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Información General |MAS DE 40 AÑOS DE HISTORIA

Almacén San José: de refugio cultural a boliche tropical

Fue bastión de la música popular de los 70’ y escenario de artistas memorables como Chabuca Granda o Edmundo Rivero. La Negra Sosa fue detenida por la policía en 1978 junto a su público tras realizar allí una presentación. Tiempo después marchó al exilio. Pasado y presente de la vieja casona de 3 y 40 hoy devenida en bailanta

24 de Agosto de 2013 | 00:00

Por YAEL LETOILE

Es la una del sábado, la noche fuerte del Almacén San José. Hay baile, codos a la barra, solos y solas, acompañados. La famosa pesca no deportiva.

En la pista 40 almas mueven el cuerpo a ritmo de cumbia. –Si tu te vas, me falta el aire– suena la voz de Antonio Ríos –eres la razón de mi existir– modulan a la par los bailarines más compenetrados, balanceándose a paso suelto unos, agarrados de las cinturas de las damas, los otros.

La pista, un rectángulo de seis metros por cuatro, tiene una pared forrada de espejos. Dispuestas en distintos niveles, tres docenas de mesas de bar con sus sillas forman un gran anillo alrededor. En el centro, una chica de mini blanca y botas negras dibuja una A imaginaria con los pies y acompaña el movimiento con la inmensa humanidad de sus caderas.

No sabe, como la mayoría de los concurrentes, que pisa el suelo de un escenario histórico: el que a manos de la policía dejó Mercedes Sosa, en 1978, por desafiar a la dictadura interpretando la prohibida “Canción con todos”. Las mismas tablas por las que pasaron la gran cantante peruana Chabuca Granda, la cubana Helena Huerta y el compositor y cantor de tangos Edmundo Rivero; y en las que a fines de los 80´ se presentaron desde María Marta Serra Lima a Cesar “Banana” Pueyrredón en su pico de gloria.

Pero todo eso es historia. Donde había un fogón, están los sillones para sentarse a tomar un trago. Sobre la pista cuelgan tres bolas de espejos y luces de colores y un aparato lanza humo artificial. ¿Qué fue del viejo Almacén San José? ¿Cómo era por dentro el refugio cultural de la estudiantina de los 70´? ¿Dónde están ahora las personas que le dieron vida? Aquí, un viaje a lo largo de sus 43 años de historia, desde su pasado como catedral de la guitarra y el bombo legüero hasta su presente cumbiero y tropical.

ABRIMOS EL SÁBADO. “PÁJARO Y CRISTINA”

Antes que La Plata existió el Almacén. La casona de estilo colonial, todavía hoy ubicada en la esquina de 3 y 40, sobre la diagonal que conduce a Punta Lara o la Capital, era una posta de Ramos Generales. Los parroquianos hacían a caballo esos caminos de tierra rumbo a Chascomús, antes que Pedro Benoit trazara los planos de la futura ciudad.

–Ya no quedan las aldabas– se lamenta Cristina Dorato (69). Cuenta que cuando consiguieron la administración del boliche, en 1973, todavía colgaban de las columnas del patio los aros para atar los pingos.

Cristina tiene la voz sobada por el pucho pero luce como una directora de escuela. Lleva el pelo negro recogido y usa aros de perlas y un pañuelo de seda al cuello. Calza zapatillas. Cuando deja su ropa de productora de espectáculos y mujer de la cultura, hace acciones por la sociedad civil y milita en la Coalición Cívica.

La etapa cultural del Almacén se inició en 1970. Una comisión de estudiantes de veterinaria que reunía a jóvenes platenses y del interior, comenzó el hábito de organizar fiestas en el local con motivo de recaudar fondos para su viaje de egresados a Europa. Todo fue bien hasta 1972.

–Pero en el 73´ había una gran convulsión, salíamos de la dictadura y los estudiantes decidieron venderlo a una empresa que administraba boliches en la zona – recuerda ella.

Para entonces, Cristina y el Pájaro, su marido, ya eran conocidos en el agitado ambiente cultural de La Plata. Desde el 70´ mantenían un reducto llamado Submarino Amarillo, donde músicos armaban zapadas de folclore y música popular. Era un lugar chico, con frente vidriado y pinturas psicodélicas, ubicado en 9 y 49. Hoy funciona allí un local de ropa.

–¿Por qué no lo compran?, nos reclamaban todos. ¡Porque no teníamos un peso partido a la mitad!– confiesa Cristina.

Víctor Carlos “Pájaro” González Becerra era peruano, estudiaba medicina y trabajaba de visitador médico. Amaba cantar, tocar la guitarra y jugar al rugby. Cuando la conoció tenía tres hijos de un matrimonio anterior. En abril del 73´, la pareja y 16 amigos, entre ellos el “Negro” Brunan, “Manolo” Sayas, Marta Otegui y Daniel Cárdenas, por nombrar algunos, armaron una cooperativa, pidieron un préstamo y se quedaron con el fondo de comercio.

–Los chicos de la promoción 73’ viajaron y nosotros abrimos ese fin de semana– revive. La publicidad fue directa: pegaron carteles en sus autos con la leyenda “Abrimos el sábado. Pájaro y Cristina”.

Llenaron.

UNA MADRE ARGENTINA QUE LE CANTA A SU TIERRA

Siempre la habían querido traer. Pero el caché era caro y ya para ese momento la Negra Sosa era una figurita difícil. Un día fue a inaugurar El Cedro Azul, un lugar similar al Almacén, en Berisso. Allí la encontraron. Le llevaron un gomero de regalo y hablaron con ella en su camarín. –Puedo hacerles precio – dijo Mercedes. Unos 80 mil pesos a valor de hoy.

Cristina dice que hicieron de todo para no llenar. Que iban aumentando el precio de la entrada día a día para que la gente desistiera y que vendieron sólo 370 sillas. Así y todo, el 20 de octubre de 1978, unas 400 personas coparon la casona.

–Habíamos arreglado que si salía bien íbamos a hacer más presentaciones a precios más accesibles– cuenta desasnada, mofándose de su propia ingenuidad. El repertorio también se estableció previamente.

– No cantes nada que esté prohibido – le dijo. – No te preocupés, voy a hacer Zamba de mi esperanza –tranquilizó la artista.

La madrugada del 21 de octubre el público se agolpaba detrás de las sillas, colmaba el patio y hasta las veredas. Fue inevitable. Acompañada por la guitarra de Nicolás “Colacho” Brizuela, y después de algunos temas, la Negra entonó Canción con todos y ella misma abrió las ventanas – hoy tapiadas del Almacén – para que todos pudieran escucharla. Un policía de civil, de cuatro que se habían presentado para “garantizar el espectáculo”, dio el alerta y empezaron a aparecer los jeeps.

–Cuando tenga la tierra, la tendrán los que luchan, los maestros, los hacheros, los obreros – se arriesgó Mercedes. Fue el último tema. Ella, el guitarrista, una periodista de este diario y amiga de la cantante, Haydeé Trotta, y Cristina fueron detenidos. Las 400 personas del público no tuvieron mejor destino.

–Soy una madre argentina que le canta a su pueblo- retumbaban los gritos de la voz de Latinoamérica en el patio de la comisaría 2da, en 38 entre 7 y 8. Cristina, cándida, tomaba un taxi con permiso policial para recuperar los documentos que había olvidado en su casa y avisar a los abogados. Después, como una oveja sumisa, volvió al lugar.

– ¡Era responsable de todo, tenía que volver! – dice y bebe whisky sentada a una mesa del Almacén. Son casi las dos y tiene cuerda para bastante más. Cuenta de su vida, de cuando murió Pájaro, en el 92´, y de la relación que aún hoy mantiene con los hijos de él. Ya no regentea el bar. Pasó a manos de Hugo Frontini, otro reconocido hombre de la noche y el espectáculo platense, que murió de un cáncer en 2008. Se hizo cargo su viuda. Dorato pasa los sábados a dar una mano.

Los contactos del mundo del rugby le sirvieron a Pájaro para acelerar la liberación. Un hermano del juez (Héctor Carlos) Adamo – con quien integraba un seleccionado de jugadores veteranos– lo ayudó a conectarse con el magistrado, y éste les dio la libertad a la mayoría de los detenidos hacia las tres de la mañana.

La Negra pagó un costo más alto. Cristina calcula que el caché alcanzó para pagar los honorarios del abogado. Pero los militares continuaron persiguiéndola y suspendiendo sus espectáculos hasta obligarla al exilio en 1979.

BASTION CULTURAL

¿Por qué era distinto el Almacén? ¿Cómo llegó a ser escenario de esas figuras? ¿Qué otros sucesos o características le valieron la fama de bodegón cultural y bastión de la resistencia artística? Cristina no duda. – Nosotros hacíamos descuentos a los estudiantes con libreta y teníamos una agenda nueva. También estaba La Vizcachera, la peña del Chango Nieto, con quien teníamos una amistad, pero el Almacén siempre fue más ´orejero´. Lo nuestro era más la revolución del folclore. Allá iban Los Chalchaleros y acá venía el Grupo Argentino.

Sergio Pujol es periodista, historiador y reconocido autor de libros sobre música popular. Para él, el San José tenía la particularidad de permitir escuchar y ver a grandes músicos a pocos metros de distancia, algo propio de los café-concerts de los 60´ y 70´. Pero contaba, sobre todo, con una gran amplitud artística, en un tiempo más ceñido en materia de géneros musicales.

–Una noche podías encontrarte con la Negra Sosa y a la semana siguiente con el Chivo Borraro, leyenda del jazz argentino– responde a una consulta de EL DIA.– “Di mis primeros pasos en el periodismo musical por ese entonces, escribiendo una columna semanal en EL DIA. El Almacén San José me brindó una imagen bastante mágica de la profesión, aún bajo condiciones generales tan hostiles como las que se vivieron en la Argentina de aquellos años”.

NOCHE TROPICAL. FRONTINI Y SEÑORA

Ana María Posada (60) pensó que en sus manos el Almacén no iba a funcionar. El negocio había sido la locura de su marido: músico, productor de espectáculos y director técnico de fútbol.

–Él era muy carismático, conocía a todos, hacía hasta la locución, recuerda apoyada sobre el mostrador del Almacén, con su imponente belleza gringa y bien arreglada.

Frontini y el Pájaro eran amigos. Aquel 1989 él se quedó con la explotación del comercio y llegó a producir espectáculos importantes con artistas del momento como María Marta Serra Lima o César Banana Pueyrredón. Ya para entonces los tiempos habían cambiado. Y con él los gustos, los consumos, la noche.

Ana vive de día. No toma alcohol ni fuma. Se dedica al cuidado de sus nietos. Pero algo que le cuesta explicar hace que todos los fines de semana se prepare para trasnochar, perdiendo las salidas con sus amigas y hasta las vacaciones.

–Mis hijos me dicen que deje, que no lo necesito. Pero no puedo. Hugo fue el alma del Almacén y si yo estoy acá es para homenajearlo– asegura mientras cuenta las botellas de Frizze azul. – Parece nafta, ¿no?– ríe.

El Almacén abre viernes y sábados y cobra una entrada de 20 pesos. La mayoría de sus habitués llegan de la periferia platense: Melchor Romero, Berisso, Ensenada, Tolosa. Dice que es gente de muchos años, muy buena y educada, que se quiere divertir.

–Les gusta la música tropical y estar tranquila, por eso viene–descarga una botella de cerveza en una jarra de plástico.

Al costado de la pista, 7 chicas esperan al galán que las sacará a bailar, les convidará un trago y les salvará la noche. Romina (27) cuenta que viene porque es tranquilo y conoce a todos. Que no hay peleas.

–Hace cinco años que venimos. Antes se llamaba Paraíso.

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