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Susana Gómez: “Todos los golpes que tuve que soportar quiero que ahora tengan algún sentido”

Esta semana su ex pareja recibió ocho años de prisión por dejarla ciega. Su caso desnudó, con 14 denuncias que nadie atendió, las fallas enormes de un sistema estatal que muchas veces deja a la víctima sola y desprotegida

20 de Abril de 2014 | 00:00

En la oscuridad total, ciega tras una golpiza feroz que le provocó un doble desprendimiento de retina, Susana puede vislumbrar pese a todo una luz de esperanza: “Quiero que todos los golpes que recibí tengan algún sentido. Sin buscarlo, me convertí en la referente de un drama. Miles de mujeres están sufriendo en estos momentos lo que yo sufrí. Por eso ahora quiero hacer algo para ayudarlas. Quiero hacer algo que sirva”.

Ejemplo descarnado y brutal de un drama que en nuestro país se cobra la vida de una mujer cada 35 horas (ver “El infierno...”), la historia de Susana Raquel Gómez -29 años, madre de cuatro hijos y víctima en 2011 de una paliza que le hizo perder la visión a manos de su pareja- encontró para la peor de sus historias un capítulo de cierre el lunes pasado, cuando la Justicia local condenó al agresor, Carlos Ariel Goncharuk (37), a ocho años de prisión por el delito de “lesiones gravísimas”.

La trama más oscura de su vida comenzó a tejerse cuando, paradójicamente, debía ser todo felicidad. Corría el año 2002 y, a los pocos meses de un noviazgo que comenzó en el barrio San Carlos, Susana quedó embarazada del que sería el primero de sus cuatro hijos. “En ese momento comenzó el maltrato -recuerda ella-. Primero me empezó a aislar. No quería que viera a mis padres, a nadie. Me quería controlar y que hiciera lo que él dijera. Quería que yo fuera como su hija, pero me insultaba, me humillaba. Y enseguida empezaron los primeros golpes”.

con el enemigo

Fueron nueve años de relación. Nueve años donde los insultos y las trompadas se sucedieron casi tanto como las veces que Goncharuk prometió no repetirlos. “Es muy difícil identificar como un delincuente al que está al lado tuyo”, aporta Darío Witt, fundador de Casa Abierta María Pueblo y ayuda descomunal para que la historia de Susana pueda tener ahora, mucho tiempo después, una luz al final del camino.

Para él, como para la propia Susana, la historia que empezó a escribirse en el barrio San Carlos en abril de 2002 y terminó esta semana con el fallo del Tribunal Oral y Criminal Nº5 de La Plata sirve, acaso como pocas, para desnudar las fallas de un sistema que debería brindar protección real a las víctimas de la violencia de género.

Y no es caprichoso: fueron catorce las denuncias que hizo Susana Gómez ante la justicia cuando comenzó a sufrir la violencia de su ex pareja. Catorce pedidos de ayuda. Catorce gritos que nadie escuchó.

“Ya no sabía que hacer para liberarme de mi ex pareja -cuenta Susana, quien en su momento recibió de la justicia la ayuda de una restricción perimetral que tampoco alcanzó para frenar los ataques-. Vivía con mi suegra y decidí dejar la casa junto a mis cuatro hijos (que ahora tienen 4,6, 7 y 10 años) y refugiarme en casa de mis padres. Pero él me siguió y descargó su agresividad contra mi y contra ellos”.

Cuando llegó la peor de las palizas y ella perdió la visión, en una escalada de agresividad en la que también resultaron lesionados su padre (con varias costillas rotas) y su madre, el único lugar donde Susana encontró ayuda fue la Casa Abierta María Pueblo, la ONG platense que asiste a víctimas de violencia desde hace casi dos décadas y por la que ya pasaron cerca de 25 mil personas en todos estos años.

El día de su llegada Witt lo recuerda con precisión cronológica. “Fue el 24 de abril de 2011 -aporta-. Lo tengo presente porque ese mismo día estábamos haciendo un acto en la ex casa de Barreda para convertir al lugar en un centro de ayuda para la mujer golpeada”.

Los recuerdos de ese día, para Witt, son claros: “Nos llamaron de la fiscalía para ponernos al tanto del caso. Al principio ella no podía decir una palabra. Estaba en shock. La mamá fue la que nos dijo que Susana no veía, pero en ese entonces no sabíamos si era un síntoma nervioso o algo más grave, como lo que finalmente fue”: un doble desprendimiento de retina provocado por múltiple traumatismo craneal.

“Me acuerdo que él decía que yo me hacía la ciega -cuenta Susana, sonriente al pesar del martirio que tuvo que atravesar-. Después, cuando la ceguera quedó confirmada, decía que en realidad yo ya tenía problemas con la vista desde antes. Nunca se arrepintió de nada. Nunca sintió pena ni siquiera por sus hijos, que tuvieron que soportar y ser testigos de cómo su padre le pegaba a su madre hasta dejarla ciega”.

En la ONG estuvo cinco meses, protegida junto a sus hijos. Allí logró alejarse de las agresiones de su pareja y obtuvo asesoramiento legal. Fue un volver a vivir. Un empezar de nuevo.

“Cuando me recuperé -recuerda Susana-, sentí la necesidad de hacer algo. Quería que mi historia sirviera para ayudar a alguien que estuviera pasando por el mismo calvario que había pasado yo”.

Así fue: lejos de quedarse de brazos cruzados, Susana resurgió de las cenizas y, decidida a convertir su dolor en acción, comenzó a capacitarse para trabajar voluntariamente atendiendo la línea de emergencias de la misma entidad que le dio abrigo en el peor momento de su calvario.

“En ese momento sentís que nadie te escucha ni te comprende. Que nadie te puede ayudar. Aprendés a no creer en nadie”, dice con la vocecita trémula. Y agrega: “al principio no me animaba a proponerlo. Creo que me daba vergüenza, o sentía que por ahí podían creer que no estaba preparada. Lo pensé mucho, di muchas vueltas. Pero quería hacer algún aporte desde mi experiencia, para que sirviera a otras mujeres que hoy están siendo víctimas de violencia familiar y que mientras atraviesan esa circunstancia sienten que nadie las escucha y que no tienen adónde recurrir. Y así fue, un día le comenté la idea a Darío y él me propuso que me una al equipo, concretamente sumándome a quienes atienden los teléfonos de emergencias”.

A esos teléfonos llegan distintos tipos de llamados: desde mujeres que buscan ayuda en una situación límite en pleno episodio de violencia hasta aquellas que necesitan orientación y contención. Habitualmente están atendidos por psicólogos, abogados, asistentes sociales. Susana Gómez es la primera mujer que sufrió en carne propia la violencia familiar y sus secuelas que está a cargo de atender una de las líneas.

“Para nosotros es un orgullo y fue un momento muy emotivo”, dice Witt”, quien agrega que Susana “también es la primera mujer golpeada que pudo contar su drama en un juicio oral. Su caso es paradigmático por varios aspectos, y nos llena de emoción que ahora ella asuma el compromiso y luche por quienes sufren lo mismo que ella sufrió”.

Susana asiente y sonríe, acaso orgullosa de su propia y descomunal fuerza. Y no duda en explicar que para ella, a partir de ahora, transformar todo el dolor de esa experiencia en acción es una forma de resignificarla, de darle un sentido. De hacer que sirva para otras.

“Lo importante es saber contener el sufrimiento de aquellas mujeres que no tienen quién las escuche -dice-. Y yo creo que puedo ayudar en esa tarea, porque conozco muy bien lo que sentís en esos momentos terribles, en medio de ese infierno. Lo primero que pensás es que nadie te escucha ni te entiende. Que nadie te puede ayudar. Aprendés a no creer en nadie. Por eso mi propósito es cambiar esa situación. Desde mi lugar, aportando mi granito de arena, quiero escuchar y ayudar a la mujer que más lo necesita. No tengo bronca. Al contrario: tengo ganas de ayudar. Creo que es la mejor forma de darle a todos los golpes que recibí algún sentido”.

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