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“En la Argentina les soy ajeno”

Después de radicarse en España, Leonardo Sbaraglia regresó al país con su talento a cuestas. Con una catarata de películas por estrenar, este actorazo habla de los años en Europa, del amor, de su hija, su infancia, sus miedos y su experiencia con Robert De Niro

1 de Junio de 2014 | 00:00
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“En la Argentina les soy ajeno”

Por CRISTINA NOBLE

Leo mira de verdad. Y esa virtud explica su magnetismo. Seguramente, es consciente de ese don porque, como buen actor, lo usa de maravillas.

Leonardo Sbaraglia tiene más de cuarenta películas en su haber, pero entiende que cada vez es como una nueva prueba: es decir, no actúa de taquito. Y no le esquiva al trabajo: en menos de un año puede filmar de tres a cuatro largometrajes, como ocurrió en el último tiempo con Choele, Cinco segundos antes de morir, Relatos salvajes (que triunfo en Cannes) y Aire libre, que está por estrenarse y en la que comparte cartel con Celeste Cid. Se trata de una historia que muestra, a través de un conflicto de pareja, la crisis del amor en un mundo en que todo caduca y no se sabe bien cómo formar una familia y seguir entusiasmados...

-En Aire libre interpretás a un hombre que intenta salvar la pareja a toda costa, pero no le va muy bien... ¿Apelaste a alguna experiencia personal para llevarlo a cabo?
-Cuando uno encuentra una historia tan honesta, en la que no se le esquiva el bulto a nada, como la que cuenta Anahí (N. de la R.: Se refiere a la directora Anahí Berneri), siempre resuena en uno y en todos. Creo que hay toda una generación que se puede identificar con este relato, que propone mirar el mundo cambiante en el que vivimos. No solo en la pareja falta estabilidad, pasa en el trabajo, con los amigos, hasta con los hijos. En otras generaciones había fórmulas: para funcionar en pareja se cumplían ciertas pautas y normas, y existían mecanismos que se asumían como propios. Ahora no es así, cada uno se tiene que ir inventando sus propias reglas. Se reconoce la especificidad de cada relación.

-Cada uno se relaciona como quiere...
-Y como puede. Nadie está en pareja con alguien contra su propia voluntad. Nadie llegó ahí por puro azar.

-El asunto sería cómo seguir...
-Las cosas varían, se mueven. En la película, los protagonistas intentan asimilar los cambios, provocar otros, buscan acomodarse... pero no pueden. A lo mejor, no se dan tiempo. Ya no está vigente la idea del sacrificio, como en otras épocas, pero uno no puede olvidarse de los hijos. Es ley.

-Antes se imponía la idea de aguantar “a toda costa”. O, al menos, la de no tomar decisiones precipitadas...
-Ahora quizá se precipitan demasiado las decisiones. La idea del placer pesa mucho. Antes, tal vez, se aguantaba demasiado. Hoy, en cambio, casi nada. Por eso, lo común es elegir la separación ante la primera dificultad.

-¿Y vos cómo hiciste para no separarte? Con Lupe, tu mujer, ya llevan juntos casi veinte años...
-La verdad es que me quiero correr de la idea de tener el matrimonio perfecto. No es así. Pero, bueno, ya que preguntás... (se sonríe). Me parece que la clave es darles a los sentimientos el valor que se merecen. Nosotros priorizamos el amor profundo.

-¿Puede haber ayudado que tu mujer sea artista plástica y no esté relacionada con el universo de la actuación?
-Sin duda. Ella, gracias a su profesión, puede realizarse en cualquier lugar del mundo. Por eso, cuando se dio la oportunidad, nos fuimos a vivir a España sin ningún problema.

¿Cúanto tiempo vivieron en España?
-Unos ocho años. Tuvimos que empezar de cero, no fue fácil. Pero Lupe me ayudó mucho, me hizo sentir muy seguro en ese momento. Respetamos las necesidades de cada uno. Por ahora funciona, pero no se pueden establecer fórmulas. Como dicen en una película de Woody Allen: “Whatever works”, o sea , “lo que sea que funcione”. Y funciona si la felicidad personal no es destructiva para el otro.

-Ya que mencionás la filmografía de Woody Allen, raramente aparece en ella la temática de los hijos. En cambio, en Aire libre, el hijo es un personaje muy presente en la familia.
-En la Argentina los hijos siguen ocupando un lugar muy importante.

-Vos tenés una sola hija, ¿no?
-Sí, Julia. Ella es mi gran felicidad...

-Se dice que los padres buscamos a los hijos toda la vida...
-Muchas veces, uno no sabe dónde está parado y salir a pasear de la mano de tu hijo, andar en bicicleta o ir al cine te calma. A mí me hace muy bien salir con Julia y mirar el cielo, enseñarle los nombres de los árboles. Tener un hijo es como volver a contar el mundo. Uno lo redescubre como padre, de la mano del hijo.

-Y vos como hijo, ¿qué recuerdos tenés de tus padres?
-Mantengo una relación en etapas. Tengo dos hermanos. Después, mi papá tuvo dos hijos más.

-Leí que tu papá es psicoanalista...
-Sí, y fotógrafo. Ahora tengo un muy buen vínculo con él. Mi mamá me acompañó mucho en los primeros años de mi profesión: ella es actriz, formadora de actores...

-Y vos por qué decidiste actuar?
Recuerdo bien dos cosas. Tendría 8 años y estaba sentado en la cocina con mis padres. En ese momento, papá usaba unos bigotes grandes, que solía acomodarse. Esa mañana, se me dio por imitarlo haciendo como que yo también tenía bigotes. Él se rió y le dijo a mamá: “Hay que mandarlo a algún taller de teatro”. Al tiempo, ellos se separaron y mamá empezó a meter con la actuación. Ella era maestra de quinto grado... Y bueno, me dieron ganas de ir a sus clases, a ver cómo era.

-¿Te afectó su separación?
-Sí, claro.

-¿Hiciste terapia?
-Hago. La terapia para mí es un lugar de ayuda, de discernimiento, de buceo, y de seguir duscándome como actor. Como aventura creativa, lo que me interesa es sofisticar cada vez más mi trabajo. Esto es, saber qué hacer con la mirada, con el tono de voz. Siempre hay mucho para aprender.

-¿Quiénes fueron tus maestros?
Agustín Alezzo, Augusto Fernández, Lizardo Laphitz, Raquel Sokowicz y Susana Rossi, mi maestra de canto. Y varios actores, claro como Federico Luppi, Alfredo Alcón y Lito Cruz.

-Leí que, en medio de una escena, Lito Cruz te dio un cachetazo
-(Risas). La historia tiene un trasfondo. Estábamos haciendo algo con Alejandro Doria en Canal 11. Eran mis primeros pasos. Una vez, pasábamos letra con Lito y le pregunto: “¿Cómo lo ves, lo estoy haciendo bien?”. Él me miró y me dijo: ¿La verdad? Mal. No estás conectando conmigo, no te fijás qué reacción me produce lo que decís”. En otra escena, yo lo agredía y él tenía que darme un cachetazo. Pero me quedaba esperándolo... y nada. Esta en silencio y no hacía nada. Quedé absolutamente desubicado. Y, de repente, ¡pum!, me dio un golpe fuerte y sorpresivo. Fue la primera vez que me pasaba algo de verdad delante de una cámara. Y me largué a llorar, sentí que la cámara espiaba mis sentimientos. A partir de allí, empecé a buscar eso. Aprendí mucho con Lito. Hoy me sigue enseñando.

-¿Qué te dejó España?
-Mucho... Mis mejores amigos son españoles. Ese país me dio la posibilidad de aprender cómo se vive en otra cultura. Y esa cultura me revivió, me reformuló, me sacudió... Otro mundo. Y está lindo sacudirse. También, uno incorpora otros códigos. El Salvador fue uno de mis mejores trabajos, apliqué recursos novedosos... Tuve que esforzarme y eso me hizo lograr cosas muy originales que no sé si habría podido alcanzar aquí, porque tendemos a rotular. Yo era ajeno para los españoles, y eso me daba más libertad. Ahora en la Argentina también soy ajeno, y eso me ayuda (se ríe).

-¿Tu regreso a la Argentina tiene que ver con tu hija?
-Sí. Yo quería compartir de una manera más amorosa la vida con ella. Los chicos necesitan a sus abuelos, los tíos, los primos... En España es diferente. Allá los padres toman distancia de sus hijos no bien pueden. Les proponía a mis amigos juntarnos con nuestros hijos y era imposible. Hacían programas por separado. No es mejor ni peor, pero a mí no me gustaba.

-Hace relativamente poco compartiste cartel en Red Lights con Robert De Niro. ¿Fue el sueño del pibe?
-¡Uh, sí! ¡Y tuvimos una conversación! Fue un encuentro de diez minutos en su motorhome, algo muy impresionante porque, después de ver todas sus películas, lo tenía enfrente. Me quedé como encandilado. No podía creer que estuviera allí. Bastaba que hiciera un gesto para que me trasladara a Taxi Driverm Nocevento, El Padrino. Enfrente de él te das cuenta que es un poco cada uno de sus personajes. Es así: uno es todos sus personajes.

-Hace poco rendiste una materia que te quedaba pendiente del secundario. Me pareció muy peculiar.
-Sí, di Química de quinto. ¿Viste que es difícil encasillarme?. No me gusta dejar cosas pendientes.

- ¿A qué le tenés miedo?
A quedarme sin recursos, solo. Por eso, trato de construir nuevos elementos para hacerme fuerte. Sin embargo, está bueno que aparezca la debilidad porque, cuando uno se la permite, puede estar más completo. Como actor aprendí a dejarme penetrar por la cámara, a estar desnudo. Es difícil, pero cuando lo logro, la gente se emociona.


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