Un filme emocionante, bello, inolvidable

ESCENA DE LA PELÍCULA “LA VIDA DE ADELE”, UN RELATO CAUTIVANTE QUE TODAVÍA SE PUEDE VER EN LAS SALAS LOCALES

POR ALEJANDRO CASTAÑEDA

LA VIDA DE ADELE .- Excepcional, soberbio, cautivante, uno de los mejores filmes de los últimos años. La historia cabe en pocas palabras, pero no se necesita más cuando lo que sobra es emoción, belleza y verdad. Con pasión, con dolor, con enorme sensibilidad el tunecino Abdellatif Kechiche describe la arrebatadora embriaguez de un amor trágico que en su plenitud y en su desolación alcanza una magnética intensidad.

Adele es una quinceañera, hija de un hogar proletario, que quiere amar y no sabe qué. Duda, sale con un compañero, conoce el sexo, pero siente que el amor debe ser algo más. Y un día se cruza con Emma, hija de un hogar más acomodado, una chica de cabello azul y mirada segura, estudiante de bellas artes, una lesbiana asumida que le dará vuelta la cabeza. Y se amarán con desesperación, con furia, con unas ganas pocas veces vista en el cine. Esa entrega es explorada por una cámara que apela al extremo realismo para subrayar la fuerza imparable de un sentimiento que las mantiene gozosas, colmadas y alertas. Y llegarán los celos, las desconfianzas, los secretos, la desilusión, el dolor y la distancia. Pero siempre nos sentiremos cerca de ellas, porque es un filme fresco, luminoso, sutil y la vez explícito, romántico y a la vez carnal, una tragedia de amor que invita a pensar, evocar y sentir.

“Presten atención al carácter de predestinación que tiene el flechazo de la protagonista en Vida de Marianne, de Marivaux”, dice la profesora, para avisarnos el trazo fatalista del amor de Adele: es ella la que ama, la que desafía, la que pone a prueba el vínculo y la que sufre, mientras Emma se dejará llevar por una entrega sentida, pero más pensada que predestinada.

Un filme redondo, una obra maestra que es aprendizaje sobre el furor del goce y el dolor de la ausencia, un filme hermoso y desolador que nos recuerda el triunfo absoluto del amor, tan absorbente y torrencial cuando está como cuando se va. Detrás está Abdellatif Kechiche, un artista que respeta sus personajes, que no necesita de estallidos, que le pone vibración y poesía a cada escena. Tiene en el centro una actriz fabulosa, Adèle Exarchopoulos, una de esas figuras que aparece y enciende la escena. Su boca lo dice todo: cuando come, cuando bebe, cuando besa, cuando lame, cuando parece saborear las lágrimas, cuando ruega por amor, cuando dice que no y cuando dice que sí. Ella transforma su búsqueda en una historia vívida, cálida y verdadera. Hay que verla gozar con ese amor y hay que ver cómo nos arrastra con su dolor, porque en esa despedida todos volvemos a sentir con ella por aquel primer amor que quedó en el camino. Y Adele se preguntará entonces por qué algo tan inmenso un día deja de serlo, de qué cosas se va haciendo y deshaciendo una pasión que tan misteriosamente irrumpe y tan misteriosamente se apaga, cómo enfrentar el desamor cuando sólo quedan los silencios, los sollozos, la mirada perdida y unas preguntas lanzadas a la nada. Un filme inolvidable.

(***** EXCELENTE)