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La Ciudad |EL CRUCE DE LOS ANDES

De La Plata en mula, como San Martín

El docente Pedro Larroude arrancó el año con una impactante travesía científico-pedagógica

14 de Enero de 2014 | 00:00

Clic para ampliar“El impacto de estar ahí es abrumador y supera todas las expectativas; no dejás de asombrarte en ningún momento, y paso a paso vas descubriendo la presencia y la relevancia de San Martín en vos y en los que comparten con vos el camino”.

Todavía maravillado por la travesía a la que se sumó días atrás, como integrante de un grupo de investigadores que cruzó los Andes a lomo de mula, buscando indagar en la esencia de la gesta sanmartiniana, el platense Pedro Larroude asegura que la iniciativa “fue un éxito” y arrojará nueva luz sobre ese hito fundacional de la Nación.

Profesor de Tecnología en la Escuela Técnica N°8 y vecino de Abasto, Larroude, de 50 años, regresó anteayer de la expedición científico-pedagógica que recreó el viaje de la columna libertadora del General Lemos, allá por febrero de 1817.

Su misión fue analizar y estudiar la tecnología y logística que se usó entonces para hacer posible la travesía cordillerana, con la convicción de que “más allá del coraje y el heroísmo de los protagonistas, sin resolver previamente todos los temas tecnológicos, el cruce hubiese sido imposible”.

La expedición, que insumió cinco días y cuatro noches de marcha por el paso Portillo de Piuquenes, entre la región mendocina de Tunuyán y la chilena de San José de Maipo, sumó 71 miembros: 51 del equipo de investigación -docentes, no docentes y estudiantes-, divididos en patrullas con un baqueano cada seis personas, 17 arrieros y tres encargados de apoyo y soporte médico.

“Son senderos de arrieros hoy en desuso, que fueron utilizados por última vez en 1966 para llevar ganado en pie desde territorio pampeano hacia Chile” señala Larroude: “sesenta y cuatro kilómetros de lechos de ríos, pendientes rocosas, huellas de ripio y nieves eternas”.

El proyecto de cruce “real” de los Andes, poniéndole el cuerpo a los cansancios y la falta de aire, las noches heladas, los sabores y olores de la cordillera, y las obligaciones organizativas de una movida de esa envergadura, tuvo su primera etapa en 2012.

Auspiciado y financiado en parte por el Instituto Superior de Formación Docente de la Nación, y encabezado por la comunidad educativa del ISFD Nº41 de Adrogué, nucleó ahora a representantes de otros establecimientos educativos bonaerenses y hombres de ciencia de diferentes ámbitos.

“Encaré la aventura con la idea de transformarme en un alumno más para luego llevar la experiencia al aula”, advierte Larroude, único platense del grupo, y asegura que “hubo un intercambio muy sincero y enriquecedor entre todos, había mucha emoción por lo que estábamos viviendo. Una de las tardes, por ejemplo, se armó una ronda con los baqueanos, que accedieron con mucha humildad a escuchar nuestras preguntas y relatarnos sus experiencias, con mucha apertura y predisposición, y fue impresionante”.

CLIMA “FAVORABLE”

En los áridos valles de acarreo cordilleranos, las condiciones meteorológicas podían convertirse en enemigas. Pero no ocurrió así, para fortuna de los investigadores.

“Salió todo según lo planificado, y lo que no podíamos controlar, como el clima, también nos benefició” recuerda Larroude: “no sufrimos tormentas, aunque sí padecimos la amplitud térmica que es normal en la zona; pasamos de cinco grados bajo cero durante la madrugada a más de cuarenta en horas de la tarde de esa jornada”.

Eso ocurrió en el Real de La Cruz, punto intermedio del camino, donde existe un refugio a cargo del Ejército.

Además, hicieron noche en otros dos campamentos, cumpliendo rigurosamente con el ritual de cargar y descargar las mulas de carga con los ojos cubiertos, ya que son conocidas por su mal genio y pueden asestar durísimas coces en 360 grados.

“La primera de las noches fue brava” admite Larroude: “caminamos porque era prácticamente imposible conciliar el sueño. Pero en cierta forma ese tipo de vivencias era lo que estábamos buscando”.

PASION SANMARTINIANA

Pedro, en particular, cumplió un antiguo sueño, ya que es un admirador confeso de José de San Martín. “El cruce de los Andes no fue otra cosa que una verdadera gesta” define, y repasa las “soluciones técnicas” que el Libertador ideó en aquellos tiempos para concretar su estrategia independentista.

“Un docente de mi instituto vive en Brandsen, y por medio de él tomé contacto con los organizadores; como su función era la de analizar los aspectos económicos del cruce, dentro de ese campo quedé a cargo del estudio de la parte tecnológica”, comenta quien tiene a su cargo el área de talleres de la Técnica de 7 y 526.

“Hay un perfil de San Martín como inventor” ejemplifica: “alguien que tenía la capacidad de ir solucionando los problemas que se le presentaban; por ejemplo, diseñó herraduras especiales para que las mulas pudieran realizar el cruce. Los historiadores serios, antes de abordar la gesta han cruzado la cordillera; a pesar de no ser historiador, creo que sólo así podía tener la dimensión real de lo que significó”.

“El peso histórico de San Martín se acrecienta a medida que uno se acerca a los Andes” dice Larroude: “en Mendoza nos despidió el gobernador, y en el Cajón del Maipo nos recibió el alcalde, una trascendencia que no esperábamos”.

Entre esos dos puntos, fueron más de cien horas de “desconexión total” con el mundo exterior. “En estos tiempos pasar cuatro o cinco días enteros sin saber nada de los tuyos es muy inusual” reconoce el docente.

Otro de los momentos de exigencia, no sólo psicológica sino física, fue alcanzar la máxima altura de la travesía, 4330 metros sobre el nivel de mar, en el Portillo argentino.

“Es la mitad de la presión del llano, algo bastante determinante” explica el profesor del establecimiento tolosano: “encarar una subida de diez metros con pendiente leve parece imposible”.

OASIS EN LA ARIDEZ

La aridez extrema del entorno, empero, tuvo bienvenidos oasis que permitieron no llevar comida para los animales de monta y carga.

“Si bien desde el Manzano Histórico de Tunuyàn, en Mendoza, hasta el Cajón del Maipo en Chile, no hay un solo árbol” destaca Larroude, “en la ruta de Lemos hay buenas y abundantes pasturas, vegas en las que la vegetación es como una esponja que conserva el agua”.

“Además, existen plantas medicinales” agrega, “de las que también se tomó nota para ver cómo pudieron haber sido utilizadas por el ejército sanmartiniano”.

Ahora, para el platense se avecina un nuevo desafío, que será “llevar al aula un relato basado en la vivencia personal. Contrastar lo que uno leyó con lo que ve en el terreno, que es el único modo de comprender y transmitir cómo se pudo hacer tanto con tan poco con la tecnología de esa época. Y a partir de allí, valorar lo que tenemos”.

“Más de 5.500 personas y 10 mil mulas y caballos con una enorme carga cruzaron por senderos de 40 centímetros, sin embargo, no hubo desertores” se entusiasma, “y llegaron con los 18 cañones con los que partieron”.

“Haber hecho el cruce ‘a imagen y semejanza’ nos va a permitir ir sacando muchas conclusiones” asegura Larroude: “todavía, la emoción está muy fresca. Pero haberlo hecho en mulas y caballos, durmiendo a la intemperie en ‘camas gauchas’, en campamentos naturales como las rocas de El Caletón, y comiendo un alimento similar al que llevaban los soldados -una mezcla deshidratada hecha en base a charqui, ají molido y harina de maíz- es impagable”.

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