Jason Statham contra Marcelino pan y vino

MARK HERNÁNDEZ MOSQUEDA, INTERPRETA A MARCELINO EN EL FILME QUE SE EMITIRÁ ESTA NOCHE A LAS 20 POR LA SEÑAL MGM

POR AMILCAR MORETTI

¿“Marcelino pan y vino”? para esta semana santa católica, el domingo un poquito antes de la cena. La versión mejicana, de tres años atrás, y no la española original con el chico Pablito Calvo, que en 1955 hizo bastante conocido al cine español, encerrado por la mala fama de Franco, hasta que Estados Unidos decidió que también el dictador podía ser al fin y al cabo un paredón contra el socialismo y los procesos de liberación nacional. Se lloraba, se lloraba mucho en esa época con la historia de este niño “elegido” (discúlpese la herejía, o “condenado” a “subir al cielo”). Entre curas franciscanos el chico termina en diálogo con Jesús, que decide que mejor mundo para él ha de ser la trascendencia de lo terrenal. En su momento, lloraba mucho pero nunca me quedó del todo claro si no era más que un contenido ultrarreaccionario que apelaba a la sensiblería y la emoción. Un niño se muere, ¿quién no ha de emocionarse? Pero…¿?

“Marcelino…” va a las 20 por MGM.

Claro que entre tantas reposiciones, varias de buenos filmes, Marcelino –también ya vista- no se ubica del todo mal. Salvo el secularismo del televidente, que está en viaje turístico, de vacaciones, o bien no lo dedica a la televisión a menos que lo domine un irremediable aburrimiento. (A propósito, habría que considerar seriamente si la masiva vinculación con el televisor no se basa en la “nada” del aburrimiento que vendría a disipar la televisión, lo cual –se sabe- la ha convertido en un instrumento -¿arma de guerra?- peligroso).

NO VOY A RECOMENDAR

Claro, no voy a recomendar a “El mecánico” con el pelado y cabeza afeitada, duro y musculoso Jason Statham. Se sabe, película “de acción” (quien no conoce piensa que es “policial”. Y no.) Aquí predominan los músculos y los golpes y las patadas, toda una concepción del hombre, de la cultura y del mundo. Siempre he pensado dos cosas de las películas con Statham: 1) que son un “plomazo”. 2) Que Jason Statham merecía mejor tratamiento por parte de la industria dedicada a esta clase de película clase B. Este británico es un tablón, un “cartonazo”, inexpresivo por carencias actorales. Pero su rostro da bien en cámara: hay algo en su mirada, en su no hablar, que merece ser tomado por un gran director que trabaje con el mutismo y las conductas (no la acción violenta, necesariamente. Acción muscular y de mecánica en aparatos (autos) más que nada, con contenido de agresión sangrienta).

Pienso en un director como Jean Pierre Melville, el de “El samurai”, hace décadas, con Alain Delon. Melville no hacía hablar a sus protagonistas. Eran gángsteres; no necesitan hablar. Su lenguaje era/es otro. Delon nunca fue un “buen actor” en términos escénico-teatrales pero desde el comienzo supo ganarse un espacio insustituible, que solo él podía hacer. Un dramatismo el suyo inigualable, el de su mirada, su ausencia de declaraciones (menos que las del Delon hombre real), su belleza y una ambigüedad que se sostenía en la clave magistral de la ¿maldad?, ¿el destino fatal?, ¿el castigo terrenal?, ¿la fatalidad?, ¿la condena?. Esa clave que consiste en combinar belleza con acciones fatales que no son precisamente ubicables en el lado de ¿cómo decirlo? , la salud.

No creo demasiado en la palabra salud (mental) hoy, porque no está muy claro qué significa y dónde debe ubicarse (la salud). Pero lo diabólico, por decirlo en términos religiosos, se basa en esa ambigüedad: no saber si el otro es confiable por el lado del bien o del mal. Y eso era y es Delon. Y eso fue lo que aprovecharon cineastas como Melville (muerto en 1973), y en cierto modo Visconti (aunque su “Rocco” es decididamente angelical).

Bueno, creo que Statham clase B es un tipo cuya presencia física irradia esa cualidad que no muchos tienen: su actitud hierática, fría, calculada, nunca con dudas, lo convierte en una máquina que al mismo tiempo tiene emociones, aunque inexpresadas. Sería perfecto en las manos de alguien de este lado del mundo que uniera talento y el estilo limpio y seco de Kitano o alguno de esos buenos realizadores coreanos del sur que hoy abundan y poco se mencionan.

ALGO DE KITANO

Ya lo dije el miércoles pasado (ver esta sección) sobre Takeshi Kitano y su poética amargura en “Flores de fuego”. No lo repito. Y entre lo demás, que es bastante y repetido, muchas cosas accesorias, elijo el documental “Billy Wilder, un hombre perfecto al 60 %”, sobre el gran maestro que puso en funcionamiento de Marilyn Monroe (junto a Henry Hathaway) y tuvo momentos más que memorables: puntos centrales del cine. “Sunset Boulevard” o “El ocaso de una estrella”, “Nido de rocas” con Kirk Douglas o “Una Eva y dos Adanes”. Hay más, sí. Pienso que “La comezón del séptimo año” está en la categoría de obra maestra, complejísima por cierto. Y muy divertida. Una sátira de muy alto nivel reflexivo.

Solo a los franceses podía ocurrírseles en 1980 (Wilder, falleció 22 años después) hacer una película para “rescatar” la figura del cineasta. Los norteamericanos, al menos hasta hace un tiempo, sentían una especie de síndrome de inferioridad frente a la nación de la revolución de 1789. Ahora no lo sé, creo que no, de tal modo se ha apoderado de la cultura la brutalidad del bruto hecha individuo y universalidad por parte de Estados Unidos. Y los franceses, sus intelectuales y cineastas, pensaron bastante en el cine de Hollywood, y aunque ellos no les enviaron muchos maestros (sí lo hicieron los alemanes y austríacos, sobre todo), comenzaron a darse cuenta de que, debajo de la cáscara de la gran industria con películas solo para ganar dinero, había muchas veces relatos cuyos “adaptadores” para la pantalla habían convertido en obras superiores dada su capacidad de connotar y sugerir sin decirlo de modo explícito.

Bueno, esto es lo que intenta decir “BillyWilder, un hombre perfecto al 60 por ciento”.

Va a las 20 por INCAA.