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Opinión |MIRADA ECONOMICA

Un futuro singular

11 de Agosto de 2013 | 00:00
Un futuro singular

Por MARTIN TETAZ (*)

Twitter @martintetaz

En la trama de la película Inteligencia Artificial, dirigida por Steven Spielberg, David es un robot humanoide avanzado creado por la corporación Cybertronics, que tiene la particularidad de haber sido diseñado con la capacidad de amar y experimentar sentimientos, lo que lo convierte en la primera computadora capaz de pasar efectivamente el test de Turing.

El famoso test, que lleva justamente el nombre del padre de la informática moderna, fue propuesto en 1950 en el artículo “Computing Machinery and Intelligence” para probar la existencia de inteligencia artificial.

Turing sostenía que si una persona interactuaba con alguien que estaba del otro lado de una sala (no visible) haciéndole preguntas y pidiéndole cosas, de suerte tal que no pudiera distinguir si las respuestas provenían de una persona de carne y hueso o de una computadora, pues en caso de que su interlocutor fuera en efecto una máquina, debía reconocérsele a esta, la capacidad inteligente.

DEBATE CIENTIFICO

Es verdad que desde la psicología se ha debatido mucho respecto de cuál es la definición de la inteligencia, empezando por el artículo seminal de Charles Spearman que diera nacimiento al concepto de un único factor de inteligencia (que es el que habitualmente miden los test de cociente intelectual o CI) y llegando al planteo de Howard Gardner, quien sostiene la idea de que existen múltiples inteligencias (musical, espacial, lógico-matemática, interpersonal, etcétera), pero lo cierto es que aún bajo ese paradigma tan amplio sería difícil no reconocerle inteligencia a un robot que fuera diseñado de manera tal que al interactuar con él nos fuera imposible distinguir si se trata de una computadora artificial o de un ser humano.

Pero claro, hasta ahora todos pensamos que eso era imposible, que sólo sucedía en una película de ciencia ficción.

Hasta ahora. O mejor dicho, hasta que Ray Kurzweil, un científico norteamericano sobre el que Bill Gates dijo que era la persona que mejor podía predecir el futuro de la inteligencia artificial, escribió The Singularity is Near, (La Singularidad está Cerca), un libro que plantea que para 2045 la inteligencia artificial superará a la humana.

En ese momento, según el autor y fundador de la Universidad de la Singularidad, nuestra inteligencia será masivamente no biológica, trascendiendo las limitaciones de nuestra especie de suerte tal que no habrá una diferencia clara entre los humanos y las computadoras. El avance tecnológico será tal que podrá frenarse el envejecimiento y reemplazar absolutamente cualquier parte defectuosa de nuestro cuerpo, como si se tratara de los repuestos de un auto.

Es más, la nanotecnología podría permitir crear virtualmente cualquier producto físico (incluyendo alimentos) a un costo despreciable, económicamente hablando, y si a usted todo esto le parece un delirio de un científico loco, piense que esta semana acaban de presentar la primera hamburguesa artificial hecha a base de células madre, diseñada por un equipo de científicos de la Universidad de Maastricht, con la conducción del Dr. Mark Post.

Aunque esta primera hamburguesa de laboratorio tuvo un costo de 250.000 euros, los expertos estiman que dentro de 10 a 15 años competirá de igual a igual en las góndolas de los principales supermercados, y con semejante velocidad de avance tecnológico no es tan loco pensar que Kurzweil esté en lo cierto y que en otros 15 años más se puedan producir con un costo tan bajo que desaparezca el hambre del mundo.

OTRO MUNDO, OTROS PROBLEMAS

Obviamente, pensar en un mundo que no envejece, donde no faltan los alimentos y la inteligencia artificial supera a la humana, implica interrogarse respecto de los nuevos problemas que tendrá el desarrollo.

¿Cómo se insertará nuestro país en esa nueva realidad? ¿Seremos capaces de liderar los nuevos avances, o por el contrario elegiremos vivir al margen del mundo en una suerte de resistencia del subdesarrollo?

Confieso que me hubiera gustado que en estos tiempos electorales algún político fuera capaz de parar la pelota, y pensar la jugada, no ya para los próximos dos años, sino para el 2030 o para el momento en que efectivamente llegue, más tarde o más temprano, la singularidad.

¿Qué productos demandará el mundo?, ¿Qué rol ocupará nuestra región? ¿Qué tipo de educación será necesaria para que mi hijo que hoy se está formando en la panza de su madre, pueda ser protagonista del desarrollo?

¿Son conscientes los políticos que China y la India frenarán el crecimiento en sus demandas de materias primas cuando consoliden sus clases medias, dentro de unos 20 años?

¿Piensan los educadores que el modelo de escuela actual fracasa porque está diseñado a imagen y semejanza de la revolución industrial, que ya se ha superado? ¿Se imaginan el subdesarrollo al que están condenando a las próximas generaciones a las que insisten en imprimirles un conocimiento enciclopédico vetusto, que en nada incentiva la creatividad, la creación científica? ¿Son conscientes que resulta mucho más interesante enseñarles a programar computadoras, que pretender que dominen los ríos argentinos? ¿Saben que los incentivos en el mundo de la escuela están mal puestos, porque es tarde a fin de año para decirle a un joven que no alcanzó los objetivos, cuando el mundo de los juegos electrónicos y las redes virtuales permite empezar de nuevo tantas veces como uno tenga ganas en un solo día? ¿Cómo imaginan los próximos 25 años los hacedores de políticas educativas?

No sé si la singularidad ocurrirá dentro de 30 años, o incluso antes, pero estoy seguro que el futuro no se está construyendo en Argentina.

Por suerte estamos a tiempo.


(*) El autor es economista, profesor de la UNLP y la UNNoBA, investigador del Instituto de Integración Latinoamericana (IIL) e investigador visitante del Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales (CEDLAS)

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