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La Ciudad |SU FALLECIMIENTO

Héctor Ernesto Campi

19 de Abril de 2014 | 00:00
Héctor Ernesto Campi

Convicciones innegociables, probidad y eficacia en la gestión de cuestiones de máxima responsabilidad caracterizaron la prolongada trayectoria judicial de Héctor Campi, quien falleció en nuestra ciudad a los 64 años.

Hijo de la docente Elba Antonia Cifre y el empleado de Tribunales Héctor Laureano Campi, Héctor Ernesto -“Yuyi”, como se lo conocía con afecto-, nació en La Plata el 25 de marzo de 1950.

Creció junto a su hermano Mario en el barrio aledaño a la Terminal de Ómnibus, entre los antiguos empedrados y las aulas de la Escuela Nº5, frente a la plaza Alsina de 1 y 38.

La adolescencia lo encontró en el Colegio Nacional, donde cosechó amistades imperecederas y la preparación para afrontar con éxito la carrera de abogacía en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional.

Al tiempo que avanzaba hacia su graduación como profesional de las leyes, ingresó en los tribunales locales, destacándose en su desempeño durante más de tres décadas y media hasta jubilarse, hace un lustro, como subsecretario de Gobierno de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires.

Casado a fines de los años ‘70 con Gladys Della Villa, tuvo dos hijos -Valeria y Gerónimo, radicado en San Martín de Los Andes, quien se prolongó en el pequeño Fausto-; sus segundas nupcias en 1992, con Mariana Montaner, le depararon la felicidad adicional de la llegada de Clara y Valentina.

Identificado con el ideario de la Unión Cívica Radical, ávido lector de los temas más variados, hincha de Gimnasia y Esgrima, su pasión por el devenir del Lobo lo llevó a tribunas de todo el país y el extranjero, y a involucrarse en la vida institucional del club en el que se ganó la condición de socio vitalicio.

También colaboró con Ateneo Popular, cuando su hijo defendía los colores de la entidad de barrio Hipódromo.

Futbolista de alma, se reunió a jugar torneos y “picados” con colegas y allegados hasta largamente después de alcanzada la veteranía, y solía dedicarle horas de cada semana a la actividad física y el entrenamiento personal.

Radicado en la zona de plaza Sarmiento, consideraba los viajes a Brasil, particularmente a Río de Janeiro, como un plan cercano a la perfección para disfrutar de las vacaciones en familia.

Querido y respetado por los integrantes de los equipos de trabajo que supo coordinar durante su paso por la Corte -que a la hora de la despedida no dudaron en recordarlo sin rodeos como “un tipazo”-, Campi fue valorado por su intransigencia en el plano ético, su lealtad y solidaridad para con los amigos de “toda la vida”, con quienes se reunía periódicamente, y su amplitud de criterio a la hora de tolerar el debate y el disenso.

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