatro Argentino. La protesta que empezó todos los miércoles y va a seguir así hasta que cambien las cosas. El ballet en el hall central, casi en la puerta de entrada a la calle. No donde tiene que estar sino en un lugar que a nadie le es cómodo. La orquesta tocando. Los trabajadores cantando. Una legión de casi 1.000 personas que vive ahí adentro. Una ciudad con belleza interior. Un corazón de cemento que no deja de latir, que no quiere dejar de latir. Sastres, modistas, herreros, músicos, bailarinas y bailarines, maquilladoras, técnicos, escenógrafos, carpinteros, una ciudad dentro de otra ciudad. La resistencia a terminar una función. Un telón que no van a bajar tan fácil los que están allá arriba.

4

Y en 1978, en esta misma Ciudad, Mercedes Sosa, el ícono de la voz y el arte y el corazón, era arrestado arriba de un escenario, en el Almacén San José. Había cantado canciones prohibidas en ese momento y se habían abierto las ventanas del lugar para que la música saliera a la calle y la escucharan también los que no podían pagar una entrada. El arte había inundado la calle hasta que cayó una cortina de armas y voces, la cortina policial. Levantaron a todos, incluso a la Negra.

5

Y no, no pueden vaciar nuestros escenarios. Tenemos que pelear desde donde estemos. Por lo menos ahora, en este espacio, en este momento, sé qué es lo que busco como escritor. Un apoyo. Llenar el vacío de letras y no olvidar a la gente que ahí está peleando por el derecho al arte. Y se me vienen a la cabeza las funciones de ópera a las que iba con mi abuelo cuando era chico, cuando recién volvían a abrir ese nuevo Teatro Argentino después de varios años. Una sensación vívida de aquellos días. Il Trovatore, Carmen, Madame Butterfly, El Barbero de Sevilla. Mi abuelo sentado a mi lado ante las sombras de la belleza. Con esos recuerdos en el Argentino mantengo vivo en mi cabeza a mi abuelo. Vuelve la sensación de experimentar esos primeros roces con la belleza audible y visible en la primera bandeja, primera o segunda fila, al medio. “Este es el mejor lugar para ver y sentir la ópera”, me enseñaba don Santos. Y entonces también rememoro lo que sentía cuando estaba ahí, cuando llegaba sintiéndome algo vacío por una adolescencia confusa que venía de la época menemista del 1 a 1 y a la que habían despojado de sueños y esperanza y algunas otras cosas más. Recuerdo salir fortalecido de la ópera, lleno, repleto de algo que no podía describir muy bien en ese entonces pero que ahora entiendo qué es. El buen arte llena nuestros corazones. Sin arte nos vamos al tacho, desaparecemos. Que no nos vacíen aquello hecho para llenarnos, para tener algo adentro, para vivir. Que no nos bajen el telón del Argentino.

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