Por los robos, en la parroquia de 7 y 39 los fieles tienen que rezar en la puerta

Durante gran parte del día la nave central de la iglesia San Roque, ubicada en 7 entre 39 y 40, permanece enrejada y los fieles sólo pueden acceder hasta el hall del templo, donde se dispuso un banco para que rece en ese lugar el que lo desee. La decisión se tomó luego de haber padecido reiterados robos de objetos religiosos y de las limosnas.

El padre José Alvarez, responsable del lugar, asegura que en los últimos 10 años se sufrieron incontables robos y que las rejas internas lograron preservar un poco más el templo. “No tenemos dinero para pagar a un cuidador, alguien que se dedique a la seguridad, entonces decidimos mantener cerradas las puertas de rejas de ingreso a la iglesia; en tanto que las que están en la vereda están abiertas desde las ocho y media para que los que deseen puedan entrar hasta el hall para ver al Santísimo”, cuenta el sacerdote.

Como ejemplo de los saqueos que sufrió el templo, el religioso enumera distintos elementos litúrgicos y las limosnas. Casi todos los hechos vandálicos se produjeron entre el mediodía y las cuatro de la tarde de los días de semana, cuando hay menos movimiento en las calles.

Uno de los objetos que fue en numerosas oportunidades violentado fue la alcancía de las limosnas, pese a que se le llegó a colocar hasta 3 candados, periódicamente aparece abierta y sin una moneda en su interior. “Nos cansamos de ponerle candados cientos de veces, un día un hombre se quedó haciendo guardia para ver quién era el que todos los días rompía el candado y cuando lo descubrió se vivió una situación muy fea”, cuenta el sacerdote.

De todas maneras y tratando de quitarle gravedad al problema, el padre José sostiene que en el largo historial de vandalismo, también hubo ladrones con códigos, como el que luego de romper los candados para robar las limosnas los dejaba prolijamente ocultos detrás de una de las puertas. “El colmo fue cuando se robaron el reclinatorio, el banco que habíamos dejado en el hall para que la gente rezara, pero como se ve que no les servía para nada a los tres meses lo devolvieron, lo dejaron en el mismo lugar que está siempre”, sostiene el cura.

“Tantas veces fui al cerrajero a comprar candados que en una oportunidad me sugirió sacar la alcancía, pero yo le respondí que si sacaba ese elemento, seguramente nos iban a romper los picaportes para llevárselos y eso nos resulta más caro de reponer. Los ataques ocasionan sus daños, pero hay cosas peores”, agrega con cierta resignación el religioso y agrega que “las puertas laterales también permanecen abiertas para impedir que alguien se esconda en alguno de los recovecos del hall.

En esa comunidad parroquial se remarcó que pese a las rejas, los fieles pueden observar el Sagrario desde ese lugar y que por encontrarse entre el Ministerio de Trabajo de la Provincia y las oficinas de IOMA son muchos los ocasionales visitantes que recibe.

Quienes deseen ingresar al interior del templo pueden hacerlo entre las 17 y las 20 que es en el horario que hay gente en la secretaría parroquial o los fines de semana en horario de misa.

“La última vez que nos robaron fue hace 15 días, lamentablemente es la manera de preservar el lugar y a su vez tener un espacio para el recogimiento de quienes deseen rezar”, afirma el sacerdote.

ROBO DEL CALIZ

Uno de los hurtos que más afectó a esa comunidad religiosa ocurrió en noviembre de 2006 cuando dos menores robaron un cáliz de plata y oro mientras el padre Enrique Lombardi se encontraba tomando confesiones. “Para el sacerdote tenía mucho valor porque estaba ornamentado con oro que había sido de su familia y que le regalaron cuando él se ordenó. Una pieza de esas características debe estar en el orden de los $ 5 mil”, apuntó el padre José.

En esa oportunidad y sin que nadie se diera cuenta dos adolescentes que simularon ser feligreses robaron el cáliz de unos 500 gramos con incrustaciones de oro y marfil y se fugaron del lugar después de descubrir la presencia del cura párroco de 84 años. De acuerdo a estimaciones de orfebres que fueron consultados, es difícil calcular el valor de esa pieza por el valor histórico que tenía, aunque se calculó que su valor de reventa podría ubicarse en los $ 3 mil.

El hecho ocurrió un domingo por la mañana, en un momento en el que la iglesia aún no estaba muy concurrida. El sacerdote Enrique había denunciado que los dos jóvenes habían ingresado sin levantar ninguna sospecha “como cualquier otra persona que entra al templo a rezar”, pero tras acercarse al altar y apoderarse de la copa sagrada, se escaparon raudamente por la puerta principal.

El cáliz era de plata, tenía incrustaciones en marfil y una inscripción en latín, pertenecía a ese sacerdote desde 1948, año en el que se ordenó como religioso por lo que el robo representó para él una gran pérdida afectiva.

En esa oportunidad la denuncia fue radicada en la comisaría segunda y, según consideró el sacerdote, ese fue el primer robo que sufrió la parroquia fundada en el año 1957.