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Por ROBERT SAMUELSON
Sería saludable -en el sentido de promover la honestidad- que todo informe que advirtiera sobre el calentamiento global y el cambio climático (ambos términos son intercambiables) se presentara con el siguiente descargo de responsabilidad: A pesar de nuestra creencia de que el calentamiento global presenta amenazas catastróficas para muchos de los 7.000 millones de habitantes del mundo, reconocemos que ahora carecemos de las tecnologías adecuadas para detenerlo. Pero no hay seguridad de que eso vaya a suceder, y puede gastarse mucho tiempo y dinero en esfuerzos vanos y poco económicos.
No soy optimista. Nuestros debates sobre el cambio climático confunden más de lo que clarifican. Siguen un guión ritualista que ahora vuelve a usarse.
EL DIAGNOSTICO
Primero apareció un deprimente informe del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), un grupo internacional de científicos creado por las Naciones Unidas. Halló que la temperatura global se ha calentado durante décadas, que las emisiones creadas por el hombre constituyen la causa principal (se dice que las concentraciones atmosféricas son las más elevadas en 800.000 años) y que, entre sus efectos, se encuentran el ascenso del nivel del mar, el derretimiento de bancos de témpanos y más olas de calor.
Después llegó la Evaluación Nacional Norteamericana del Clima, un estudio realizado por 300 expertos norteamericanos, que es más alarmante que el informe IPCC. Comienza así: “El cambio climático, que en una época se consideraba como un asunto del futuro distante, se ha trasladado firmemente al presente.” Los norteamericanos ya sufren el cambio climático. Las inundaciones son más frecuentes; los incendios forestales son más difíciles de controlar; las lluvias son más violentas.
Naturalmente, los escépticos (alias los “negadores de la realidad”) denunciaron los informes. Las pruebas eran exageradas, escogidas convenientemente o ambas cosas, dijeron Paul Knappenberger y Patrick Michaels, del Cato Institute, un centro de investigaciones libertario. Consideremos, dijeron, un estudio contrastante encabezado por un investigador de Harvard. Halló que las muertes a causa del calor, en 105 ciudades de Estados Unidos, descendieron desde fines de la década de 1980.
El ping-pong retórico -argumento vs. contra-argumento- sugiere una lucha por la opinión pública. En realidad, no. Correcta o incorrectamente, el público ya cree en el calentamiento global. Una encuesta de Pew, de 2013, halló que el 67 por ciento de los norteamericanos ve “pruebas sólidas” de que la tierra se está calentando. Aunque ese porcentaje ha descendido de un 77 por ciento en 2006, el margen es aún amplio. Los demócratas creen en él más que los republicanos, porque el apoyo del tea party es bajo.
Para los grupos del medio ambiente es útil tener “negadores” del calentamiento global (y, por supuesto, detrás de ellos las siniestras compañías petroleras) como complemento. El mensaje subliminal es que una vez que terminemos con estos Neanderthals, podremos adoptar políticas sensatas para “hacer algo” sobre el calentamiento global.
La realidad es otra. La verdad central para una política gubernamental es que no tenemos solución.
PROYECCIONES
Entre 2010 y 2040, la Administración de Información Energética de Estados Unidos proyecta que las emisiones globales aumentarán casi un 50 por ciento. Alrededor del 80 por ciento de la energía global proviene de combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas natural), que son también las principales fuentes de las emisiones de anhídrido carbónico (CO2). En este momento no tenemos un reemplazo práctico para esa energía. Ningún gobierno sensato sacrificará la economía hoy en día -reduciendo drásticamente la utilización de combustibles fósiles- por los inciertos beneficios de la reducción del calentamiento global en un futuro nebuloso. (El foco del informe norteamericano sobre el calentamiento global en el presente, parece dirigido a salvar esa brecha).
Y lo que es peor, casi todos los aumentos proyectados en las emisiones globales provienen de países más pobres, la mitad, sólo de China. En cambio, se proyecta que las emisiones de Estados Unidos (y las de la mayoría de las naciones ricas) se mantendrán estables en las tres décadas siguientes. El crecimiento económico se está ralentizando; la eficiencia energética está aumentando; y, en Japón y algunos países europeos, la población está declinando. Puesto que, como es comprensible, los países más pobres no abandonarán sus esfuerzos para aliviar la pobreza, todo recorte adicional de las emisiones de Estados Unidos podría ser contrarrestado por incrementos en China y otras partes. Ese hecho atenúa su atractivo político y ecológico.
ESPERANZA
La única esperanza real de neutralizar estos conflictos es con nuevas tecnologías. Hasta el momento, no ha surgido ninguna solución mágica. Aunque están aumentando, la energía solar y eólica representan una diminuta porción de la energía global. “La captura y almacenamiento del carbono” -colocar bajo tierra las emisiones de CO2 de las centrales eléctricas- se ha discutido durante años. Hasta el momento, no es viable comercialmente.
En medio de la retórica, hay enorme incertidumbre sobre cuánto calentamiento se producirá, qué cambios (para bien o para mal) traerá, y con qué facilidad (o no) nos adaptaremos. Mi preferencia, a menudo declarada, es el establecimiento de políticas que reduzcan el calentamiento global pero que contemplen también otros problemas. La idea más obvia es un impuesto al carbono para ayudar a financiar al gobierno y estimular las tecnologías de ahorro energético y las nuevas formas de energía sin carbono. Si estas tecnologías se utilizaran en todo el mundo, la brecha entre los países ricos y pobres se reduciría.
No pretendo decir que sería una medida popular ni que las tecnologías deseadas se materializarán. Pero es nuestra mejor opción y tiene la virtud agregada de ser honesta.
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