Tomasello, de albañil a pintor consagrado

Por LUIS PAZOS

Luis Tomasello nació en La Plata el 29 de noviembre de 1915 y murió en París el 17 de enero de 2014, la noche antes de regresar a la Ciudad. Era su último sueño y el único que no pudo hacer realidad. Tenía 98 años y es uno de los pioneros del arte cinético. Incansable, experimentó todas las posibilidades de la luz, el color y el movimiento ilusorio y real, aplicados a la obra de arte.

La crítica internacional, que lo considera “gran maestro”, registra que sus fuentes de inspiración fueron los vitrales de la Catedral de Chartres y los cuadros del pintor abstracto Piet Mondrian. Es cierto. Pero antes que ellos, tuvo un maestro de vida, que fue su padre Giuseppe Tomasello. Un inmigrante siciliano analfabeto, que llegó a la Argentina a los 17 años y sobrevivió como albañil. Oficio que le enseñó a su hijo junto a un consejo, que es toda una filosofía de vida: no rendirse ante la adversidad. Y Luis aplicó a rajatabla su enseñanza.

A los 13 años hace el bachillerato de día y estudia dibujo de noche. Como la familia se había mudado a Buenos Aire cursa en las Escuelas Prilidiano Pueyrredón y Ernesto de la Cárcova. A los 21 se recibe de profesor pero nunca ejerce: elige ser albañil como su padre y sus hermanos Domingo y Alberto. Con las mismas manos que construyó murales de una belleza perfecta en Francia, Marruecos y México, apiló ladrillos y cargó bolsas de arena y cemento que le doblaban la espalda.

Al mismo tiempo pinta sin pausa, ajeno al cansancio y la incertidumbre sobre su futuro. Ser artista es su decisión irreversible. Y lo consigue. En 1951 con el dinero que reúne por la venta de sus cuadros, toma una decisión que sellará su destino: viaja a Europa. Durante diez meses vive alternativamente en Francia, España e Inglaterra.

Vuelve a la Argentina pero no es el mismo hombre: sabe quién es y qué quiere. “Mi deseo es llegar a lo esencial, lo espiritual, más allá de la complejidad de lo real. Es la búsqueda de un principio universal, llegar a la misteriosa simplicidad de la poesía”. Es su manifiesto.

En 1957 se instala definitivamente en París. Pero la Ciudad Luz no es La Plata. Ni siquiera Buenos Aires. Antes de crear tiene que ganarse la vida. Y lo hace pintando casas. Sobrevive como pintor de brocha gorda hasta que el azar o el destino hacen su jugada: una arquitecta amiga lo recomienda para que pinte la casa del gran Julio Cortázar. Como no puede ser de otra manera, de ahí en más serán amigos toda la vida. “Cuando Julio murió, yo perdí a mi mejor amigo”, declaró Tomasello. Todo un epitafio.

¿Cómo vive mientras pinta paredes? “En un departamento que era un verdadero gallinero -recordó ya consagrado-. No tenía agua ni ascensor pero en ese gallinero pasé los dos años más felices de mi vida”. En 1962 se casa con la platense Dora Rufino, doctora en historia y geografía, con la que tendrán un hijo: Germán. Ese mismo año el Museo de Bellas Artes de Buenos Aires realiza una muestra consagratoria. En París integra el staff de la Galería Denise René, la más importante de Europa en arte cinético.

Hoy, el viajero puede admirar el mural con luz y sonido, realizado en yeso, en la Sala Azul del Palacio del Congreso en París; la escultura móvil de aluminio en la ciudad francesa de Grenoble o la ambientación de la Gran Sala de Recepción de la Embajada de Francia en la ciudad de Rabat, en el Reino de Marruecos,

En el año 2000 Luis se encontró en París con César López Osornio, director del MACLA. El resultado de ese encuentro fue una muestra en el Museo y la donación de 85 obras. A juicio del propio Tomasello “La mejor exposición personal que hice en toda mi vida”. Esta vida apasionada, y esta obra única, pueden verse en el MACLA hasta el 29 de mayo. Es una cita impostergable.