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Información General |HISTORIAS PLATENSES

Un deporte que rompe los moldes en La Plata

Ellos instalaron en la Ciudad una disciplina con reglas propias. Son universitarios destacados y practican el Ultimate Frisbee: el primer juego autoarbitrado, el más ético que se haya conocido y encima mixto. ¿Quién dijo que los Nerds no eran buenos para los deportes?

21 de Junio de 2014 | 00:00

Por EZEQUIEL FRANZINO

¿Qué pensaría si le contaran sobre un equipo integrado por un mejor promedio de informática, una grosa en comunicación audiovisual, y otro que recibió el (premio) Joaquín V González por su desempeño en Ingeniería electrónica? Probablemente creería que se trata de un “team” de trabajo de alguna multinacional. La realidad es que ellos son fundadores de Moebius, primer y único equipo de Ultimate Frisbee de la Ciudad.

Usted dirá “todo muy lindo, pero ¿Qué es esto?” El Ultimate Frisbee es un deporte sin contacto, en el que 2 equipos de 7 jugadores en cancha (y con varios suplentes por el desgaste físico que provoca) intentan ingresar a una zona de anotación (similar a un in-goal de rugby) pasándose un disco. Dado que por reglamento no se puede correr con el frisbee en la mano, la única manera de avanzar es a través de pases. El rival intentará interceptar los mismos, o bien que el frisbee caiga al suelo o salga de la cancha para recuperar la posesión y realizar entonces sus ofensivas. Todos corriendo de acá para allá durante casi 100 minutos y en un campo de dimensiones similares al de una cancha de fútbol: “esta es la ex cancha de fútbol de la República de los Niños”, dice Merchu Napolitano, vocera del equipo, “ahora es la cancha de Ultimate” afirma con sentido de p ertenencia. Los sábados entrenan y juegan “picaditos”.

Este juego tiene su origen en Estados Unidos a fines de los años 60. Estudiantes de un colegio secundario de New Jersey se propusieron practicar un deporte sin agresión y crearon el Ultimate Frisbee. Hoy se estima que 7 millones de personas lo practican en más de 80 países. A la Argentina llegaría recién en el año 97 y a La Plata hace apenas 3 años.

Aunque es un deporte amateur y no hay nadie que viva del Ultimate, en países como Estados Unidos o Canadá algunos jugadores pueden cobrar hasta 100 dólares por partido. Hay campeonatos mundiales televisados por la cadena ESPN, y en Colombia se juega en las escuelas. Las inexplicables piruetas que el astro Brodie Smith realiza con el disco superan el millón de visitas en YouTube (este hombre es capaz de encestar el frisbee en un aro de básquet a más de 70 metros) pero al DT de Moebius Juan Ottonello el tipo no le cae en gracia: “Mucha destreza” dice el director técnico y jugador, “pero poco vigor”.

Ver un partido de Ultimate fresbee es un intercambio cultural y generacional. En un mismo partido hay hombres y mujeres de distintas nacionalidades, treintañeras y adolescentes. Todos mantienen un comportamiento ejemplar -tal como si Castrilli los estuviese mirando desde algún lugar- aunque no exista la figura del árbitro. Entre los dos equipos, después de dialogar cada supuesta infracción, se ponen de acuerdo en el fallo de la misma. Y siempre con buena fé.

Si bien es cierto que en un fútbol cinco los partidos también son autoarbritrados, allí terminan interviniendo aquellos que gritan más fuerte, o los más guapos. Acá, si no llegan a ponerse de acuerdo (tienen 30 segundos para cada fallo) el disco vuelve a la última posición no discutida.

No por nada se lo conoce como el juego más limpio del mundo: “Tiene un fundamento filosófico” dice Merchu Napolitano, “se basa en el principio del diálogo y el entendimiento”.

Tal es la dicha que reciben los jugadores por el fair play, que en un partido existe una planilla de goles y otra de espíritu deportivo. La de espíritu, la evalúa el equipo rival constatando la conducta del otro: el autocontrol, la comunicación y la predisposición para resolver los conflictos se suman para dar un puntaje promedio de comportamiento. Hay dos campeones en cada torneo: Uno por puntos y otro por juego limpio.

Merchu se prepara: No está en el gimnasio ni corriendo por el Bosque. En la esquina de 8 y 44, faltan diez segundos para que el semáforo corte y ella cierra los ojos. Intentará abrirlos en el momento exacto en el que la luz pase de roja a verde, entrenando así su inquebrantable conducta para los partidos de Ultimate. Cuando en la cancha le toque marcar a un rival -y hacer una cuenta progresiva en voz alta y hasta 10, en la que el contrincante deberá deshacerse del frisbee si no quiere perder la posesión- lo querrá hacer de la manera más justa: “Cuando estás defendiendo y llegás al conteo de 7 segundos… el 9 y 10 lo contás exageradamente rápido” dice Merchu con la velocidad que amerita la frase.

LO PRIMERO ES LA FAMILIA

Si escucha que el equipo de Moebius es como una gran familia no es frase hecha. Acá son todos parientes: hay dos hermanos, un sobrino y tres parejas de novios.

Juan Ottonello (31), mejor promedio en Ingeniería en Sistemas de la UTN, y su hermano José (36), fueron los primeros. Conocieron el deporte gracias a un amigo estadounidense que andaba de paso por La Plata. Luego convencieron a su sobrino, Tomás (19), que siguiendo las raíces genealógicas, el año pasado terminó como alumno destacado el secundario y hoy cursa primer año de Diseño Industrial. Como los “players” no alcanzaban para completar el equipo, se conformaban yendo a tirar el disquito a plaza San Martín.

Más tarde se iniciaría Merchu Napolitano (29), novia de Juan y además, como no podía ser de otra manera, mejor promedio de su promoción en Comunicación Audiovisual. Ella, que al principio rezongaba cuando le caían los discos por la cabeza, no sólo terminó jugándolo, sino que también se convirtió en una especie de “evangelizadora” del Ultimate. Allí traería unos cuantos amigos que años atrás conociera en un Modelo de Naciones Unidas (un evento educativo y cultural de primer nivel que además de favorecer la capacitación académica de los estudiantes, facilita el desarrollo de habilidades como la oratoria y la retórica).

Después llegaron 8 colombianos. Ellos ya lo jugaban en su país natal y encontraron en este grupo de personas, no sólo la posibilidad de hacer actividad física, sino también de encontrar nuevos amigos. Para los jugadores extranjeros -la mayoría está realizando aquí sus maestrías o posgrados- Moebius se transformó en una institución familiar: “festejamos cumpleaños juntos” dice Paola Talero de 27 años; “es nuestra familia aquí” sentencia esta estudiante de Física que dice aplicar esa disciplina a la hora de lanzar el disco: “medís la fuerza del viento y calculás distancia”.

Los que practican Ultimate no suelen tener problemas con las novias a la hora de pedir permisos para comer un asado con los compañeros. En el equipo hay tres parejas -las ventajas de que el deporte sea mixto- y en la intimidad de la casa, si hay discusiones no vuelan platos sino discos: “cuando con Merchu nos chocamos en el departamento” dice Juan Ottonello “solemos cantarnos “Pick”. Es lo que se sanciona en los partidos cuando hay contacto”.

El conjunto se completaría con la llegada de Jerónimo José Moré, quien luego de terminar su maestría con 10, hoy está cursando el doctorado en Ingeniería Electrónica.

No sólo existen pocos equipos en el país, la mayoría están a varios kilómetros de distancia. Para tener un poco de rodaje, el año pasado conformaron una liga bonaerense junto a otros 5 equipos y el mes pasado obtuvieron un sorpresivo segundo puesto en un torneo internacional disputado en Uruguay.

El equipo de Moebius está posando para la foto. Los últimos en llegar se ponen la camiseta; todos quieren salir uniformados. Exactamente en el momento previo al tradicional “wisky”, dos perros se montan en el encuadre de la fotógrafa. El capitán los espanta de la misma manera que cuando se cruzan en un partido intentando interceptar con los dientes el disco que viaja por el aire: “Juira perro” dice Gabriel Larocca, capitán del equipo y estudiante de Ciencias Económicas. Por ahora, el entendimiento y la comunicación es sólo para con los humanos.

TODOS PARA UNO

A pesar de que ellos siempre quieren ganar, no distinguen entre titulares y suplentes. La premisa es que todos jueguen y consideran que aquellos que no lo hacen tan bien, tienen que jugar para mejorar: entonces todos a la cancha, hasta el DT.

Es por esto que el Ultimate Frisbee representa una oportunidad para aquellas personas con ganas de realizar una actividad física, de ser parte de un equipo, y sobre todo para aquellos que creen que no cuentan con las destrezas necesarias como para practicar un deporte: “empecé porque era gratis”, dice Paola Talero, “ahora no lo dejo aunque me paguen”.

Indignados con la violencia en otros deportes, los jugadores alientan para poder enseñar frisbee en las escuelas. “A partir del juego los chicos aprenden a respetar un reglamento, a dialogar y a entenderse” dice Merchu. El año pasado, un profesor de Educación Física los vio lanzando el disco en Plaza Malvinas y los invitó a una exhibición en la Escuela Nº 43 en el marco del día de la familia: “fue una experiencia muy positiva” afirma Juan Ottonello, “trabajamos con 160 chicos”.

Las expectativas para que el deporte crezca en la Ciudad están depositadas en Camilo, Julio y Antonela, tres integrantes del equipo que estudian Educación Física. En un futuro próximo, en vez de tirarles una pelota a los chicos para que pateen, llevarán a clase un disco, les enseñarán el reglamento, la destreza y sobre todo darán cátedra acerca del comportamiento en un partido. “El Ultimate deposita confianza y fe total en el adversario” dice Juan Ottonello.

En esa línea, los jugadores de Moebius crearon hace unos meses la “escuelita” de Ultimate Frisbee. Un espacio gratuito, dictado los lunes a la tarde en Parque Saavedra, para gente de cualquier edad que esté dispuesta a mover el esqueleto y a respetar al otro.

“Somos ñoños por naturaleza pero todos están invitados”, afirma Merchu Napolitano y larga una carcajada: “vengan, aunque tengan notas bajas”.

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