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Información General |HISTORIAS PLATENSES

En medio de la ola de calor: oficios calientes

No hay pileta, aire acondicionado ni días en el mar que nos alivien durante estas intensas olas de calor. En La Plata un equipo de limpiavidrios de alturas, un cartero a pie y dos maestros pizzeros nos cuentan cómo sobreviven trabajando a altas temperaturas en pleno sofocón de verano

11 de Enero de 2014 | 00:00

Texto y fotografías LEANDRO SAVORETTI

Tomar litros de agua, vestirse con ropas claras y mantenerse en reposo son los primeros consejos que los especialistas recomiendan para no correr riesgos de salud en estos días con 40 grados de temperatura. Pero, claro, no todos corren la misma suerte. A veces, el mismo trabajo es un horno.

UNOS METROS MAS CERCA DEL SOL

Este mediodía de enero, el tiempo corre más lento. La gente transita por la calle a paso de caracol. Una señora se da aire con un abanico y en la vereda de los Tribunales Federales un hombre se cobija bajo la sombra de un arbolito. A pasos de ellos, unos metros más cerca del sol, tres hombres de azul cuelgan de una silleta y como buenos trapecistas, hacen equilibrio para llegar hasta los últimos rincones de un edificio de 12 pisos. El sol cae a plomo y les rebota en los cientos de ventanas que ellos deben limpiar religiosamente.

Parecen, pero no son súper héroes. Trabajan en silencio. Gerald Rodríguez (33), Eduardo Peluso (23) y Martín Coria (23) se mueven en las alturas donde el calor aún pega más fuerte. Para mitigar el agobio toman sus precauciones. Cuando llegan al edificio cerca de los 8 de la mañana se fijan de qué lado está el sol para trabajar del lado de la sombra. Aunque no siempre se pueda.

“Después, en la hora más caliente, hacemos un descanso de 15 a 20 minutos y nos hidratamos bien” dice Gerald, el más experimentado por edad y años en el oficio. “Si no el calor se hace muy extremo”, agrega Eduardo que no lleva la cuenta de los litros de agua que consume a diario. De los tres, Gerald es el único que se protege la cabeza con una gorra. Ninguno, por suerte, sufrió insolación.

Trabajar a más de cincuenta metros del piso sujeto a una soga estática de 12 milímetros y colgado de una silleta no es para cualquiera. Por eso cada limpia vidrios durante los primeros meses aprende a hacer los nudos, pasar la soga y amigarse con la silleta, siempre bajo la tutela de un compañero. Una vez como oficial puede lanzarse en soledad. “Hay que estar muy pillo” dice Gerald, los dientes manchados en una boca feliz.

También entra en juego el clima: de acuerdo adonde sople el viento puede arrastrar las gotas y ensuciar lo que ya habían limpiado. La lluvia impide trabajar y los vientos muy fuertes también. El sueldo aproximado es de 4.500 pesos y el trabajo por día varía de acuerdo a las dimensiones de los edificios. Pueden hacer cuatro en una jornada o si les toca un monstruo como el de calle 14 y 44 pueden pasarse cuatro días de ocho horas cada uno para terminar de limpiarlo todo. “Y este lo limpiamos en dos horas”, Eduardo mira hacia arriba. El sol enceguece.

Para Gerald Rodríguez que trabaja desde 1998 mirándonos a todos desde lo alto éste no fue su primer oficio. Años atrás, se pasó una larga temporada en Estados Unidos adonde en ciudades como San Diego y Miami trabajó primero como changarín y luego como carpintero. Ahora, además de ser padre de una nena de un año y cinco meses es músico. Toca el bajo y está armando un proyecto con la Vedette del Blues.

Martín está a cargo de sus dos hermanos más chicos Se crió en el Hogar del Padre Cajade. Gustavo, habitué del Hogar fue quien lo recomendó y desde hace siete meses trabaja en Aries. La rutina diaria se completa por la tarde con cuatro horas de entrenamiento. Hace Artes Marciales mixta y ya tiene nueve peleas disputadas como profesional.

Eduardo Peluso también es técnico y profesor en computación y en los ratos libres se da maña para reparar máquinas.

Gran pescador, agrega Gerald.

Ahora nos estamos metiendo en el río. Medio peligroso lo que me alienta a hacer este chico, ríe Eduardo

“Medio peligroso” dice el tipo que se cuelga de veinte pisos y soporta el sol, cara a cara, todos los días.

DEBUT CON TODOS LOS CALORES

Lucas Terminiello (22) debutó con todos los calores. Como cartero entró a trabajar a fines del año pasado, los días más calientes de la temporada. Para esas fechas, los especialistas aconsejaban no realizar ningún tipo de actividad física: “Ni locos moverse”, advertían. Este empleado postal pateará de casa en casa durante ocho horas con un bolso a cuestas de 10 kilos donde lleva un promedio de mil sobres –repartidos en 10 bloques. “Uf, es la peor época para arrancar”, dice, resignado, el sudor en la frente.

Para hoy la máxima será de 37 grados anuncia la voz del locutor. Son las diez del primer martes de 2014.

A las 9 y 30, en la casa que comparte con sus padres y un hermano, Lucas Terminiello apurado cumplía con el desayuno. Había mirado de reojo el pronóstico mientras se abrochaba la camisa amarilla. En la esquina deseaba que el Este no venga repleto. A pesar que en estos días le toca sufrir el calor dice: “Me gusta andar en la calle, no tener que trabajar encerrado en un lugar.”

A Lucas le tocó empezar el recorrido a unas cuadras de la estación de trenes. En soledad mira adentro del bolso; si tuvo suerte y los sobres están bien ordenados irá como flecha primero por los números impares y luego cruzando a los pares. Pero como ahora, los sobres no tienen una lógica continua le tocará retroceder –en un ir y venir- en más de una oportunidad. El trabajo se dobla en esfuerzo y sudor.

El segundo día se llevó una botellita pero le mojó algunos sobres y no quiso saber más nada. Ahora no toma recaudos. “Me la tengo que bancar” dice sin chistar. En 40 entre 2 y 3 un hombre sale de su casa y le acerca un vaso de gaseosa con hielo. “Le tenés que convidar”, dice el vecino, “es una locura trabajar así, pobre hombre”. Lucas se lo toma de un sorbo y se abanica con un sobre antes de depositarlo debajo de la próxima puerta.

Está a prueba y aunque aún no lo sabe bien calcula que ganará unos 4.500 pesos. Como estaba sin trabajo, con su padre –carnicero ahora jubilado- preparaba milanesas de pollo y pechugas rellenas. Por día llegaba a vender seis kilos de milanesa y dos de pechugas rellena. “Este tiempo”, reconoce Lucas mientras se seca las gotas de la frente, “también te ayuda porque la gente tiene menos ganas de cocinar”. Ahora el padre las prepara y él cuando llega sale a repartirlas por la tarde.

Las nubes están en otra parte y el sol a punto de ubicarse sobre nuestras cabezas cuando Lucas ve pasar a un compañero arrastrando un changuito dos veces más pesado que su bolsa. “Eso sí que es duro”, resopla Lucas, el bolso al hombro y la camisa empapada adherida a la espalda.

CALIENTE COMO RECIEN SALIDO DEL HORNO

El calor es tan intenso que bloquea los otros sentidos. En uno de los locales gastronómicos más tradicionales de la ciudad, Bacci, Daniel Cabrera y Antonio Astrada están a punto de terminar de hornear más de doscientas pizzas, y en la cocina hay calor, pero, aunque no lo crea, no hay olor. “Cuando se calienta bien”, dice Antonio mientras abre la tapa del horno, “la temperatura ambiente llega a los 50 grados”. Te la regalo.

Este lunes Antonio y Daniel llegaron cerca de las siete y media; trabajan sin parar y aunque no tienen estipulado los tiempos cada tanto se turnan entre el horno y la elaboración de las pizzas en la cocina de adelante. De jueves a sábado la producción incrementa y llegan a sacar unas 350. “Hay que tomar agua a cada rato”, dice Antonio y se sirve de una jarra de metal. Por jornada bebe hasta cinco litros como nada.

Para Antonio, con un hijo de 24 y una nieta – Maitena- que va a cumplir dos, ésta es la segunda vez en Bacci. Su primera pasada duró 8 años hasta que en 2001 se ausentó unos días, le dio vergüenza y no volvió más. Pasaron más de diez años hasta que en 2013 el dueño que necesitaba un maestro pizzero lo repatrió. “Como ellos se portaron siempre bien conmigo, no lo dudé.”

Ahora mientras espera que se termine de cocinar la última tanda, con un cucharón de tuco pinta la masa. La camiseta blanca de Antonio ennegrecida de sudor. “Ya terminé acá”, le dice a Daniel que llega desde la cocina.

¿Cuánto tiempo puede pasar uno frente a un horno en un ambiente a casi 50 grados? Ellos se turnan: pasar una jornada ahí es como estar varias horas adentro de un baño turco. “Y allá también, señala Daniel, “en el cuarto donde amasamos hace el mismo calor. Tenemos una cocina prendida todo el tiempo porque la masa necesita mucho vapor”.

Este maestro pizzero desde los 14 trabaja con la masa. Empezó en la panadería El Comercio de Los Hornos –que hoy ha dejado funcionar-. Luís Padilla, su concuñado, fue quien hace nueve años lo acercó a Bacci.

Acostumbrado desde siempre a las altas temperaturas Daniel hace unos extras podando jardines. Dice que, en plena tarde, 38 grados en la temperatura, y él en medio del césped, entre jazmines y santaritas, ni se mosquea. “El calor”, Daniel se ríe. “Ya ni lo siento”.

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