La suerte del fútbol profesional no puede seguir en manos de barrabravas

Los sucesivos incidentes que se registraron en los últimos partidos del fútbol profesional en nuestro país –correspondientes a las distintas categorías- volvieron a exponer con crudeza la violencia delictiva y la indisciplina sistemática que, a través de los barrabravas, se ha hecho cargo de este deporte.

La realidad indica que se ha convertido a los estadios en escenarios propicios para originar desórdenes de gravedad, con enfrentamientos a piedrazos, balas de goma y gases lacrimógenos que dejan el saldo de autos particulares o patrulleros incendiados, destrozos de toda índole y personas heridas o detenidas. Como conclusión aún más negativa, puede decirse es que en los últimos años se han sucedido las acciones y operativos de seguridad supuestamente preventivos, sin que se haya logrado avanzar hacia ninguna solución de fondo.

La decisión de prohibir el ingreso a las hinchadas visitantes -como se ha dicho ya tantas veces en esta columna- no aportó tampoco remedio alguno y demostró ser, en cambio, una alternativa contraproducente, ya que la mayoría de los incidentes se registra por las discordias que se desatan entre los barrabravas de cada club, que intentan dirimir supremacías internas para manejar muchos de los recursos económicos que se mueven en torno al fútbol. ¿Qué estrategia impulsarán ahora? ¿Prohibirán también la presencia de las hinchadas locales?

El episodio más grave se registró este fin de semana en el estadio de Dock Sud, cuando el club local disputaba un partido contra Gregorio de Laferrere. Barras del primer equipo salieron a la calle para agredir a la delegación de dirigentes del club visitante y prendieron fuego a sus automóviles estacionados en las puertas del estadio. La sola imagen de las densas columnas de humo negro que ascendían bastaron para dejar establecido que había fracasado el operativo montado por 80 policías, mientras que el árbitro decía suspender el cotejo ante la gravedad que alcanzaban los desmanes.

En jornadas anteriores otro partido –el de Boca Unidos (Corrientes) contra Villa San Carlos- tuvo también un final accidentado, cuando la policía intentó evitar que los barras del último club ingresaran a la cancha sin pagar sus entradas, generándose a partir de allí violentos altercados. Pero también ocurrieron episodios similares en el partido entre Central Ballester y El Porvenir –en el estadio de Gerli, donde un niño resultó herido por un balazo de goma- y en el clásico entre Los Andes y Temperley, donde los efectivos policiales fueron apedreados por los hinchas locales.

Se ha dicho ya muchas veces que sólo en la impunidad de que gozan los barrabravas se encuentra la semilla de esta violencia irrefrenable. Las autoridades debieran tener en claro que eximir a esas personas de la posibilidad de ser alcanzados por la ley, permitir que en ocasiones se mantengan meses enteros sin responder a las requisitorias de la Justicia, son antecedentes que explican la vigencia de estos grupos delictivos.

Estos dolorosos y también dramáticos episodios servir para que se avance en acciones disuasivas, encaminadas a concluir con el terrible flagelo de la violencia en el fútbol. Es de esperar que, alguna vez, de la mano de la ley y con la fuerza de la Justicia, las autoridades y personas responsables se decidan de una buena vez a erradicar de los estadios a los malvivientes que, cada vez más enseñoreados, lastiman al más popular de los deportes.